Un templo atravesaba serias dificultades provocando el total abandono por parte de sus feligreses y quedando tan sólo cinco miembros: el párroco y cuatro viejos feligreses, todos mayores de 60 años.
En las montañas, cerca del templo, vivía un obispo en retiro. Una vez, el párroco se animó a pedirle al obispo algún consejo que podría ayudar a salvar la iglesia y hacer que los feligreses retornen a ella.
El párroco y el obispo hablaron largamente, pero cuando el párroco le pidió el consejo, el obispo le respondió: "No tengo ningún consejo para ti. Lo único que te puedo decir es que el Mesías es uno de ustedes".
De regreso al templo, el pastor le comentó a los cuatro miembros restantes lo que el obispo le había dicho. Durante los siguientes meses que siguieron, los viejos feligreses reflexionaron constantemente sobre las palabras del obispo. "El Mesías es uno de nosotros", se preguntaron unos a otros. Decidieron entonces asumir dicha posibilidad, y empezaron a tratarse con un extraordinario respeto y exquisito cuidado puesto que uno de ellos podría ser el Mesías.
Los meses fueron pasando, y las personas empezaron a visitar la pequeña Iglesia atraídos por la áurea de respeto y gentileza que envolvía a los cinco feligreses. Duro de creer, más personas empezaron a retornar a la Iglesia, y ellos comenzaron a traer amigos, y sus amigos trajeron más amigos.
En pocos años, el templo volvió a ser instancia de fe y regocijo gracias a la multitud de fieles que asistían diaria y semanalmente. Y por supuesto, gracias al regalo del obispo.