"SERÉIS MIS TESTIGOS"
Mensaje de los obispos españoles con ocasión del
viaje apostólico del Papa Juan Pablo II a España
Madrid, febrero de 2003
Como Obispos del Pueblo de Dios, nos dirigimos a todos los cristianos y hombres y mujeres de buena voluntad para anunciaros el próximo viaje apostólico de Juan Pablo II a España, que será sin duda un acontecimiento de gracia para la Iglesia. Lo hacemos con gratitud, gozo y esperanza. Gratitud por acoger de nuevo, por quinta vez, al Vicario de Cristo, predicador infatigable del Evangelio, testigo y maestro de su verdad, garante de la unidad en la Iglesia que, pese a su fragilidad física, es un testimonio viviente de la fortaleza espiritual. Gozo profundo, al sentirnos acompañados por aquel que ha recibido del Señor el carisma de confirmar a sus hermanos[1]. Y esperanza, porque, al igual que en viajes anteriores, la Iglesia y la sociedad se sentirán confortadas e iluminadas por su testimonio y magisterio. Os invitamos, pues, a dar gracias a Dios y a prepararos con nosotros para acoger a quien viene en el nombre del Señor. Oremos ya desde ahora por el fruto de este viaje que constituye un motivo más de esperanza para la Iglesia de este nuevo milenio.
1. La visita del Papa, aliento de esperanza
Los obispos españoles hemos querido acoger el feliz y sugerente lema que el Santo Padre ha lanzado a la Iglesia en el alba del nuevo Milenio: Mar adentro. Es una invitación a la esperanza y a la fortaleza apostólica. En nuestro Plan Pastoral para el próximo cuatrienio -Una Iglesia esperanzada. "¡Mar adentro!" (Lc 5,4)-, con la confianza puesta en el Señor siempre presente en la barca de Pedro, queremos "afrontar con ánimo sereno y con audacia evangelizadora las dificultades que la Iglesia experimenta en su propio seno en estos tiempos. No podemos ni queremos cerrar los ojos a la realidad; y no cejaremos en nuestro empeño por comunicar el Evangelio de Cristo y vivir y fortalecer la comunión eclesial en el amor del Redentor"[2]. La visita del Santo Padre acrecentará sin duda nuestra vocación y dinamismo apostólicos. Su sola presencia es un estímulo más para gastar y desgastar nuestras vidas al servicio del Evangelio de Cristo y de los hombres con la misma entrega que hace de su persona, objeto de nuestra más profunda veneración.
Muchos son los motivos para la esperanza capaces de reafirmar la certeza de que también hoy, si arrojamos las redes como Pedro en el nombre del Señor, será abundante la pesca. La sed, a veces inconfesada, de Dios; la búsqueda de sentido de una vida plena y feliz; el deseo de responder con acierto al reto de los graves problemas que tiene la humanidad y que afectan a los derechos inalienables de las personas, en especial de los más pobres y olvidados, nos anima a ofrecer el don de Cristo, como la respuesta vital al hombre y a los anhelos más profundos de su corazón. Como hizo Pedro con el paralítico de la puerta hermosa del Templo, la Iglesia actual puede decir con toda confianza: "No tengo oro ni plata; pero lo que tengo te doy: en nombre de Jesucristo, el Nazareno, ponte a andar"[3]. Ofrecer la persona de Cristo a los demás es la prioridad de la Iglesia desde sus orígenes a nuestros días; es el secreto de su fecundidad apostólica y el mejor tesoro que podemos entregar a las nuevas generaciones. Y hemos de entregarlo, como nos recuerda el Papa, con la palabra y con la vida: "La palabra y la vida de cada cristiano pueden y deben hacer resonar este anuncio: ¡Dios te ama, Cristo ha venido por ti; para ti Cristo es el "el camino, la verdad y la vida"! (Jn 14,6)"[4].
2. Con los santos, llamados a ser testigos
Vivir así nos convierte en testigos de Cristo, el Señor resucitado. Deseamos, por ello, que la visita del Papa nos fortalezca en nuestra vocación de testigos del Señor. Esa fue la misión que Cristo nos dejó en su partida: "¡Seréis mis testigos"[5]. Esta hermosa tarea ha sido realizada de forma eminente por los santos. En ellos ha brillado con fuerza seductora el testimonio de Cristo. Ellos, con su persona y sus obras, han esparcido por toda la tierra el buen olor de Cristo. De ahí nuestra convicción en el Plan Pastoral: "La floración de santos ha sido siempre la mejor respuesta de la Iglesia a los tiempos difíciles"[6], pues sólo una Iglesia de santos aparece nítidamente como fuente de esperanza para el mundo. Comprenderéis por tanto nuestro gozo y el de toda comunidad cristiana en España al anunciaros que el Papa canonizará a cinco miembros de nuestra Iglesia que vivieron la caridad de forma heroica en el siglo XX y serán propuestos, por tanto, como testigos del Señor y modelos para nuestro tiempo y para las generaciones venideras. Estos son los nombres de quienes se incorporarán a la gloriosa multitud de testigos de la Iglesia en España que alientan nuestra fe (cfr. Hebr. 12, 1): Pedro Poveda, nacido en Linares (Jaén), sacerdote mártir, educador, fundador de la Institución Teresiana y "amigo fuerte de Dios"; José María Rubio, nacido en Dalías (Almería), sacerdote jesuita, apóstol de los barrios de Madrid; Genoveva Torres, originaria de Almenara (Castellón), virgen, fundadora de las Religiosas Angélicas, conocida popularmente como "ángel de la soledad"; Ángela de la Cruz, sevillana, virgen, fundadora de las Hermanas de la Cruz, conocida como "la madre de los pobres", y la madrileña María Maravillas de Jesús, virgen, carmelita descalza y fundadora de numerosos carmelos. ¡Gloria a Dios en sus santos!, podemos decir llenos de gratitud, gozo y esperanza. Son ellos, en verdad, quienes certifican que la fidelidad de Dios con su pueblo es eterna, y que la Iglesia nunca deja de ser la esposa fecunda de Cristo que ofrece a los hombres de todos los tiempos frutos maduros de santidad.
