¡Queridos jóvenes amigos!
1. Han venido a Toronto desde todos los continentes para celebrar la Jornada Mundial de la Juventud. ¡Mi gozo y agradecimiento de corazón para todos ustedes! He estado esperando ansiosamente este encuentro, especialmente cuando día tras día recibí en el Vaticano buenas noticias de todas partes del mundo sobre las iniciativas que han marcado su peregrinación hasta aquí. Con frecuencia, aun sin habernos encontrado, los encomendé a cada uno en mis plegarias al Señor. Él los conoce desde siempre y ama personalmente a cada uno de ustedes.
Con afecto fraternal saludo a los cardenales y obispos que están aquí con ustedes; en particular al Obispo Jacques Berthelet, Presidente de la Conferencia de Obispos Católicos de Canadá, al Cardenal Aloysius Ambrozic, Arzobispo de esta ciudad, y al Cardenal James Francis Stafford, Presidente del Pontificio Consejo para los Laicos. A todos ustedes les digo: que sus contactos con sus pastores les ayuden a descubrir y apreciar más y más la belleza de la Iglesia, experimentada como comunión misionera.
2. Al escuchar la larga lista de países de los que han venido, hemos hecho prácticamente un viaje alrededor del mundo. Detrás de cada uno de ustedes, logro ver los rostros de todos los jóvenes con los que me he encontrado en el curso de mis viajes apostólicos y a quienes ustedes, en cierta forma, aquí representan. Los he imaginado peregrinando, caminando a la sombra de la Cruz Jubilar, en este gran peregrinaje joven que, mudándose de continente a continente, desea abrazar a todo el mundo en la fe y esperanza.
Hoy, este peregrinaje hace una escala aquí, en las orillas del Lago Ontario. Nos recuerda a otro lago, el Lago Tiberiades, en cuyas orillas el Señor Jesús hizo una propuesta fascinante a los primeros discípulos, algunos de los cuales probablemente eran jóvenes como ustedes.
El Papa, que los ama sinceramente, ha venido desde lejos para escuchar con ustedes las palabras de Jesús. Como en el caso de los discípulos aquel día hace tanto tiempo, estas palabras pueden preparar los corazones de los jóvenes para que ardan y motiven todas sus vidas. Los invito a hacer de las numerosas actividades de la Jornada Mundial de la Juventud, que recién está comenzando, un tiempo especial en el que cada uno de ustedes escuche atentamente al Señor, con un corazón dispuesto y generoso, para convertirse en "sal de la tierra y luz del mundo".