Discurso
pronunciado por el Papa Juan Pablo II Señor
presidente, 1. A todos les dirijo mi saludo deferente y cordial. He acogido con viva gratitud, señor presidente, su invitación reiterada a visitar este noble país y ahora deseo manifestarle mi alegría por el don que me ha hecho Dios al poder llegar a la tierra azerí y encontrarme con sus habitantes. Gracias por las corteses palabras de bienvenida que ha querido dirigirme. Este viaje se enmarca en el décimo aniversario del comienzo de relaciones diplomáticas entre Azerbaiyán y la Santa Sede. La independencia, conquistada tras la larga dominación extranjera, ha sido vivida en estos años no sin dificultades y sufrimientos, pero sin perder nunca la esperanza de poder edificar en la libertad un futuro mejor. La nación ha visto de este modo cómo han crecido y se han consolidado los contactos con los demás pueblos. La consecuencia ha sido un recíproco enriquecimiento, que no dejará de llevar sus frutos en el futuro. 2. Pongo pie en este antiquísimo país trayendo en el corazón la admiración por la complejidad y la riqueza de su cultura. Enriquecida por la multiforme y específica connotación caucásica, recoge la aportación de numerosas civilizaciones, de manera particular la de Persia y la de Turán. Grandes religiones han estado presentes y han operado en esta tierra: el zoroastrismo ha convivido con el cristianismo de la Iglesia albana, tan significativa en la antigüedad. El islam, después, ha desempeñado un papel creciente, y es hoy la religión de la gran mayoría de la población azerí. El judaísmo, presente aquí desde tiempos muy antiguos, ha traído su contribución original, todavía hoy apreciada. Después de la atenuación del fulgor inicial de la Iglesia, los cristianos han seguido conviviendo hombro a hombro con los fieles de las demás religiones. Esto ha sido posible gracias a un espíritu de tolerancia y de recíproca acogida, que no puede dejar de ser motivo de orgullo para el país. Hago votos y elevo oraciones a Dios para que los residuos de tensión puedan ser pronto superados y todos encuentren paz en la justicia y la verdad. 3. Azerbaiyán es una puerta entre Oriente y Occidente: por este motivo no sólo tiene un valor estratégico de relevante significado, sino que tiene también un valor simbólico de apertura e intercambio, que podrá asegurar, si es justamente cultivado, un papel particularmente importante a la nación azerí. Ha llegado el momento de que Occidente redescubra, además del respeto por Oriente, el deseo de un encuentro cultural y espiritual más intenso con los valores que éste transmite. Desde esta puerta de civilización, Azerbaiyán, dirijo hoy un sentido llamamiento a aquellas tierras que son teatro de desórdenes bélicos, que provocan sufrimientos inenarrables en poblaciones indefensas. Urge el compromiso de todos por la paz. Pero debe ser una paz auténtica, fundada en el respeto recíproco, en el rechazo del fundamentalismo y de toda forma de imperialismo, en la búsqueda del diálogo como único instrumento válido para superar las tensiones, sin precipitar a naciones enteras en la barbarie de un baño de sangre. 4. Las religiones, que en este país se esfuerzan por trabajar en armonía de objetivos, no pueden y no deben convertirse en un trágico pretexto de contraposiciones que tienen su origen en otros motivos. Nadie tiene derecho a invocar a Dios para encubrir sus propios intereses egoístas. Aquí, a las puertas de Oriente, no lejos de lugares en los que sigue teniendo lugar el cruel e insensato fragor de las armas, quiero elevar mi voz, en el espíritu de los encuentros de Asís. Pido a los responsables de las religiones que rechacen toda forma de violencia, como una ofensa al nombre de Dios, y que se conviertan en promotores incansables de paz y de armonía, de respeto de los derechos de todos y de cada uno. Mi pensamiento se dirige también a los emigrados y a los refugiados de este país y de todo el Cáucaso. Que gracias a la solidaridad internacional se vuelva a encender en ellos la esperanza de un futuro de prosperidad y de paz en su tierra y de origen y entre sus seres queridos. 5. A los cristianos, y en particular a la comunidad católica de este país, quiero dirigir un saludo particularmente cariñoso. Los cristianos de todo el mundo miran con sincera simpatía a estos hermanos suyos en la fe, convencidos de que, a pesar de que numéricamente son pocos, pueden ofrecer una contribución significativa al progreso y a la prosperidad de la patria, e un clima de libertad y de recíproco respeto. Estoy seguro de que las dificultades dramáticas, experimentadas también por la comunidad católica en tiempos del comunismo, serán recompensadas por el Señor con el don de una fe viva, de un compromiso moral ejemplar, y de vocaciones locales para el servicio pastoral y religioso. En el momento en el que doy mis primeros pasos en el territorio azerí, invoco la bendición de Dios sobre todos sus habitantes y sobre su compromiso por un futuro de justicia y libertad. |