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Homilía del Papa en la misa celebrada en Banska Bystrica

1. «Mi corazón exulta en el Señor» (Salmo responsorial). Con íntima alegría y profundo reconocimiento a Dios me encuentro hoy en esta plaza junto a vosotros, queridos hermanos y hermanas, para celebra la memoria del Santo Nombre de María.

El lugar en el que nos encontramos es particularmente significativo en la historia de vuestra ciudad: recuerda el respeto y la devoción de vuestros padres por el Señor Todopoderoso y la Virgen Santísima y, además, el intento de profanación de esta herencia preciosa, perpetrado por un régimen oscuro en años aún no lejanos. De todo ello es testigo silencioso la columna de la Virgen María.

Os saludo a todos desde lo más profundo de mi corazón: en primer lugar a vuestro obispo, monseñor Rudolf Balaz, a quien agradezco las cordiales palabras que me ha dirigido, y al obispo auxiliar, monseñor Tomas Galis. Saludo también a los sacerdotes, a los religiosos, las religiosas, los seminaristas y también los laicos que en los diferentes campos son fuerzas vivas de esta Iglesia diocesana y, por último, a todos los que han venido de las diócesis y países vecinos.

Con deferente cordialidad mi saludo se dirige también al señor presidente de la República y a las autoridades civiles y militares presentes. A todos los doy las gracias por la ayuda preciosa que han ofrecido a la preparación de mi visita.

2. «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lucas 1,38), dice María en el pasaje evangélico que acabamos de escuchar. Se dirige al arcángel Gabriel, que le comunica que Dios la llama a ser madre de su Hijo. La encarnación del Verbo constituye el punto decisivo del «proyecto» manifestado por Dios desde el principio de la historia humana, después del primer pecado. Quiere comunicar a los seres humanos su misma vida, llamándolos a transformarse en hijos suyos. Es una llamada que espera la respuesta de cada uno. Dios no impone la salvación; la propone como una iniciativa de amor, a la que es necesario responder con una libre decisión, también motivada por el amor.

El diálogo entre el Ángel y María, entre el cielo y la tierra es, en este sentido paradigmático: podemos sacar de él algunas indicaciones para nosotros.

3. El ángel presenta las expectativas de Dios para el futuro de la humanidad, María responde atrayendo responsablemente la atención a su presente: es novia de José, a quien se le ha prometido como esposa (Cf. Lucas 1,34). María no presenta objeciones al futuro de Dios, pero pide luz sobre el presente humano en el que está implicada. Ante su petición, Dios responde entablando un diálogo con ella. A él le gustan las personas responsables y libres.

En todo esto, ¿qué lección nos da María? María nos enseña el camino hacia una libertad madura. En nuestra época no son pocos los cristianos bautizados que todavía no han hecho suya su fe de forma adulta y responsable. Se llaman a sí mismos cristianos, pero no responden con plena responsabilidad a la gracia recibida; todavía no saben lo que quieren ni porqué lo quieren.
Esta es la lección que tenemos que aprender hoy: es urgente educarse a la libertad. En particular, es urgente que, en las familias, los padres eduquen a la justa libertad a sus hijos, para prepararles a dar la respuesta oportuna a la llamada de Dios. Las familias son el vivero en que se forman las plantas de las generaciones futuras. En las familias se forja el futuro de la nación.

Precisamente en esta perspectiva, deseo que el Sínodo diocesano, que os preparáis para celebrar, constituya una ocasión privilegiada para relanzar la pastoral familiar y encontrar caminos nuevos para el anuncio del Evangelio a las nuevas generaciones de esta noble tierra eslovaca.


4. «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lucas 1,38). María cree y por eso dice sí. Es una fe que se hace vida: se hace compromiso con Dios, que la colma de sí con la maternidad divina, y compromiso con el prójimo, que espera su ayuda en la persona de su prima Isabel (Cf. Lucas 1,39-56). María se abandona libre y conscientemente a la iniciativa de Dios, que realizará en Ella sus «maravillas», «mirabilia Dei».

Ante la actitud de la Virgen, cada uno de nosotros es invitado a reflexionar: Dios tiene un proyecto para cada uno, a cada uno le dirige su «llamada». Lo que cuenta es saber reconocer esta llamada, saberla acoger, sabe ser fieles.

5. Queridos hermanos y hermanas, ¡hagamos sitio a Dios! En la variedad y riqueza de las diversas vocaciones, todos estamos llamados, siguiendo el ejemplo de María, a acoger a Dios en la propia vida y a recorrer con Él los caminos del mundo, anunciando su Evangelio y dando testimonio de su amor.

Que este sea el compromiso que todos juntos tomemos hoy, poniéndolo con confianza en las manos maternas de María. Que su intercesión nos obtenga el don de una fe fuerte, que haga limpio el horizonte de la existencia y transparentes la mente, el espíritu y el corazón. ¡Amén!