Autor: Ricardo Fco. Padilla Castillo, con textos del Siervo de Dios card. Fco. X. Nguyen Van Thuan.
Contrario a la opinión prevaleciente, un dirigente empresarial exitoso y trascendente, es aquel que traduce el amor en servicio, que manda obedeciendo, es quien sabe que quiere y que realiza. Este hombre virtuoso es fuente de inspiración para los demás. Observa una disciplina personal, organiza su vida, discierne el valor de cada cosa y circunstancia. La modestia y la caridad son cualidades, pues tiene el valor de dejarse orientar por el Evangelio, dado que su confianza y fuerza está en Dios. El Señor delega su poder y no abandona a ninguno de los que se apoyan en El.
Estas son las condiciones que te permitirán jugar tu papel de dirigente con dignidad y heroísmo.
Vaya que pululan por doquier esos seminarios motivacionales dictados por el “gurú” de moda. Hoy éste, mañana el otro… figuras y métodos presas de la temporalidad.
Dos mil años de Iglesia, de Evangelio y Doctrina Social de la Iglesia (DSI), revelan sin los atavismos e interés mezquinos del momento, el talante de un verdadero líder (dirigente).
En el camino de la esperanza son necesarios los dirigentes, es decir guías o ‘jefes” (el que marcha a la cabeza). Si quien encabeza no ora y reflexiona, los miembros del cuerpo se aflojan, las convicciones se deshacen, la energía se agota, la confusión se apodera de todo el ser; al final, la empresa se reduce a nada.
El liderazgo de un empresario católico revela preceptos superiores a los postulados técnicos-metodológicos de uno filantrópico. Le implican, entre otros, los principios de “autoridad” y “bien común” de la DSI. El dirigente católico debe ser el signo vivo de la autoridad, él representa la autoridad y debe hacerla respetar en su persona. El más grande fracaso de un dirigente es el tener miedo de hablar y de actuar como tal. Debe acoger las opiniones de los demás, pero no seas esclavo de ellas.
Cada hombre tiene su misterio. Si quieres ser su dirigente, te será necesario conocer a tus subordinados, uno por uno, con sus exigencias, sus gustos, su carácter y sus reacciones, estimarlos en su justo valor y ponerlos en el lugar que les viene bien.
Así como Jesús acompañó a sus apóstoles sin interrupción durante tres años, debes tú también vivir en medio de tus colaboradores, simpatizar con ellos, compartir sus preocupaciones, sus gozos y sus tristezas, estar atento a la psicología de cada uno. Te admirarás entonces de su solidaridad y de su celo fuera de lo común.
Debes dejarte mirar de cerca sin ninguna molestia, a ir a sus subordinados sin abajarse, a humillarse quedando respetado, a exigir mucho siendo obedecido sin condición.
Si no diriges con amor, te verás obligado a utilizar el peor de los métodos: la fuerza.
¿Te parece difícil? No existen obras que no estén marcadas con el sello de la cruz. Si no la puedes soportar no obtendrás nada. El Señor ha traído fuego a la tierra y quisiera que ésta ya estuviera ardiendo. Déjate inflamar por el ardor apostólico. Así encenderás otras hogueras ardientes y el fuego se propagará de un lugar a otro hasta que el mundo se convierta en un océano de luz. Si Dios te eligió para ser dirigente en tu medio, permanece modesto y generoso. Tu misión es grande; es capital. Piensa en la felicidad de los apóstoles cuando escucharon a Jesús que dijo: “Los haré pescadores de hombres”. Debes creer en tu misión si quieres convencer a otros y transmitirles la llama que hay en ti, ser testimonio de Cristo resucitado, para avivar en todos el deseo de eternidad. El éxito de la empresa, vendrá por añadidura.
Fuente: Libro “Mil y un pasos en el Camino de la Esperanza”, card. Fco. X. Nguyen Van Thuan, capítulo El Desarrollo.
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