Resumen de la homilía del Padre Bertrand de Margerie S.J. en la Iglesia San Luís de los franceses de Lisboa (Portugal) el cuarto domingo de cuaresma (13 de marzo de 1988)
“Dios no ha enviado a su Hijo a l mundo para condenar al mundo sino para que el mundo sea salvado por Él” (Jn. 3,17) :
“yo te absuelvo de todos tus pecados en el Nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo”
1) El sacerdote de la Antigua Alianza no perdonaba los pecados. Ofrecía un sacrificio y oraba por los pecadores, pero no había recibido el poder de absolverlos: Levítico 5 y 16. El rito sacrificial, sin causar el perdón divino, lo condicionaba. El autor de la Epístola a los Hebreos (10, 1.4) nos enseña inclusive la impotencia de la Ley para remitir los pecados mediante la sangre de cabras y toros. Los sacrificios y sacramentos de la Antigua Alianza prefiguraron la fe en Cristo crucificado, que obtiene - en el don de la contrición de amor - la remisión de los pecados. Es así que hasta nuestros días, Dios opera la remisión de los pecados de los no bautizados de buena fe, aunque invenciblemente ignorantes del Misterio de Cristo Salvador. Dicho de otro modo; el poder de las llaves - un rito de remisión de pecados - no había sido aún instituido. Ni aun en el caso de Juan el Bautista.
En estas condiciones, el asombro provocado por Jesús cuando remitió los pecados del paralítico, no sorprende tanto. El poder que recibió del Padre, ejercido y luego transmitido a los Apóstoles constituye la novedad formidable del Nuevo Testamento; el poder de perdonar y de absolver.
II El ejercicio de este poder, durante la absolución conferida por el sacerdote en el Nombre de la Trinidad, produce una triple reconciliación:
1) Consigo mismo: el pecado había desintegrado al pecador. Se reintegra por la contrición y por la absolución recibida.
2) Con la Iglesia, de cuya oración (prefigurada por el gesto de los cuatro cargadores del paralítico, que perforan el techo para llevar hasta Jesús al enfermo) obtiene la absolución conferida por el sacerdote, y especialmente en él la intención de absolver; sin la cual el sacramento no ha sido celebrado.
3) Con Dios. Si bien los padres cristianos pueden y deben perdonar la ofensa que les ha hecho su hijo, éstos no han recibido el Sacramento del Orden que es el único que habilita para perdonar en Nombre de Dios, la ofensa que a Él se hace. Pero, preparando a su hijo para la confesión, para el examen de conciencia, como para la contrición, contribuyen indirectamente a su reconciliación con Dios.
La nueva fórmula de absolución, inspirada por las cartas de Pablo, remite al Sacrificio de Cristo, que en este Sacramento no es sólo Juez, sino también Abogado del pecador; al igual que el sacerdote.
Agradezcamos a Cristo haciendo una invitación a la confesión. Para hacerla eficazmente, prestemos atención a los gestos de la reconciliación horizontal, que facilitarán el actuar del Reconciliador vertical.
LOS DIFERENTES MODOS DE REMISIÓN DE LOS PECADOS VENIALES, QUE CULMINAN POR SU CONFESIÓN FRECUENTE.
“el príncipe de este mundo va a ser arrojado al abismo; y yo, levantado de la tierra, atraeré a todos los hombres a Mí (Jn 12,31-32), perdonando 77 veces (Mt. 18,21)
La Iglesia, que progresa en la comprensión de las palabras de Cristo, se ha asegurado que el Cristo ofrezca su perdón sacramental no solamente una o dos veces durante la vida, sino cada mes, e incluso cada semana, 77 veces.
1) Durante el primer milenio, la Iglesia comprendió de manera práctica aquello que expresaría teóricamente en el Concilio de Trento: hay muchas maneras de expiar los pecados veniales y de obtener su perdón. Porque no suprimen la caridad, ni la opción fundamental por Dios: la enfrían. Su actualización por un acto ferviente, penetrado de su tendencia dinámica hacia el Fin último; una oración, una limosna, una privación, libera del pecado cotidiano y venial. Esto se realiza, especialmente en el acto de la contrición perfecta, sobre todo cuando se hace bajo la irradiación de la comunión eucarística; antídoto y contraveneno del pecado venial. De ahí la bella afirmación de Ambrosio en el Siglo IV: “Yo, que peco diariamente, tengo necesidad del Remedio eucarístico de mi enfermedad”. La caridad, aumentada por la Comunión, pide y cultiva el arrepentimiento; ofrece la limosna y la privación. De esta manera, obtiene 77 perdones de Aquél que atrae a todos.
La Iglesia durante el segundo milenio, a través de sus santos, y especialmente en nuestro siglo por el magisterio constante de Pío XII, Pablo VI y Juan Pablo II, subraya la particular eficacia y las ventajas de una de las maneras de obtener la remisión de los pecados: su frecuente confesión sacramental- Ella aumenta y desarrolla “el conocimiento de sí y la humildad; combate la tibieza, arranca de raíz las malas costumbres, purifica la conciencia, fortifica la voluntad, acrecienta la gracia” escribía Pío XII en 1943. Contribuye a la creciente conversión deseada por Vaticano II, que proclamó que es obligación para todos el tender a la perfección de la caridad: ¿Podemos tender a ella desoyendo el consejo de la confesión frecuente? Ni la oración ordinaria, ni el reparto de la limosna, ni la privación ascética confieren la gracia sacramental de la penitencia reconciliadora: gracia de contrición, de lucha contra los vicios y tentaciones; gracia que mueve a la satisfacción reparadora encaminada a la Justa Bondad del Creador y Redentor.
Sin la costumbre de la confesión frecuente, mensual o semanal (S. Francisco de Sales), la indispensable confesión de una falta grave deviene se vuelve más difícil. Preparémonos, por la confesión frecuente, para la muerte (Bourdaloue), para la salvación y para la perfección de la caridad.
Traducido del francés por José Gálvez Krüger
ACI Prensa