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Discurso del papa al llegar a Croacia

Señor presidente de la República,
hermanos en el episcopado,
respetadas autoridades,
queridos hermanos y hermanas:

1. Con íntima alegría tomo pie por tercera vez en la amada tierra croata. Doy gracias a Dios omnipotente por haberme permitido regresar entre vosotros, en mi viaje apostólico número cien.

Le saludo con respeto a usted, señor presidente de la República, y a las demás autoridades civiles y militares aquí reunidas. Muchas gracias por las gentiles palabras que me ha dirigido en nombre de los presentes y de todos sus compatriotas.

Abrazo con cariño a toda la comunidad católica en Croacia, de manera particular a mis venerados hermanos en el episcopado. Dirijo un pensamiento especial al obispo, monseñor Valter Zupan, a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas y a los fieles de la diócesis de Krk, en cuyo territorio se encuentra este aeropuerto.

Saludo a los creyentes de las demás Iglesias y comunidades eclesiales, así como a los fieles del Judaísmo y el Islam, con la alegría de que también en esta ocasión podamos testimoniar juntos nuestro compromiso común por la edificación de la sociedad en la justicia y en el respeto recíproco.

2. Vengo entre vosotros para cumplir con la tarea de sucesor de Pedro, y para llevar a todos los habitantes de este país un saludo y un auspicio de paz. Al visitar las diócesis de Dubrovnik, Djakovo-Srijem, Rijeka y Zadar, podré recordar las antiguas raíces cristianas de esta tierra, regada por la sangre de muchos mártires. Pienso en los mártires de los tres primeros siglos, en particular en los mártires de Sirmium y de toda la Dalmacia romana, y en los de los siglos sucesivos --hasta el siglo pasado--, con la heroica figura del beato cardenal Alojzije Stepinac.

Además, tendré la alegría de elevar a la gloria de los altares a sor María de Jesús Crucificado Petkovic, a quien dentro de unas semanas se asociará el joven Ivan Merz. El recuerdo de estos intrépidos testigos de la fe me hace pensar con gratitud y conmoción en la Iglesia que los ha engendrado, y en los tiempos difíciles en los que ha custodiado celosamente su fidelidad al Evangelio.

3. La isla de Krk conserva un rico patrimonio glagolítico, madurado tanto en el uso litúrgico como en la vida cotidiana del pueblo croata. El cristianismo ha ofrecido una gran contribución al desarrollo de Croacia en el pasado. Podrá seguir ofreciendo su contribución eficaz tanto en el presente como en el futuro. Hay, de hecho, valores --como son la dignidad de la persona, la honestidad moral e intelectual, la libertad religiosa, la defensa de la familia, la acogida y el respeto de la vida, la solidaridad, la subsidiariedad y la participación, el respeto de las minorías--, que están inscritos en la naturaleza de todo ser humano, pero que el cristianismo tiene el mérito de haber individuado y proclamado con claridad. Sobre estos valores se fundamenta la auténtica grandeza de una nación.

Croacia ha presentado recientemente su candidatura para convertirse en parte integrante, también desde el punto de vista político y económico, de la gran familia de los pueblos de Europa. No puedo dejar de expresar el auspicio de una feliz realización de esta aspiración: la rica tradición de Croacia contribuirá seguramente a reforzar la Unión, ya sea como entidad administrativa y territorial, ya sea como realidad cultural y espiritual.

4. En este país, al igual que en algunos países vecinos, están todavía presentes los signos dolorosos de un reciente pasado: que no se cansen quienes están revestidos de autoridad, tanto en el campo civil como religioso, de curar las heridas causadas por una guerra cruel y de sanar las consecuencias de un sistema totalitario, que durante demasiado tiempo trató de imponer una ideología contraria al hombre y a su dignidad.

Desde hace trece años ya, Croacia recorre el camino de la libertad y de la democracia. Mirando hacia adelante con confianza y esperanza, es necesario consolidar ahora, con la contribución responsable y generosa de todos, una estabilidad social que promueva ulteriormente el compromiso laboral, la asistencia pública, la educación abierta a toda la juventud, la superación de toda forma de pobreza y desigualdad, en un clima de relación cordial con los países vecinos.

Invoco la intercesión de san José, patrono de la nación, y de la Virgen María, «abogada de Croacia, Madre fiel» sobre estas perspectivas.

¡Que Dios bendiga a esta tierra y a sus gentes!

Croacia, 5 de junio del 2003

Juan Pablo II