Discurso del Santo Padre al llegar a México Señor
Presidente de los Estados Unidos Mexicanos, Queridos mexicanos: 1. Es inmensa mi alegría al poder venir por quinta vez a esta hospitalaria tierra en la que inicié mi apostolado itinerante que, como Sucesor del apóstol Pedro, me ha llevado a tantas partes del mundo, acercándome así a muchos hombres y mujeres para confirmarles en la fe en Jesucristo salvador. Después de haber celebrado en Toronto la XVII Jornada Mundial de la Juventud, he tenido hoy la dicha de agregar al número de los santos a un admirable evangelizador de este Continente: el Hermano Pedro de San José de Betancur. Mañana, con gran gozo, canonizaré a Juan Diego y, al día siguiente beatificaré a otros dos compatriotas vuestros: Juan Bautista y Jacinto de los Ángeles, que se unen así a los hermosos ejemplos de santidad en estas queridas tierras americanas, donde el mensaje cristiano ha sido acogido con corazón abierto, ha impregnado sus culturas y ha dado abundantes frutos. 2. Agradezco las amables palabras de bienvenida que, en nombre de todos los mexicanos, me ha dirigido el Señor Presidente de la República. A ellas deseo corresponder renovando una vez más mis sentimientos de afecto y estima por este pueblo, rico de historia y de culturas ancestrales, y animando a todos a comprometerse en la construcción de una Patria siempre renovada y en constante progreso. Saludo con afecto a los Señores Cardenales y Obispos, a los queridos Sacerdotes, Religiosos y Religiosas, a todos los fieles que día a día se esfuerzan en practicar la fe cristiana y que con su vida hacen realidad la frase que es esperanza y programa de futuro: "México siempre fiel". Desde aquí, mando también un saludo afectuoso a los jóvenes reunidos en vigilia de oración en la Plaza del Zócalo de la Catedral Primada, y les digo que el Papa cuenta con ellos y les pide que sean verdaderos amigos de Jesús y testigos de su Evangelio. 3. Queridos mexicanos: Gracias por vuestra hospitalidad, por vuestro afecto constante, por vuestra fidelidad a la Iglesia. En ese camino, continuad siendo fieles, alentados por los maravillosos ejemplos de santidad surgidos en esta noble Nación. ¡Sed santos! Recordando cuanto ya dije en la Basílica de Guadalupe en 1990, servid a Dios, a la Iglesia y a la Nación, asumiendo cada cual la responsabilidad de trasmitir el mensaje evangélico y de dar testimonio de una fe viva y operante en la sociedad. A cada uno os bendigo de corazón, utilizando para ello la fórmula con la que vuestros antepasados se dirigían a sus seres más queridos: "Que Dios os haga como Juan Diego". |