Ver también DEMONOLOGIA, EXORCISMO, EXORCISTA, POSESIÓN

(Gr. Daimonikos, daimonizomenos, poseídos por un demonio).

La idea de una posesión demoníaca, por la cual un hombre queda endemoniado, que es poseído o controlado por un demonio, estaba presente en muchas etnias religiosas de la antigüedad, y de hecho se encuentra de una u otra forma donde sea que exista la creencia de la existencia de demonios, y eso es prácticamente en todas partes ( DEMONOLOGIA ). Aquí, sin embargo, estamos preocupados principalmente por las posesiones demoníacas en el Nuevo Testamento, para esto es de muchas maneras el más digno de atención, y sirve como una medida para juzgar casos en cualquier parte. Mas allá, preguntas con respecto a estos otros casos y las prácticas generales de la Iglesia, con respecto a aquellos que están poseídos por espíritus malignos serán tratadas en otros artículos ( EXORCISMO, OBSESION ).

Entre los muchos milagros, grabados en el evangelio, se les da especial importancia a las expulsiones de diablos o demonios (daimon, daimonion). Así, en San Marcos, la primera de las maravillas es la expulsión de un diablo de un demoníaco, el hombre “con un espíritu impuro” (en pneumati akatharto) en la sinagoga en Cafarnaúm. Y San Pedro así describe la misión y los milagros de Cristo: "Jesús de Nazareth: cómo Dios lo ungió con el Espíritu Santo, y con el poder, para ir haciendo el bien, sanando a todos aquellos q estaban oprimidos por el diablo" (tous katadynasteuomenous upo tou diabolou -- Actos 10:38). La razón para el énfasis así colocado en expulsar a los demonios no es difícil de hallar. Para los milagros de Cristo, como San Agustín dice, es tanto los actos como las palabras. Son trabajos hechos en el testimonio de Su poder y Su misión Divina -y son palabras porque tienen un significado profundo. En ambos estos aspectos, la expulsión de diablos parece tener una superioridad especial. Pocos, si cualquiera, de las maravillas se pueden mencionar para dar una prueba llamativa de un poder encima de la orden de la naturaleza. Y por esta razón nosotros encontramos que los discípulos parecen más haber sido impresionado por este que por los otros poderes concedidos: "Aún los diablos son sumisos a nosotros." Y como, cuándo Él calmó la tempestad en el mar, ellos lloraron: "¿Usted quien piensa que sea esto, quién ordena ambos los vientos y el mar, y ellos Lo obedecen?" (Lucas, viii, 25). Así que los que vieron la expulsión del diablo en Capharnaum preguntaron: "¿Qué cosa es esto? ¿Qué es esta doctrina nueva? Con el poder, El ordena aún a los espíritus impuros, y ellos Lo obedecen" (Marcos, I, 27). De la misma manera se puede decir que estas maravillas hablan en una manera especial y muestran adelante el significar de Su misión, para Él habían venido a romper el poder de Satán y liberar a los hombres de su estado de servidumbre. Es así que Cristo mismo, en la víspera de Su Pasión, habla de la gran victoria que El estaba a punto de alcanzar por Su Cruz en el Calvario: "Ahora es el juicio del mundo: Ahora el príncipe de este mundo será expulsado" (Juan, xii, 31). Ese expulsión es simbolizada en la liberación de cada poseído. Ellos quizás estén también en la esclavitud del pecado y necesitados del perdón. Tal vez tengan alguna debilidad corporal y necesiten curación; sin embargo, no fue por esto que ellos fueron nombrados poseídos, sino porque un espíritu malo había entrado literalmente en ellos, y tomado posesión de ellos, para controlar y dirigir, o para entorpecer quizás sus poderes físicos, por ejemplo para hablar a través de sus órganos vocales, o para atar sus lenguas. Y aunque esta posesión quizás se asocie con el pecado, este no era necesariamente el caso; paro a veces esta aflicción puede recaer en una persona inocente, como en el caso del chico que había sido poseído desde su infancia (Marcos 9:20). Así que no es necesario suponer que había cualquier tipo de debilidad corporal en la persona, que no sea otra que la posesión misma, aún en el caso de aquellos descrito como ciegos o mudos así como también ser poseído por un demonio. Para esto puede ser -y en algunos lugares puede parecer que esto es sugerido por el texto - que la sordera u otra enfermedad no se deban a un defecto en los órganos, pero si al hecho que su actividad normal es entorpecida por el diablo que lo posee. De aquí en adelante, cuando su influencia