Señor Presidente,
Señor Primer Ministro,
Excelencias, señoras y señores,
Gracias por vuestra calurosa acogida en el Estado de Israel, una tierra que para muchos millones de creyentes en todo el mundo es santa; una tierra santificada por los pasos de los patriarcas y los profetas, una tierra que los cristianos veneran especialmente porque fue el lugar de la vida, muerte y resurrección de Jesucristo. Yo, como muchos otros antes, vengo a rezar en los santos lugares, a rezar en especial por la paz, paz aquí en Tierra Santa y en todo el mundo. Tomo mi lugar en una larga fila de peregrinos cristianos a estos lugares, una fila que se remonta en el tiempo hasta los primeros siglos de la historia cristiana y que, estoy seguro, seguirá prolongándose en el futuro. Como muchos otros antes que yo, vengo para rezar en los lugares santos, a rezar de forma especial por la paz - paz aquí en Tierra Santa y paz en todo el mundo.
Señor presidente, la Santa Sede y el Estado de Israel comparten muchos valores, sobre todo el de dar a la religión el lugar que le corresponde en la vida de la sociedad. La justa ordenación de las relaciones sociales presupone y requiere el respeto de la libertad y la dignidad de todo ser humano que cristianos, musulmanes y judíos creen que ha sido creado por un Dios amoroso y que está destinado a la vida eterna. Cuando la dimensión religiosa de la persona se niega o margina, se tambalean las bases de la justa comprensión de los derechos humanos inalienables.
Trágicamente, el pueblo judío ha sufrido las terribles consecuencias de las ideologías que niegan la dignidad fundamental de la persona. Es justo y adecuado que, durante mi estancia en Israel, tenga la oportunidad de rendir homenaje a la memoria de los seis millones de judíos víctimas de la Shoah y de rezar para que la humanidad no vuelva a ser testigo de un crimen de magnitud semejante. Tristemente, el antisemitismo sigue levantando su repugnante cabeza en muchas partes del mundo. Es absolutamente inaceptable. Hay que hacer todos los esfuerzos posibles para combatir el antisemitismo en cualquier lugar y para promover el respeto y la estima por los miembros de todo pueblo, tribu, lengua y nación del mundo.
Durante mi estancia en Jerusalén tendré el placer de encontrar a muchos de sus líderes religiosos. Las tres religiones monoteístas comparten una veneración especial por esa ciudad santa. Espero fervientemente que todos los que peregrinan a los santos lugares accedan a ellos libremente y sin restricciones para tomar parte en las ceremonias religiosas y fomentar la digna conservación de los edificios de culto en los espacios sacros. Que puedan cumplirse las palabras de la profecía de Isaías, según el cual muchas naciones afluirán al monte de la Casa del Señor, para que Él les enseñe sus caminos y éstos puedan caminar por sus senderos, senderos de paz y de justicia, senderos que llevan a la reconciliación y a la armonía (cfr Isaías 2,2-5).
Aunque el nombre de Jerusalén significa "ciudad de la paz", es evidente que durante décadas la paz ha escapado trágicamente de los habitantes de esta tierra santa. Los ojos del mundo están fijos en los pueblos de esta región en su lucha por alcanzar una solución justa y duradera a los conflictos que han causado tantos sufrimientos. Las esperanzas de innumerables hombres, mujeres y niños en un futuro más seguro y estable dependen del resultado de las negociaciones de paz entre israelíes y palestinos. Unido a todas las personas de buena voluntad suplico a sus responsables que exploren todos los caminos posibles para resolver con justicia las dificultades pendientes de modo que ambos pueblos vivan en paz en su propia patria con fronteras seguras y reconocidas internacionalmente. A este respecto, espero y rezo para que se cree pronto un clima de mayor confianza que haga posible que las partes progresen realmente en el camino de la paz y la estabilidad.
A los obispos y a los fieles católicos hoy aquí presentes les dirijo una especial palabra de saludo. En esta tierra donde Pedro recibió la tarea de apacentar a las ovejas del Señor, llego como sucesor de Pedro para realizar mi ministerio en medio de vosotros. Será mi especial alegría unirme a vosotros para concluir las celebraciones del Año de la Familia, que tendrán lugar en Nazaret, patria de la Sagrada Familia de Jesús, María y José. Como dije en mi mensaje para la Jornada Mundial de la Paz,. La familia es la primera e indispensable maestra de paz y por lo tanto tiene un papel esencial para sanar las divisiones de la sociedad humana en todos los niveles. Hablo ahora a las comunidades cristianas de Tierra Santa: mediante vuestro testimonio fiel de aquel que predicó el perdón y la reconciliación, con vuestro compromiso de defender el carácter sacro de toda vida humana, podéis dar una contribución particular al fin de las hostilidades que han afligido durante tanto tiempo esta tierra. Rezo para que vuestra presencia continua en Israel y en los Territorios Palestinos sea fructuosa para promover la paz y el respeto mutuo entre los pueblos que viven en las tierras de la Biblia.
Señor Presidente, Señoras y Señores, una vez más os agradezco por vuestra acogida y os aseguro mis sentimientos de buena voluntad. ¡Que Dios de fuerza a su pueblo! ¡Que Dios bendiga a su pueblo con la paz!