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Bienvenida a Su Santidad Juan Pablo II a la celebración Eucarística

Sántisimo Padre:

En este domingo, en el día del Señor, día de la fe y de la esperanza, día de la alegría y del compromiso, reconocemos y agradecemos profundamente el cariño que ha tenido y mantenido por el pueblo de México, desde que hace veinte años, cuando Su Santidad besó por vez primera la bendita tierra de nuestro país. La muchedumbre se volcó a las calles para verlo pasar, para aclamarlo, para cantarle y gritarle cosas buenas. El amor se derramó: todos queríamos tenerlo, mirarlo más largamente, más intensamente. Y a veces, con una irreverencia amorosa, el grito y el canto se hicieron presentes, para que saliera a la ventana de noche o de día, privándole del descanso necesario. Su Santidad dijo aquellas palabras: "los mexicanos gritan mucho", y cuando en las grandes concentraciones, en Roma o en los lugares más remotos, escucha a un grupo que canta y grita, interrumpe su discurso para decir: "mexicanos".

México lo ama, Santo Padre, y necesita de su palabra iluminadora. Por eso, en aquella ocasión y en su segunda y tercera visita, salían por millares a las carreteras para aclamarlo; pasaban las noches a la intemperie para hacerle presente su devoción. "México siempre fiel", nos dijo, y todos nos alegramos. Han pasado veinte años desde su primera visita; después volvió, y la gente despertó de su apatía; nuestros hermanos indígenas también sintieron la magia de su dignidad misteriosa ante el Vicario de Cristo en la tierra. Pero ahora el pueblo de México está sufriendo profundas transformaciones y tiene retos gigantescos. Está pasando por situaciones difíciles, ha sido engañado y la pobreza lo invade, la violencia y modelos de vida extraños a su idiosincrasia lo están minando. Han pasado muchos años desde su última visita, y nuestra patria paradógicamente ha tenido avances significativos en la democracia, en la educación, en la salud, en la macro-economía, en las comunicaciones y en otras áreas importantes de la vida nacional y al mismo tiempo ha entrado en ese fenómeno mundial, inspirador y retador, que llaman globalización; ha sido presa de los intereses inhumanos de los capitales económicos del mundo y de la deshonestidad interior. La gente sufre, se desespera porque no atisba ninguna solución próxima a sus demandas de justicia, de alimento, de salud, de trabajo dignamente remunerado; la paz parece que no está a su alcance y en ocasiones se siente un títere manipulado ya no por hilos visibles sino por controles remotos.

Es el parto, Santo Padre, de un México nuevo, de un México con futuro, de un México que acepta su vocación en el concierto de las naciones y en la reconfortante comunión de las Iglesias Particulares del continente, unidas a quien nos preside en la caridad. Esta Nación, Santo Padre, sabe esperar aunque esté sumergida en el dolor, tiene una fe maravillosa que la mantiene en pie en medio del vendaval, conserva el amor que el Espíritu Santo ha derramado en su corazón y lo sabe manifestar heroicamente en la tragedia y el dolor. Esta noble nación que es México, Padre Santo, quiere oír de sus labios el canto de la esperanza; quiere escuchar palabras de vida; anhela la intervención del médico divino por dolorosa que pueda ser la curación; nuestros hermanos pobres y miserables desde todos los rincones de esta tierra esperan una palabra amorosa del Pastor Universal.

Santísimo Padre, en medio de sus debilidades y herido por el pecado, México sigue siendo fiel a su religión católica, sigue siendo fiel a Jesucristo luz de las gentes, sigue siendo fiel a esa "gran luz" que hace quinientos años nos trajeron los primeros misioneros y que se sigue difundiendo por millares de humildes catequistas, en las "familias" y por una juventud que es sangre nueva en nuestra Iglesia. Aquí está este pueblo, con la fortaleza de su catolicismo y con el corazón abierto a mejores tiempos, cantando y gritando su fe.Sí, Dios y Santa María de Guadalupe le dan entereza y fuerza para brotar de sus propias cenizas, como una nueva Ave Fénix.

Acepte, Santidad, la alegría y la fe de nuestro pueblo que lo ama fervorosa y entrañablemente; acoja en su corazón de Padre este gozo y estas angustias que nos acercan más al gozo y a las tristezas del Pastor Universal de nuestra Iglesia, en este fin de milenio. Y anhelamos, Padre Santo, que su visita haga caer sobre nosotros, vida nueva, esperanza que no defrauda, fe que transforma, amor que todo lo renueva y una larga Bendición Apostólica.

+ Norberto Cardenal Rivera C.
Arzobispo Primado de México

Domingo 24 de enero de 1998