y restricción se alejan, la enfermedad desaparece inmediatamente. Es de esta manera que estos casos de posesión de demoníaca han sido tratados constantemente por comentaristas Católicos, eso deberá decir, las palabras de la Escritura se han tomado literalmente, y entendido para significar que un espíritu malo, uno de los ángeles caídos, ha entrado en el endemoniado, que este espíritu puede hablar a través de la voz de la persona endemoniada, pero que no es el hombre, sino el espíritu el que habla, y que solo por la orden de Cristo o de uno de Sus sirvientes el espíritu malo pueda ser arrojado, y la persona poseída liberada. Y aunque nuestros comentaristas y teólogos han tratado el tema de obsesión con su plenitud acostumbrada de detalle y discriminación crítica, por mucho tiempo hubo la pequeña ocasión para alguna defensa determinada de esta interpretación y la aceptación literal de la doctrina Bíblica en esta cuestión. Pero aún en los días de los primeros Reformistas, donde tantas doctrinas tradicionales se llamaron groseramente en cuestión, no había disposición para disputar la realidad de la posesión de demoníaca. Los primeros Protestantes quizás no acepten los reclamos de la Iglesia acerca del poder de exorcizar los malos espíritus, como negaron plenamente los poderes sacramentales más altos del sacerdocio Cristiano, pero no tuvieron reparo para dudar ni para negar la existencia de espíritus malos y la realidad de la influencia y la actividad Satánica. Ni es sorprendente, que desde el inicio del Protestantismo hubo un marcado aumento en las prácticas supersticiosas, y por un largo tiempo, en los países Católicos protestantes, los hombres estaban prontos a ser demasiado crédulos en estas cuestiones, y para exagerar la extensión de la obsesión, de la brujería, y del trato con malos espíritus. Es innecesario decir, que toda la doctrina tradicional, sobre esta cuestión fue rechazada por los filósofos Escépticos del siglo dieciocho. Y con la extensión de nuevas ideas en la edad de la revolución y la economía política y de la ciencia práctica, pareció, por un tiempo de todos modos, a principios del siglo diecinueve, que las viejas creencias supersticiosas, sobre espíritus y brujería sufrían una muerte natural. La mayoría de los hombres educados eran incrédulos acerca de alguna agencia diabólica en este mundo, aunque ellos retuvieran alguna creencia oscura sobre la existencia de malos espíritus en otra esfera. Pero con una contradicción feliz, muchos que rechazaron como supersticiosos todos los otros casos pretendidos de obsesión, profesaron todavía su creencia en la narrativa del Evangelio, con sus numerosos endemoniados y sus exorcismos milagrosos. Por supuesto era posible, por lo menos en el sumario, y sin hacer un examen demasiado minucioso de los hechos, tener una teoría acerca de que la posesión había acontecido realmente de viejo y que cesó enteramente. Para todo debe admitir, que de todos modos no ocurre con la misma frecuencia en todas las edades, ni en cada tierra, de manera semejante. Pero una cosa es disputar el hecho y otra negar la posibilidad de la posesión demoníaca en tiempos medievales o modernos. Puede ser un gran error, pero no hay una contradicción implicada en decir que esa obsesión aconteció de viejo pero no acontece ahora; es seguramente otra cuestión si decimos que estas cosas no pueden ocurrir ahora, que ellas son intrínsecamente imposibles. Y aunque ellas tal vez no estén completamente conscientes de sus propios motivos, es de temer que esta haya sido realmente la posición adoptada por los que rechazan todos casos de posesión demoníaca, exceptuando aquellos que son registrados en el Nuevo Testamento. Es verdad que algunos se proveen de una razón teológica, o Bíblica, para esta limitación. Pero ellos nos dicen que la posesión era verdaderamente posible antes de la Muerte de Cristo, pero desde la gran victoria, el poder de Satán se quebrantó, o, en el lenguaje de las Escrituras, él ha sido atado, para que nunca mas pueda ganar posesión sobre los cuerpos de los hombres. Se puede permitir libremente que no hay contradicción inconsistencias implicadas en admitir los casos del Evangelio, de obsesión, y de negar los otros, si esta es la verdadera razón para hacer la distinción. Pero es difícil de creer que esta sea realmente la base para rechazar todos los casos posteriores como irreales.

