Señor presidente,
Excelencias,
Señoras y señores:
Como amable acto de hospitalidad, el Presidente Peres nos ha acogido aquí, en su residencia, ofreciéndome la posibilidad de saludaros a todos y de compartir, al mismo tiempo, con ustedes alguna breve consideración. Señor Presidente, le agradezco por la cálida acogida y por sus amables palabras de saludo, que de corazón le devuelvo. Agradezco también a los músicos que nos han entretenido con su elegante ejecución.
Señor Presidente, en el mensaje de felicitación que le envié con motivo de su toma de posesión, recordaba con placer su ilustre testimonio en el servicio público marcado por un fuerte empeño en perseguir la justicia y la paz.
Hoy deseo asegurarle a usted junto al primer ministro Netanyahu y a su Gobierno apenas formado, como también a todos los habitantes del Estado de Israel, que mi peregrinación a los santos lugares es de oración por el precioso don de la unidad y la paz para el Medio Oriente y toda la humanidad. De hecho, rezo cotidianamente para que la paz nacida de la justicia regrese a Tierra Santa y a toda la región, trayendo la seguridad y la renovada esperanza para todos.
La paz es ante todo un don divino. La paz de hecho es la promesa del Omnipotente a todo el género humano y custodia la unidad. El libro del profeta Jeremías leemos: "Bien me sé los pensamientos que pienso sobre vosotros -oráculo del Señor- pensamientos de paz y no de desgracia, de daros un porvenir de esperanza" (29,11). El profeta nos recuerda la promesa del Omnipotente que "se dejará encontrar", que "escuchará", que "nos reunirá". Pero hay también una condición: debemos "buscarlo" y "buscarlo con todo el corazón" (cfr ibid. 12-14).
A los líderes religiosos hoy presentes quisiera decirles que la contribución particular de las religiones en la búsqueda de la paz se funda primariamente sobre la búsqueda apasionada y concorde de Dios.
Nuestra es la tarea de proclamar y testimoniar que el Omnipotente está presente y se puede conocer aun cuando aparece escondido a nuestra vista, que Él actúa en nuestro mundo para nuestro bien, y que el futuro de la sociedad está marcado por la esperanza cuando vibra en armonía con el orden divino.
Es la presencia dinámica de Dios la que reúne a los corazones y asegura la unidad. De hecho, el fundamento único de la unidad entre las personas está en la perfecta unicidad y universalidad de Dios, que ha creado al hombre y la mujer a su propia imagen y semejanza para conducirnos dentro de su vida divina, para que todos puedan ser una sola cosa.
Por tanto, los líderes religiosos ser conscientes de que cualquier división o tensión, cualquier tendencia a la introversión o a la suspicacia entre los creyentes o entre nuestras comunidades, puede llevar fácilmente a la contradicción que oscurece la unidad el Todopoderoso, traiciona nuestra unidad y contradice a Aquel que se revela como "abundante de amor y fidelidad" (Éxodo 34, 6; Salmo 138,2; Salmo 85, 11).
Queridos amigos, Jerusalén, que desde hace largo tiempo ha sido un cruce de caminos para pueblos de origen diverso, es una ciudad que permite a judíos, cristianos y musulmanes tanto asumir su deber como gozar del privilegio de dar juntos testimonio de la convivencia pacífica deseada durante largo tiempo por los adoradores del único Dios; de revelar el plan del Omnipotente, anunciado a Abraham, de la unidad de la familia humana; y de proclamar la verdadera naturaleza del hombre como buscador de Dios. Empeñémonos por tanto en hacer la resolución de asegurar a través de la enseñanza y la guía de nuestras respectivas comunidades para asistir así a los creyentes para que lo sean verdaderamente, conscientes siempre de la infinita bondad de Dios, la inviolable dignidad de toda persona humana y la unidad de toda la familia humana.
Las Sagradas Escrituras nos presentan un entendimiento de lo que es seguridad. De acuerdo a la usanza judía la seguridad –batah– surge de la confianza y se refiere no solamente a la ausencia de amenazas sino también al sentimiento de calma y autoconfianza. En el libro del profeta Isaías leemos sobre un tiempo de bendición divina: "Al fin será derramado desde arriba sobre nosotros espíritu Se hará la estepa un vergel y el vergel será considerado como selva. Reposará en la estepa la equidad, y la justicia morará en el vergel, el producto de la justicia será la paz, el fruto de la equidad, una seguridad perpetua" (32, 15-17). La seguridad, la integridad, la justicia y la paz. En el designio de Dios para el mundo, estas son inseparables. Lejos de ser simplemente productos del esfuerzo humano, son valores que surgen de las relaciones fundamentales de Dios con el hombre, y son patrimonio común en el corazón de cada individuo.
Sólo hay un camino para proteger y promover estos valores: ¡ejercitarlos! ¡vivirlos! Ningún individuo, ninguna familia, ninguna comunidad o nación está exenta del deber de vivir en la justicia y de trabajar por la paz. Naturalmente, se espera que líderes cívicos y políticos deben asegurar una justa y adecuada seguridad para las personas por quienes han sido elegidas para servir. Este objetivo forma parte de la correcta promoción de los valores comunes a la humanidad y por ello no pueden entrar en conflicto con la unidad de la familia humana.
Los valores y los fines auténticos de una sociedad, que siempre tutelan la dignidad humana, son indivisibles, universales e interdependientes (cfr Discurso a las Naciones Unidas, 18 de abril de 2008). No pueden ser satisfechos cuando caen en intereses particulares o son convertidos poco a poco en mera política. El verdadera interés de una nación siempre debe buscar la justicia para todos.
Amables señoras y señores, seguridad duradera es un asunto de confianza, nutrida en la justicia e integridad y sellada a través de la conversión de los corazones que nos hacen mirar a los otros a los ojos, y reconoce allí al 'tú', como mi igual, mi hermano, o mi hermana. De esta forma ¿no se convertiría quizás la misma sociedad en "un jardín colmado de frutos" (cfr Isaías 32,15), que no esté marcado por bloqueos y obstrucciones sino por la cohesión y la armonía? ¿No podría convertirse en una comunidad de nobles aspiraciones, donde a todos con agrado se les da acceso a la educación, a la vivienda familiar, a la posibilidad de empleo, una sociedad dispuesta a edificar sobre los fundamentos duraderos de la esperanza?
Para concluir, deseo dirigirme a las familias de estas ciudad, de esta tierra. ¿Qué padres alguna vez han querido la violencia o la desunión para sus hijos o hijas? ¿Qué fin político humano puede servirse del conflicto y la violencia? Escucho el llanto de quienes viven en esta tierra pidiendo justicia, paz, respeto por su dignidad, por la seguridad duradera, una vida cotidiana libre del temor de las amenazas externas y la violencia sin sentido. Sé que un considerable número de hombres y mujeres jóvenes están trabajando por la paz y la solidaridad a través de programas culturales e iniciativas compasivas, son lo suficientemente humildes para personar y tienen el valor de luchar por su sueño que es su derecho.
Señor Presidente, le agradezco por la cortesía que me ha demostrado y le aseguro una vez más mis oraciones por el Gobierno y por todos los ciudadanos de este Estado. Que la auténtica conversión del corazón de todos pueda conducir a un empeño más decidido por la paz y la seguridad a través de la justicia para cada uno.
¡Shalom!