Celebración
Eucarística en el Monte de las Bienaventuranzas «Hermanos, considerad vuestra vocación» (1 Corintios 1:26) 1. Estas palabras de san Pablo se dirigen hoy a todos los que hemos venido aquí, al Monte de las Bienaventuranzas. Sentados en este monte, como los primeros discípulos, escuchamos a Jesús. En la quietud, escuchamos su apacible y apremiante voz, apacible como esta tierra, y apremiante como el llamado a escoger entre la vida y la muerte. ¡Cuántas generaciones antes que nosotros se han conmovido con el Sermón de la Montaña! A través de los siglos, ¡cuántos jóvenes se han congregado alrededor de Jesús para escuchar sus palabras de vida eterna, como lo hacéis hoy vosotros! ¡Cuántos corazones jóvenes se han inspirado en el poder de su personalidad y en la verdad de sus palabras! ¡Es maravilloso que estéis aquí hoy! Gracias, arzobispo Boutros Mouallem, por su cálida bienvenida. Por favor, lleve mi saludo a toda la comunidad greco-melkita, que usted preside. Saludo a todos los miembros de la comunidad latina, incluyendo a los fieles de lengua hebrea, la comunidad maronita, la comunidad siria, la comunidad armenia, la comunidad caldea, y a todos nuestros hermanos y hermanas miembros de otras iglesias cristianas y comunidades eclesiales. Dirijo unas palabras de agradecimiento especial a nuestros amigos musulmanes, a los miembros de la fe judía y a la comunidad drusa. ¡Esta gran asamblea es como un ensayo de la Jornada Internacional de la Juventud, que se celebrará en Roma en agosto! ¡El joven que ha hablado hace poco me ha prometido que asistiréis! Jóvenes de Israel, del Territorio Palestino, de Jordania y de Chipre: jóvenes del Medio Oriente, de África y Asia, de Europa, América y Oceanía! Os saludo a cada uno con mucho amor y cariño! 2. Los primeros que escucharon las Bienaventuranzas de Jesús llevaban grabado en su corazón el recuerdo de otro monte, el Monte Sinaí. Hace apenas un mes, tuve la gracia de ir allí, al lugar donde Dios habló a Moisés y le dio la Ley «escrita por el dedo de Dios» (Éxodo 31:18) en tablas de piedra. Estas dos montañas, el Sinaí y el Monte de las Bienaventuranzas, nos sirven de guía, a modo de mapa, de la vida cristiana y como un sumario de nuestros deberes para con Dios y el prójimo. La Ley y las Bienaventuranzas señalan el camino para seguir a Cristo y el camino real de madurez espiritual y libertad. Los Diez Mandamientos del Sinaí pueden parecer negativos: «No habrá para ti otros dioses delante de mí... no matarás; no adulterarás; no robarás; no testificarás contra tu prójimo falso testimonio...» (Éxodo 20:3,13-16). Pero de hecho, son sumamente positivos. Más allá del mal que mencionan, señalan el camino a la ley del amor, que es el primero y más grande de todos los mandamientos: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente... Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Mateo 22, 37, 39). El mismo Jesús dijo que él no vino a abolir la ley sino a llevarla a su plenitud (cf. Mateo 5,17). Su mensaje es nuevo pero no destruye lo que ya existe; desarrolla al máximo su potencialidad. Jesús enseña que el camino del amor lleva la Ley a su plenitud (cf. Gálatas 5,14). Y enseñó esta verdad importantísima, en esta colina, aquí en Galilea. 3. «¡Bienaventurados!», dice él, «los pobres de espíritu, los mansos y misericordiosos, los que lloran, los que tienen hambre y sed de justicia, los pacíficos, los perseguidos! ¡Bienaventurados!». Pero estas palabras de Jesús pueden parecer extrañas. Parece extraño el que Jesús exalte a aquellos a quien el mundo considera generalmente débiles. Él les dice, «Bienaventurados vosotros, los que parece que habéis perdido, porque vosotros sois los auténticos vencedores: el Reino de los cielos es vuestro!». Estas palabras, dichas por Él, que es «manso y humilde de corazón» (Mateo 11, 29), constituyen un desafío que exige una profunda y constante «metanoia» del espíritu, una conversión del corazón. ¡Vosotros, los jóvenes, comprenderéis por qué es necesaria ésta conversión del corazón! Porque vosotros sois conscientes de la otra voz, que habla dentro de vosotros y alrededor vuestro, una voz contradictoria. Es una voz que dice: «Bienaventurados los soberbios y violentos, los que prosperan sin importarles el precio, los que no tienen escrúpulos, los duros de corazón, los descarriados, los que instigan la guerra y no la paz, los que atropellan a quienes se encuentran en su camino». Y esta voz parece tener sentido en un mundo en el que triunfan con frecuencia los violentos y en el que da la impresión de que los deshonestos tienen éxito. «Sí», dice la voz del mal, «estos son los que vencen». «Bienaventurados». 