Comentario a la lectura de San Pablo en la Hora de Tercia de la Liturgia de las Horas
Queridos Hermanos:
Este texto de
El primer imperativo es muy frecuente en las Cartas de San Pablo, es más, se podría decir que es casi el “cantus firmus” de su pensamiento: “gaudete”.
En una vida tan atormentada como la suya, una vida plena de persecuciones, de hambre, de todo tipo de sufrimientos, aún permanece siempre una palabra clave: “gaudete”.
Nace aquí la pregunta: ¿es posible ordenar la alegría? La alegría, diríamos, se da o no se da, pero no puede ser impuesta como un deber. Y aquí nos ayuda pensar en el texto más conocido sobre la alegría de las Cartas paulinas, aquél de la “Domenica Gaudete”, en el corazón de
Aquí escuchamos por qué Pablo, en todos los sufrimientos, en todas las tribulaciones, podía no sólo decir a los otros “gaudete”: Lo podía decir porque en él mismo la alegría estaba presente. “Gaudete, Dominus enim prope est”.
Si el amado, el amor, el más grande don de mi vida, está cerca, si puedo estar convencido que aquel que me ama está cerca de mí, también en las situaciones de tribulación, queda en el fondo del corazón la alegría que es más grande que todos los sufrimientos.
El apóstol puede decir “gaudete” porque el Señor está cerca de cada uno de nosotros. Y así, este imperativo es en realidad una invitación para darse cuenta de la presencia del Señor cerca de nosotros. Es una sensibilización por la presencia del Señor. El Apóstol quiere hacer que estemos atentos a esta –escondida pero muy real– presencia de Cristo cerca de cada uno de nosotros. Para cada uno de nosotros son verdaderas las palabras del Apocalipsis: yo toco a la puerta, escúchame, ábreme.
Es entonces también una invitación a ser sensibles por esta presencia del Señor que llama a mi puerta. No estar sordos a Él, porque los oídos de nuestros corazones están tan llenos de ruidos del mundo que no podemos sentir esta silenciosa presencia que llama a nuestras puertas. Reflexionemos, en el mismo momento, si estamos verdaderamente disponibles a abrirle las puertas de nuestro corazón; o quizás este corazón está lleno de tantas otras cosas que no hay espacio para el Señor y por el momento no tenemos tiempo para Él. Y así, insensibles, sordos a su presencia, llenos de otras cosas, no escuchamos lo esencial: Él llama a la puerta, nos está cerca y así está cerca la verdadera alegría, que es más fuerte que todas las tristezas del mundo, de nuestra vida.
Recemos entonces, en el contexto de este primer imperativo: Señor, haznos sensibles a Tu presencia, ayúdanos a escuchar, a no estar sordos a Ti, ayúdanos a tener un corazón libre, abierto a Ti.
El segundo imperativo “perfecti estote”, así como se lee en el texto latino, parece coincidir con la palabra resumen del Sermón de
Esta palabra nos invita a ser aquello que somos: Imagen de Dios, seres creados con relación al Señor, espejo en el que se refleja la luz del Señor. No vivir el cristianismo al pie de la letra, no escuchar
Y así, este imperativo puede ser también una invitación al examen de conciencia regular, para ver cómo está mi instrumento, hasta que punto está dañado, no funciona más, para buscar retornar a su integridad. Es también una invitación al Sacramento de
Después “exortamini invicem”. La corrección fraterna es una obra de misericordia. Ninguno de vosotros se ve bien a sí mismo, ve bien sus faltas. Es un acto de amor, para ser complemento el uno del otro, para ayudar a verse mejor, a corregirse. Justamente una de las funciones de la colegialidad es aquella de ayudarnos, en el sentido también del imperativo precedente, de conocer las lagunas que nosotros mismos no queremos ver –“ab occultis meis munda me” dice el Salmo– de ayudarnos para que estemos abiertos y podamos ver estas cosas.
Naturalmente, esta gran obra de misericordia, ayudarnos los unos a los otros para que cada uno pueda realmente encontrar la propia integridad, la propia funcionalidad como instrumento de Dios, exige mucha humildad y amor. Sólo si proviene de un corazón humilde que no se pone sobre el otro, no se considera mejor que el otro, sino solamente humilde instrumento para ayudarse recíprocamente. Sólo si se siente esta profunda y verdadera humildad, si se siente que estas palabras vienen del amor común, del afecto colegial en el cual queremos servir juntos a Dios, podemos en este sentido ayudarnos con un gran acto de amor. También aquí el texto griego aumenta cierto matiz, la palabra griega es “paracaleisthe”; es la misa raíz de la que viene la palabra “Paracletos, paraclesis”, consolar. No sólo corregir, sino también consolar, compartir los sufrimientos del otro, ayudarlo en las dificultades. Y también esto me parece un gran acto de verdadero afecto colegial. En las tantas situaciones difíciles que nacen hoy en nuestra pastoral, alguno se encuentra realmente un poco desesperado, no ve cómo puede salir adelante. En aquel momento tiene necesidad de consuelo, tiene la necesidad de que alguien esté con él en su soledad interior y realice la obra del Espíritu Santo, el Consolador: Aquella de dar aliento, de llevarnos juntos, de apoyarnos mutuamente, ayudados por el Espíritu Santo mismo que es el Gran Paráclito, el Consolador, nuestro Abogado que nos ayuda. Por lo tanto, es una invitación a hacer de nosotros mismos “ad invicem” la obra del Espíritu Santo Paráclito.
“Idem sapite”: Escuchamos detrás de la palabra latina la palabra “sapor”, “sapore”: Tened el mismo sabor por las cosas, tened la misma visión fundamental de la realidad, con todas las diferencias que no sólo son legítimas sino también necesarias, pero tened “eundem sapore”, tened la misma sensibilidad. El texto griego dice “froneite”, la misma cosa. Es decir, tened el mismo pensamiento sustancialmente. ¿Cómo podríamos tener en sustancia un pensamiento común que nos ayude a guiar juntos
Y en este punto podemos pensar también en “touto froneite”, en otro texto de
Esta es la última profundización de esta advertencia del Apóstol: Pensar con el pensamiento de Cristo. Y podemos hacerlo leyendo
Y así el último imperativo “pacem habete et eireneuete”, es casi el resumen de los cuatro imperativos precedentes, estando así en unión con Dios que es nuestra paz, con Cristo que nos ha dicho: “pacem dabo vobis”. Estamos en la paz interior, porque estar en el pensamiento de Cristo une nuestro ser. Las dificultades, los contrastes de nuestra alma se unen, se han unido al original, a aquello de lo que somos imagen con el pensamiento de Cristo. Así nace la paz interior y sólo si estamos fundados en una profunda paz interior podemos ser personas de la paz también en el mundo, para los otros.
Aquí la pregunta, ¿Esta promesa está condicionada por los imperativos? ¿Es decir, sólo en la medida en que nosotros podemos realizarlos, este Dios de la paz está con nosotros? ¿Cómo es la relación entre imperativo y promesa?
Yo diría que es bilateral, es decir la promesa precede los imperativos y hace realizables los imperativos y siga también tal realización de los imperativos. Es decir, antes de todo cuanto hacemos nosotros, el Dios del amor y de la paz se ha abierto a nosotros, está con nosotros. En
Y finalmente en
Pero vale, por otro lado, en la medida en que nosotros realmente entramos en esta presencia que ha donado, en este don ya presente en nuestro ser. Crece naturalmente su presencia, su ser con nosotros.
Y recemos al Señor para que nos enseñe a colaborar con su gracia precedente y esté así realmente siempre con nosotros. ¡Amén!