La canonización de estos miembros de la Iglesia, contemporáneos nuestros, nos recuerda que la santidad es también posible y realidad viva en nuestro tiempo y que todos los bautizados están llamados a ser santos sea cual sea su estado y condición. Los nuevos santos han enriquecido a la Iglesia con diferentes carismas pero sus diferencias no han eclipsado el don común que les une: el amor a Cristo y a los hombres. Podemos recordar, contemplando sus vidas, lo que decía un gran poeta cristiano: "Los que son semejantes a Cristo son semejantes entre sí con una diversidad magnífica"[7]. La práctica de las virtudes, desde la obediencia gozosa de la fe, en la vida contemplativa y en el martirio, hasta la caridad en la predicación del Evangelio y en el servicio a los más pobres, nos invita a ser testigos del Dios vivo con una fe activa y a amar a los hombres viendo en ellos al mismo Cristo, el Señor. Así la Iglesia brillará con el testimonio de la santidad. En los nuevos santos encuentran modelos eximios los sacerdotes y consagrados. Dicho testimonio no es otro que el de la caridad derramada con el Espíritu Santo en nuestros corazones (Rom. 5, 5).
Una Iglesia de santos asegura su misión y su fecundidad apostólica. "La santidad, ha dicho Juan Pablo II, es un presupuesto fundamental y una condición insustituible para realizar la misión salvífica de la Iglesia. La santidad de la Iglesia es el secreto manantial y la medida infalible de su laboriosidad apostólica y de su ímpetu misionero"[8]. Os exhortamos, pues, a renovar vuestra fe y experiencia de Cristo; a seguirle con fidelidad mediante la práctica de sus mandamientos y de sus bienaventuranzas; a acercaros al hombre de hoy, en especial a los alejados y los pobres, con el testimonio limpio y sencillo de la fe mostrando la vida nueva que hemos recibido del Señor. En definitiva, os exhortamos a ser testigos.
3. Santidad y unidad de vida
Los santos, verdaderos testigos de Dios, siempre aciertan a la hora de encontrar los caminos para acercarse a los hombres y comunicarles la vida divina. Así lo vemos en los que pronto serán canonizados. También nosotros acertaremos en la nueva evangelización si unimos sin vacilaciones, como quiere el Concilio Vaticano II, la profesión de la fe y la vida de fe[9], es decir, si lo que confesamos con nuestros labios lo hacemos verdad con las obras de nuestras manos. Esta unidad de vida, que es el test certero de la autenticidad cristiana, nos llevará sin duda a una creatividad pastoral que abra caminos al Evangelio especialmente en los ambientes y lugares donde la oscuridad se cierra a la luz de Cristo. La valentía y fortaleza apostólica con que los nuevos santos se entregaron sin reservas a Dios y a los hombres, y el fruto abundante de su entrega, es el mejor estímulo para saber que Dios siempre está al lado de quienes se fían de Él, y hace fecundos todos sus trabajos.
4. Los jóvenes y la transmisión de la fe
Queremos invitar de modo especial a los jóvenes, hacia quienes el Papa ha mostrado siempre su particular predilección y cariño instituyendo incluso las Jornadas Mundiales de la Juventud, cuya última celebración en Toronto permanece aún viva en el recuerdo de quienes participamos. El Papa confía en vosotros. Cuenta con vosotros para el anuncio del Evangelio a las nuevas generaciones; os considera los "centinelas del mañana", es decir, los que vigilan a la salida del sol para ponerse en camino y comunicar la única verdad que salva: Jesucristo, el Señor. Por eso, ha querido dedicaros un acto especial en la tarde de su llegada, para alentaros en vuestra vocación de apóstoles y testigos del Señor. El Papa confía en que los "muchos espejismos" y las "parodias de felicidad" que el mundo de hoy os ofrece no serán capaces de ahogar "la esperanza que brota eterna en el corazón de los jóvenes"[10]. Recordad siempre sus palabras: "la mayor fuente de infelicidad es el espejismo de encontrar la vida prescindiendo de Dios, de alcanzar la libertad excluyendo las verdades morales y la responsabilidad personal"[11].
