Dr. Luis E. Ráez
Con los nuevos adelantos tecnológicos, algunos médicos y familiares de pacientes terminales optan por prolongar innecesariamente, con medios desproporcionados, la vida y el sufrimiento de algunos enfermos, dándoles así a los partidarios de la eutanasia y el suicidio asistido excusas para promocionar sus propuestas. Esto ha causado que los médicos y el sistema legal se vean en la necesidad de adoptar una posición clara al respecto.
Los sistemas de salud actuales, en un correcto afán por proteger la vida, establecen que moral y legalmente se debe hacer todo lo posible por salvar una vida. Pero la aplicación de este principio no es tan sencilla como parece cuando se trata de pacientes incurables o cercanos a la muerte. Cuando una persona cualquiera sufre un paro cardio-respiratorio, solamente se tiene de 5 a 10 minutos para salvarla con masajes cardíacos y uso de máquinas de ventilación. Si se trata de pacientes jóvenes o con enfermedades curables, no hay mayor problema, pues aunque el paciente esté gravemente enfermo y termine en un ventilador, se espera que se recupere completamente y al poco tiempo sea desconectado de las máquinas; pero si el paciente padece cáncer o SIDA en estado muy avanzado, la situación es diversa, ya que lo más probable es que nunca pueda vivir sin la ayuda de las máquinas de ventilación, convirtiéndose éstas en medios desproporcionados para prolongar la vida con sufrimiento. Muchas veces los pacientes desarrollan paros cardio-respiratorios en la calle o en el mismo hospital y los médicos que están a su alrededor no saben -ni tienen tiempo de conocer en minutos- los detalles de la enfermedad que los aqueja. En estos casos la ley, para proteger al paciente y la vida, demanda usar todos los medios de reanimación, incluyendo el uso de máquinas de ventilación, a menos que exista un documento escrito por el paciente donde éste exprese su oposición explícita.
Una de las opciones legales que existe en Estados Unidos y que se ha imitado en muchos lugares son los «testamentos en vida» ( living will ) , aprobados en 1977. En estos documentos el paciente expresa su voluntad sobre el proceso de reanimación cardio-pulmonar en caso de una falla cardio-respiratoria. Como se puede intuir, no se trata de «conceder» al médico la posibilidad de hacer todo lo que considere oportuno a favor del paciente, sino de definir los límites de su intervención. Posteriormente, se han aprobado también los «poderes» para los representantes legales ( power of attorney ) , según los cuales un familiar del enfermo nombrado por él mismo es el encargado de tomar las decisiones pertinentes sobre su tratamiento y el uso de medios extraordinarios en caso que el paciente no tenga algo escrito. La legislación vigente en Estados Unidos respalda plenamente estos decretos y sirve de modelo en muchas partes del mundo.
Sin embargo, los cristianos debemos ser críticos. Estos documentos a veces son muy generales y una interpretación abusiva por parte del médico puede facilitar la aplicación de la eutanasia. Por estos motivos, el uso de los «testamentos en vida» ha sido ampliamente cuestionado por muchos expertos en ética médica. El Padre Kevin O'Rourke, O.P., en un documento del St. Louis University Center for Health Care Ethics objeta con detalle la generalidad y la ambigüedad de su lenguaje, lo que permite diversas interpretaciones. Asimismo, John Leies, del National Catholic Bioethics Center (NCBC), explica cómo la falta de información al paciente y la ambigüedad del lenguaje originan que las decisiones finales sean tomadas por los médicos en nombre de los pacientes, abriendo las puertas a casos de suicidio asistido y eutanasia. Estos «testamentos» plantean no pocos dilemas éticos al momento de su aplicación. ¿Cómo saber si el paciente ha cambiado de opinión desde que redactó el documento hasta el instante en que éste es ejecutado? ¿Cómo ha de actuar el médico si en conciencia discrepa con lo expresado en el «testamento»? ¿Qué hacer si el paciente elaboró el testamento sin conocer algún medio disponible (porque se desarrolló después o simplemente por ignorancia) que el médico ahora posee? Todo ello sin considerar la pregunta inicial respecto a qué es lo que lícitamente puede ser objeto de la voluntad de una persona en los «testamentos en vida».
Los médicos católicos tampoco estamos de acuerdo con el uso de medios desproporcionados para prolongar inútilmente la vida de una persona, tal como enseña el magisterio de la Iglesia y los Papas Pablo VI y Juan Pablo II. Pero ello dista mucho de favorecer la eutanasia o el suicidio asistido. Es preciso buscar alternativas legales para la defensa de la vida, y, en el caso de los «testamentos», educar a los pacientes y sus familiares en su adecuada elaboración, para que éstos respeten la dignidad del ser humano y no terminen dándole al médico la atribución de decidir sobre el paciente. Ahora hay una tendencia a contar con un «testamento en vida» escrito y nombrar al mismo tiempo a una persona (llamada a veces «agente de salud») que se encargue de tomar las decisiones necesarias e interprete el testamento de vida de la manera más adecuada -en caso que el paciente no esté lúcido-, considerando las diversas circunstancias con la idea de proteger su vida y mantener vigentes los deseos del enfermo o un eventual cambio de opinión.
Los testamentos en vida son parte del sistema legal y de salud en Estados Unidos y muchos países del mundo, y debemos acostumbrarnos a vivir con ellos. Pero como cristianos debemos asegurarnos que sean apropiadamente elaborados y aplicados con la ayuda de agentes de salud. Es necesario educar a la población para evitar casos dolorosos de pacientes conectados a máquinas de ventilación por semanas sin ningún chance de sobrevivir, que se convierten en pretexto para promover la eutanasia y el suicidio; y evitar testamentos tan generales que el profesional de la salud decida arbitrariamente qué es lo mejor para el paciente en sus últimos momentos de vida.