Angelus
del Papa en la Basílica de la Resurrección Queridos
hermanos y hermanas,
Estos han sido días de una intensa emoción, un tiempo en donde nuestra alma ha sido tocada no sólo por la memoria de lo que Dios ha hecho, sino también por su presencia en nuestro caminar por la tierra del nacimiento, muerte y Resurrección de Cristo. Y en cada paso de esta peregrinación jubilar María ha estado siempre con nosotros, iluminando nuestra peregrinación y compartiendo las alegrías y angustias de sus hijos e hijas. Con María, Mater dolorosa, nos encontramos a la sombra de la Cruz y lloramos con ella por la aflicción de Jerusalén y por los pecados del mundo. Estamos junto a ella en el silencio del Calvario, y vemos la sangre y el agua que brotan del costado de su Hijo. Viendo las terribles consecuencias del pecado, nos sentimos movidos al arrepentimiento por nuestros propios pecados y por los pecados de los hijos de la Iglesia durante todos los tiempos. Oh María, concebido sin pecado, ¡ayúdanos en el camino de la conversión! Con María, Stella matutina, hemos sido tocados por la luz de la Resurrección. Nos alegramos con ella de que la tumba vacía se convirtiera en la fuente de la vida eterna, desde donde el que resucitó de la muerte está ahora sentado a la derecha del Padre. Con ella damos incontables gracias por la gracia del Espíritu Santo enviado por el Señor resucitado en el día de Pentecostés y quien continuamente entra en los corazones por nuestra salvación y por el bien de toda la familia humana. María, Regina in caelum assumpta. Desde la tumba de su Hijo, miramos hacia la tumba donde María reposo en paz, esperando su gloriosa Asunción. La divina liturgia celebrada en su tumba en Jerusalén, nos muestra a María como diciendo: "Incluso más allá de la muerte, No estoy lejos de ti". Y en la liturgia sus hijos responden: "Viendo tu tumba, oh Madre de Dios, parecemos contemplarte. Oh María, tú eres la alegría de los ángeles, el consuelo de los afligidos. Te proclamamos como el soporte de los cristianos y, más que nada, como Madre". Contemplando a la Theotokos, casi al final de esta jornada, miramos el auténtico rostro de la Iglesia, radiante en toda su belleza, brillante con la "gloria de Dios que está en el rostro de Cristo" (2 Cor 4, 6). Oh defensora, ayuda a la Iglesia para que sea más como tú, su excelso modelo. Ayúdala a crecer en la fe, esperanza y amor, en su búsqueda del cumplimiento del Plan de Dios en todas las cosas (cf. Lumen Gentium, 65). ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen María! |