Un amigo me dijo estar de acuerdo con el respeto a la vida, pero también a favor del suicidio asistido (ayudar al paciente a suicidarse) porque su abuela había sufrido dolores terribles durante dos meses antes de morir debido a un cáncer en los huesos. Mi amigo pensaba que quizá hubiese sido mejor que los médicos le hubieran acortado la vida. Los médicos que tratamos a pacientes con enfermedades crónicas como el cáncer, estamos convencidos que con la tecnología y medicina actual en el 95 por ciento de los casos podemos controlar el dolor, aunque debamos reconocer que la mayoría de pacientes está en desacuerdo con nosotros. En 1991, una encuesta de la Organización Mundial para la Salud (OMS) encontró que solamente el 50 por ciento de los pacientes considera que su dolor está controlado. Creo que el contraste de estas dos opiniones revela la realidad: De cada dos pacientes hay uno que sufre dolor y no está controlado. No es raro que estos pacientes y familiares se depriman, pierdan la fe y esperanza; y empiecen a buscar soluciones radicales para sus problemas como quitarse la vida para no sufrir más. Pero creo que deberíamos ir más allá y averiguar por qué estos pacientes tienen que sufrir.
La medicina ha progresado rápidamente; el manejo del dolor exige que los médicos posean conocimientos difíciles de adquirir si no tienen un contacto práctico diario con el tema (o no es parte de su especialidad), por ello, no es raro que algunos médicos tengan reparos en recetar narcóticos, o que no sepan qué hacer para controlar el dolor de sus pacientes. Una salida simple puede ser: «Si no puedes controlar el dolor de tu paciente, envíalo a otro médico que sí lo pueda hacer». Ahora existen «especialistas» del dolor que se encargan de los casos más difíciles. Otra creencia errada entre los médicos es que si recetan narcóticos, la Agencia Federal de Control de Drogas (DEA) supervisará las recetas y los castigarán por prescribir muchas sustancias. Sin embargo, si el médico receta lo apropiado y no hace algo ilegal no perderá su licencia.
Además, está la idiosincrasia del paciente y su cultura. Algo que descubrí entre mis pacientes es que algunos creen que consumir morfina los convierte en drogadictos y prefieren no tomar medicinas. Actualmente, el chance de adicción es muy bajo (menos del 1 por ciento) y se pueden tomar medidas para que esto no ocurra. Asimismo, los pacientes no dicen toda la verdad al médico, temen que reconocer que sufren dolor implique que el tratamiento ha fracasado y que el médico les diga que están muriendo. Sin embargo, tener dolor no es sinónimo de fracaso terapéutico en todos los casos.
Otros pacientes no quieren hacer sentir mal al médico y le dicen «no estoy tan mal, algo me dolía pero ya estoy mejor», porque piensan que el médico se perturbará al saber que no los está aliviando. Todos sabemos que dos personas no sufren con las mismas características un mismo tipo de dolor. Por ejemplo, un paciente deprimido o con miedo a morir experimenta más dolor que uno que no lo está.
El sufrimiento es inseparable de la existencia del hombre; pero por un misterio, el hombre está llamado a superarlo y afrontarlo de manera especial. Recordemos que la salvación vino mediante la cruz de Cristo, a través de su sufrimiento, y Él elevó el sufrimiento a un plano de redención. Así es que todo hombre que sufre participa del sufrimiento redentor de Cristo. Pero quienes participan de los sufrimientos de Cristo están también llamados a ver la gloria de la Resurrección: «supuesto que padezcamos con Él para ser glorificados con Él» (Rom 8, 17-18); y «la momentánea y ligera tribulación nos prepara un peso eterno de gloria incalculable» (1 Pe 4, 13).
Por ello, es necesario que el paciente acepte su enfermedad como algo que va más allá de su voluntad, que reconozca sus limitaciones, que enfrente este sufrimiento con valor, y mantenga siempre la fe y la esperanza. Para esto se necesita mucha vida espiritual, el apoyo de la familia y la compañía de los amigos. Creo que es hora de dejar de lado mitos y creencias erradas que ponen en peligro la vida de nuestros pacientes y seres queridos. Creo que todos debemos prepararnos mejor para cuidar a quienes sufren y apoyar a nuestros pacientes y familiares en los últimos días de vida, para que busquen la reconciliación con Dios, con ellos mismos y sus semejantes, con una visión de esperanza que les permita prepararse para la vida eterna.