4. Jesús ofrece un mensaje muy diferente. Cerca de aquí, Jesús llamó a sus primeros discípulos, al igual que hoy os llama a vosotros. Su llamado exige una elección entre las dos voces que compiten por ganar vuestro corazón, también ahora, en este mismo monte, es la elección entre el bien y el mal, entre la vida y la muerte. ¿Cuál es la voz por la que optarán los jóvenes del siglo XXI? Confiar en Jesús significa que queréis creer en lo que Él dice, por más raro que parezca, y que rechazáis las seducciones del mal, por más razonables o atractivas que puedan parecer. Pero Jesús no sólo proclama las Bienaventuranzas. Él vive las Bienaventuranzas. Él es las Bienaventuranzas. Al fijaros en Él, veréis lo que significa ser pobre de espíritu, manso y misericordioso, afligido, justo, limpio de corazón y perseguido. Por eso tiene el derecho de decir: «¡Ven y sígueme!» No dice simplemente: «Haz lo que te digo». Él dice: «¡Ven y sígueme!». Vosotros escucháis su voz en este monte, y creéis lo que dice. Pero como los primeros discípulos en el Mar de Galilea, tenéis que dejar atrás vuestras barcas y redes, y eso no es nada fácil, especialmente cuando os enfrentáis a un futuro incierto y sentís la tentación de perder la confianza en su herencia cristiana. Ser buenos cristianos en el mundo de hoy puede parecer algo superior a vuestras posibilidades en el mundo de hoy. Sin embargo, Jesús no se queda con los brazos cruzados y no os deja solos a la hora de afrontar este reto. Siempre está con vosotros para transformar vuestra debilidad en fuerza. Creed en él Cuando os dice: «Mi gracia te basta, que mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza» (2 Corintios 12:9). 5. Los discípulos pasaron mucho tiempo con el Señor. Llegaron a conocerle y a amarle profundamente. Descubrieron el significado de lo que le dijo una vez a Jesús el apóstol Pedro: «Señor, ¿a donde iremos? Tú tienes palabras de vida eterna» (Juan 6, 68). Descubrieron que las palabras de vida eterna son las palabras del Sinaí y las palabras de las Bienaventuranzas. Y éste es el mensaje que llevaron a todas partes. En el momento de su Ascensión, Jesús confío una misión a sus discípulos y les tranquilizó así: «Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra; id, pues; enseñad a todos los pueblos... Yo estaré siempre con vosotros hasta el fin del mundo» (Mateo 28:18-20). Desde hace dos mil años los seguidores de Jesús han llevado a cabo esta misión. Hoy, en el amanecer del Tercer Milenio, os toca a vosotros. Ahora os toca a vosotros ir por el mundo y predicar el mensaje de los Diez Mandamientos y el de las Bienaventuranzas . Cuando Dios habla, habla sobre lo más importante para cada persona, para las personas del siglo XXI al igual que para las del siglo primero. Los Diez Mandamientos y las Bienaventuranzas hablan de la verdad y de la bondad, de la gracia y de la libertad: de todo lo que es necesario para entrar en el Reino de Cristo. ¡Ahora os toca a vosotros ser valientes apóstoles de ese Reino! ¡Jóvenes de Tierra Santa, Jóvenes del mundo: responded al Señor con un corazón abierto y dispuesto! Abierto y dispuesto, como el corazón de la hija más ilustre de Galilea, María, la Madre de Jesús. ¿Cómo le respondió? Ella dijo: «He aquí a la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lucas 1, 38). Señor, Jesucristo, en este lugar que conocías tan bien y que tanto te gustaba, ¡escucha a estos corazones jóvenes y generosos! ¡Sigue enseñando a estos jóvenes la verdad de los Mandamientos y de las Bienaventuranzas! ¡Hazlos testigos gozosos de tu verdad y apóstoles convencidos de tu Reino! ¡Acompáñalos siempre, especialmente en esos momentos en que seguirte a ti y al Evangelio parece difícil y exigente! ¡Tú serás su fortaleza, Tú serás su victoria! Señor, Jesús, tú has hecho de estos jóvenes tus amigos: ¡manténlos siempre cerca de ti! Amén. |