Os animamos, por tanto, a vivir vuestra fe con la fuerza de la juventud y el gozo de ser amigos fieles de Cristo que no se arredran ante las dificultades sino que se crecen frente a ellas con la esperanza puesta en quien es "el camino, la verdad y la vida"[12]. Los santos que el Papa canonizará fueron jóvenes como vosotros, llenos de energía, ilusión y ganas de vivir. El encuentro con Cristo transformó sus vidas y la esperanza de la vida eterna sedujo su corazón e hizo de ellos testigos de la Vida con mayúsculas. Por eso, fueron capaces de arrastrar a otros jóvenes, amigos suyos, y de crear obras de oración, evangelización y caridad que aún perduran. Mirad a los santos, queridos jóvenes, que son auténticos modelos de humanidad. No malgastéis vuestra vida que es el mayor tesoro recibido de Dios para servir a los hombres y alcanzar la plenitud de la felicidad. Dejaos seducir por Cristo y encontraréis, ya aquí, la vida eterna.
Los obispos españoles confiamos en vosotros, en vuestras capacidades y entrega y sabemos que también hoy podéis responder a la llamada de Cristo que pasa a vuestro lado. El Papa, llamado por santa Catalina de Siena, "dulce Cristo en la tierra", pasa a vuestro lado, viene a encontrarse con vosotros y a confesar la fe en Jesús como "Cristo, el Hijo del Dios vivo". Acudid a la cita, traed a vuestros amigos, los que creen y los que buscan, decidles que vosotros habéis encontrado al Señor y queréis mostrárselo. ¡Sólo Dios sabe qué puede hacer una invitación sincera, amigable, cuando se trata de poner a otros en el camino de la Vida!
5. Con el aliento de María
La próxima visita del Papa será sin duda una gracia de Dios para fortalecer el testimonio cristiano de nuestras comunidades cristianas y de cada bautizado. El fruto de la visita, sin embargo, dependerá también de nuestra preparación que desde ahora queremos estimular mediante la oración, las catequesis preparadas para esta ocasión, y en general mediante el ejercicio fiel de la vida cristiana. Como Obispos del Pueblo de Dios convocamos a todos los cristianos para que acojan al Papa, Pastor universal, principio y fundamento visible de la comunión y de la unidad de la Iglesia, que ha recibido de Cristo el supremo servicio del gobierno en su Iglesia, servicio que cumple con admirable abnegación. Alabemos a Dios por el don que ha supuesto para la Iglesia sus 25 años de ministerio, salgamos a recibirlo con un corazón agradecido hacia su persona, y dispongamos nuestro corazón para acoger su palabra autorizada llena de sabias indicaciones para la vida cristiana. Nuestra invitación, llena de respeto y afecto, se dirige también a quienes aun no siendo creyentes, valoran y aprecian la autoridad moral y el servicio impagable que el Santo Padre presta al mundo defendiendo los derechos humanos, la dignidad de la persona y la causa de la paz.
Con este mensaje, anuncio gozoso de la venida del Santo Padre, hemos expresado nuestra esperanza en el fruto pastoral del Viaje del Papa. Sólo nos queda encomendarlo a la oración de la Iglesia y a la intercesión de Santa María, Madre de la Iglesia y Reina de todos los santos. A ella, testigo incomparable de Cristo, nos dirigimos en este Año del Rosario y le pedimos que vele por la barca de Pedro, la Iglesia que peregrina entre luces y sombras por los senderos de la historia, con la mirada puesta en su Señor resucitado, fuente de vida y de esperanza para todos los hombres. Que proteja al Santo Padre y haga muy fecunda su visita a España. Y que, como Madre, aliente la vida de nuestras iglesias, de nuestras familias y de cada cristiano para que seamos testigos valientes del Señor que ha hecho de nosotros "luz del mundo y sal de la tierra". Ella, como en Caná de Galilea, nos dice también a nosotros: "Haced lo que Él os diga" (Jn 2, 5).
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[1] Cf Lc 22,32.
[2] A-M. Rouco Varela, Discurso inaugural de la LXXIX Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española, Madrid 18-22 de Noviembre de 2002, III.
[3] Hch 3,6.
[4] Juan Pablo II, Christifideles Laici 34.
[5] Hch 1,8.
[6] Conferencia Episcopal Española, Plan pastoral de la Conferencia Episcopal Española 2002-2005. Una Iglesia esperanzada. "Mar adentro" (Lc 5,4), Madrid 2002.
[7] Texto de Paul Claudel, citado por H. de Lubac, Meditación sobre la Iglesia, trad. de L. Zorita Jáuregui, Bilbao 1966, 225.
[8] Juan Pablo II, Christifideles Laici, 17.
[9] Cf. LG 35.
[10] Juan Pablo II, Toronto, 28-Julio-2002.
[11] Idem.
[12] Jn 14,6.