P. Ángel Luis Lorente (Consejero CRESE)
¿La empresa es solamente un lucro o es un servicio? Necesidad de un “Capital Moral”, expresado en la Responsabilidad social Corporativa, que valora la dignidad de la persona.
El siguiente texto es básicamente el discurso pronunciado por su servidor durante la ceremonia de inauguración y bendición de la Fábrica de Cerámicas Kantu, sita en el Cuzco, Perú, propiedad de una familia amiga y –según mi parecer– comprometidos en el desarrollo humano integral a través del trabajo. Por este motivo ha sido modificado parcialmente el discurso original evitando la mención de personas e instituciones, con el fin de salvaguardar su privacidad y anonimato.
Siendo mi primera participación directa en esta sección, quiero reforzar su valor testimonial, que viene a confirmar la doctrina expuesta por mis colegas en las semanas precedentes y que muy posiblemente me verán a mí mismo exponer en el futuro.
Permítanme saludar en primer lugar a todos los presentes y agradecer la invitación a este acto inaugural y de bendición. Agradecimiento, reconocimiento y felicitación que quiero personalizar (…) Felicitaciónes por el éxito empresarial que vemos concretado hoy en la inauguración de esta fábrica; reconocimiento por la ardua tarea personal y familiar que hay detrás de este trabajo; y agradecimiento porque saben siempre reconocer que más allá de su esfuerzo humano está la mano y el designio de un Dios providente y la protección segura de esta patrona, Santa Rita, a quien lejos de venerar hoy como abogada de una causa perdida, la reconocemos artífice de esta causa lograda. También mi cariño y afecto para toda la familia (…) y a toda esa nueva generación que empieza a abrirse camino en la vida… a todos los amigos, a todos los presentes, especialmente a los que conforman esta gran “familia” humana que se llama “Cerámicas Kantu”.
Quiero empezar aclarando un breve concepto de empresa: ¿Qué es la empresa?
La Real Academia Española de la Lengua la define como una “entidad integrada por el capital y el trabajo, como factores de la producción, y dedicada a actividades industriales, mercantiles o de prestación de servicios, generalmente con fines lucrativos y la consiguiente responsabilidad”.
En esta definición a mi juicio hay una gran deficiencia. La empresa no está establecida en términos de los sujetos humanos que la integran (es decir, las personas humanas), que son los verdaderos actores sociales que participan en ella, es decir, los propietarios del capital y del trabajo o, dicho en otros términos, los empresarios y los trabajadores. En este sentido, la empresa no debe ser sólo un ente propiedad del empresario, sino una relación entre distintas personas que tienen algunos intereses comunes, y muchos intereses complementarios.
Según la Real Academia, los fines de la empresa serían: lucro y responsabilidad. En las definiciones tradicionales de Administración de Empresas y Economía, el fin es sólo el lucro, traducido como rentabilidad o ganancia. Sin embargo, puede entenderse que la responsabilidad implica reconocer también la existencia de metas distintas entre los actores que participan en la empresa. De ser así, éstas también podrían ser sus objetivos, la generación de empleo, la remuneración salarial, la seguridad laboral, la higiene y la dignidad en el trabajo, etc. Más aún, si se considera a la empresa como parte de su entorno económico, social y ambiental, sus fines podrían ser la contribución a la sostenibilidad ambiental y social, el arraigo territorial, el apoyo a la calidad y a la mejora de las condiciones de operación de sus clientes y proveedores, el rechazo a prácticas de competencia desleales, etcétera.
En cualquier caso, y sin detrimento de todos estos fines que son buenos en sí, ni el lucro o la rentabilidad, ni la responsabilidad laboral, ni el cuidado medio-ambiental, ni la competitividad corporativa nos dan la felicidad. Todos ellos son fines de una empresa saludable, pero la “Felicidad” es el fin mismo de la vida del hombre en la tierra. Y creo que no sería necesario explicar aquí que no vivimos para trabajar, sino que siempre trabajaremos para vivir, y vivimos para ser felices, luego estamos llamados a encontrar la felicidad también en el trabajo.
Y aquí surge la pregunta central de este discurso: Si esto es así, ¿qué hacer para subordinar los objetivos empresariales, –el lucro y la responsabilidad– a la Felicidad? Alguien entre ustedes quizás se la plantea de modo más simple: “¿soy feliz en mi trabajo?”.
Esto es algo de lo que yo les puedo hablar, pero también algo que Ustedes, junto con sus familias, hoy nos van a mostrar. La necesidad de incorporar una ética –todo ese conglomerado de valores y virtudes– a la empresa. La convicción de que somos en todos nuestros actos, y precisamente a través de ellos colaboradores en el plan creacional de Dios; que estamos al servicio de la humanidad; que la Fe, la Esperanza y el Amor están por encima de cualquier otro fin económico…; en definitiva que el “capital moral” (es decir: la excelencia del carácter, la posesión y práctica de las virtudes, la integridad personal), es más importante para el éxito de una empresa que el capital humano, intelectual, social o patrimonial.
Soy muy consciente, como lo son ustedes, de que en la práctica contemporánea existe una relación de desconfianza, cuando no un divorcio, entre el universo de la ética y el mundo empresarial, que puede tener su fundamento en alguna de las siguientes consideraciones:
1.- los negocios pertenecen a un mundo donde es preciso olvidarse de la ética, porque el negocio tiene sus propias reglas;
2.- La tarea de la empresa consiste en maximizar los beneficios (dinero, prestigio, poder) y, por consiguiente, como en la guerra, cualquier medio es válido y queda justificado si conduce al fin deseado, porque no hay valor superior que el de los resultados (utilitarismo).
3.- La ética tiene lugar en cuanto se alimenta a unos mínimos que coinciden con el cumplimiento de la legalidad y la sujeción a las leyes del mercado (lealtad a la conciencia personal y cumplimiento de la legalidad vigente) (Legalismo relativista).
Pero la empresa no se puede reducir a una institución económica. Y el objetivo de rentabilidad no puede opacar su realidad trascendente, en cuanto que toda actividad humana (el trabajo) es constructor de humanidad y camino de Redención. Esto es algo de lo que vamos a aprender esta tarde desde el testimonio vivo de quienes han hecho posible este proyecto, que Dios ya ha bendecido y que pedimos siga bendiciendo siempre.
Para no dilatar mucho el discurso y dejar que sean los mismos anfitriones quienes nos permitan vivenciar esta rica experiencia, simplemente quiero terminar enumerando un decálogo para el empresario católico, ideario para la empresa solidaria y activa que privilegia la dignidad de la persona humana en su integridad y promueve la Responsabilidad Social.
1.- Aceptamos la existencia y el valor trascendente de una Ética Empresarial, a cuyos imperativos sometemos todas nuestras motivaciones, intereses, actividades y cada una de nuestras decisiones.
2.- Estamos convencidos de que la empresa, más allá de su función económica productora de bienes y servicios, tiene una función social que se realiza a través de la promoción de los que en ella trabajan y de la comunidad en la cual debe integrarse. En el desempeño de esta función encontramos uno de los más nobles estímulos a nuestra autorrealización.
3.- Juzgamos que la empresa es un servicio a la comunidad, debiendo estar abierta a todos los que desean dar a sus capacidades y a sus potencialidades un destino social y creador, pues consideramos obsoleta y anacrónica la concepción puramente individualista de la empresa.
4.- Consideramos las utilidades como un índice de que una empresa es técnica, económica y financieramente sana y como la justa remuneración del esfuerzo, de la creatividad y de los riesgos asumidos. Repudiando pues la idea de las utilidades como la única razón de la actividad empresarial.
5.- Comprendemos como un compromiso ético las exigencias que, en nombre del bien común, son impuestas a la empresa especialmente por la legislación fiscal y por el derecho laboral.
6.- Tenemos la convicción de que nuestra actividad empresarial debe contribuir al desarrollo humano integral y la promoción del hombre y la mujer desde un trabajo digno y estable que permita a cada uno ser protagonista de su propio desarrollo y artífice de su propia historia.
7.- Consideramos colaboradores nuestros a todos los que trabajan con nosotros, en cualquier nivel de la estructura empresarial. Respetamos en todos, sin discriminación, en su dignidad esencial de personas humanas; queremos motivarlos a una adhesión responsable a los objetivos del bien común despertando sus potencialidades y llevándolos a participar cada vez más de la vida de la empresa.
8.- Consideramos como importante objetivo de la empresa, elevar constantemente los niveles de su productividad, siempre acompañada por el crecimiento paralelo de la parte que por imperativo de la justicia social, corresponde a los asalariados.
9.- Nos comprometemos a dar a todos nuestros colaboradores las mejores condiciones de trabajo, de calificación profesional, de seguridad personal, laboral y familiar, de modo que la vida en la empresa sea para todos un factor de plena realización como personas humanas.
10.- Proponemos, por último, –aunque sin pretender agotar una enumeración que podría ser ilimitada–, que el trabajo, todo trabajo, sea testimonio de la dignidad del hombre, de su dominio sobre la creación. Sea ocasión de desarrollo de la propia personalidad. Sea vínculo de unión con los demás seres, y fuente de recursos para sostener a la propia familia; medio de contribuir a la mejora de la sociedad, en la que se vive, y al progreso de toda la Humanidad.
Para un cristiano –y nosotros lo somos–, todas estas perspectivas se alargan y se amplían. Porque el trabajo aparece como participación en la obra creadora de Dios y porque, además, al haber sido asumido por Cristo, el trabajo se nos presenta como realidad redimida y redentora: como medio y camino de santidad, como realidad santificable y santificadora. Para el cristiano cualquier trabajo honrado realizado con perfección y rectitud, ya sea importante o humilde a los ojos de los hombres, es siempre ocasión de dar gloria a Dios y de servir a los demás.
Se trata de santificar el mundo desde dentro. Cristo no nos pide un poco de santidad, sino mucha santidad. Quiere, sin embargo, que la alcancemos, no con acciones extraordinarias, sino a través de las acciones corrientes; es el modo de realizarlas el que no debe ser común. En la calle, en la oficina, en la fábrica, nos santificamos, con tal de que desarrollemos con competencia nuestros deberes, por amor a Dios y con alegría, de modo que el trabajo no sea la "tragedia de cada mañana", sino la "sonrisa cotidiana".
Así lo vivió siempre Santa Rita de Casia, como mujer, como esposa, como madre, y como religiosa. A ella dedicamos hoy esta nueva fábrica implorando su protección permanente al tiempo que procedemos a pedir la bendición de Dios para estas instalaciones y todos los aquí presentes.
¡Queridos hermanos, … y todos los presentes, santifiquen el mundo desde dentro!
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