Pero a fin de cuentas, esta doctrina acerca de la encuadernación de Satán y el consecuente cesar de la obsesión es a lo sumo una conjetura teológica supone (ver DIABLO) y una interpretación plausible de un texto misterioso, y como tal, puede proporcionar apenas una base para una conclusión cierta. Y se puede decir con seguridad que aquellos que niegan todos los casos modernos o medievales de obsesión, están generalmente muy seguros de su conclusión. Hay una dificultad adicional en el hecho que los casos de la obsesión se registran en el Nuevo Testamento como sucedidos después de la muerte de Cristo.

Era sin duda debido a la fuerza de estas objeciones o a un deseo por encontrar algunos medios de reunir o evadirlos, que la escuela Racionalista de la crítica Bíblica Alemana se puso la tarea de proporcionar una nueva interpretación de los casos de posesión demoníaca del Evangelio. Los viejos filósofos libre pensadores y los agresores de la religión revelada, negaron embotadamente el hecho de la obsesión, y afirmaron que los demoníacos eran meramente locos, que sufrían de epilepsia, o de manía, o alguna otra forma de enajenación mental, y esa superstición Judía había atribuido la enfermedad a la presencia de un espíritu malo. La antigua escuela de teólogos Racionalistas Alemanes intentó modificar este punto de vista acerca de la cuestión y así interpretar el Texto Sagrado para reconciliar la explicación naturalista con la reverencia debida al Evangelio y para la sabiduría del Divino Redentor. Así ellos aceptaron el panorama que los demoníacos eran meramente locos, y que era solo una superstición popular que hacía que se imaginaran que estaban poseídos por diablos. Hasta ahora estos teólogos concordaron con los escritores infieles. Pero, en vez de hacer de la confusión entre la locura y la posesión un suelo de ataque en el Evangelio, pasaron a explicar que Cristo supo verdaderamente la realidad y sólo se acomodó a las ideas de Sus ignorantes oyentes, que eran incapaces de agarrar los hechos verdaderos, y que esta era la manera más sabia de dirigirlos en la verdad.

Uno de estos intérpretes procura explicar las respuestas al espíritu malo en Cafarnaum por el método adoptado por los doctores, en tratar con los que sufren bajo un engaño. Los mejores medios para curarlos son a menudo hallados en una adopción afectada del engaño del paciente, por ejemplo, si se imagina que tiene que experimentar alguna operación, el doctor fingirá realizarla. En la misma manera se sugiere que la creencia supersticiosa en la posesión demoníaca prevaleció entre los judíos en el tiempo de Cristo (y si verdadero o falso ciertamente prevaleció entre ellos), y en estas circunstancias un loco puede muy bien estar bajo el engaño que él era un sujeto de esta obsesión imaginaria- y así un médico sabio quizás cure el engaño por medio de un exorcismo del espíritu malo inexistente.

La falacia acerca de este crudo Racionalismo fue criticada y expuesta por Strauss en su Vida crítica de Cristo, siglo diecinueve (Das Leben Jesu, ix). El indica que tales interpretaciones no sólo no tienen base en el texto, sino que hay mucho allí que simplemente las contradice. El crítico, observa, atribuye realmente las ideas de su propio tiempo a los que vivieron en el primer siglo. Y verdaderamente, una averiguación más cercana de la evidencia puede ser suficiente para mostrar que esta exégesis Racionalista es contradictoria en si misma y choca con el testimonio de los documentos en que se profesa ser fundado. Se puede admitir que hay un elemento de verdad en la noción general y que puede haber alguna condescendencia o alojamiento donde un maestro culto dirige a una grosera e inculta audiencia, y uno que no puede en alguna medida se adapta a sus concepciones y hábitos crudos de pensamiento y expresión puede también los dirige en una lengua extranjera. Se puede agregar que en el caso de un maestro Divino, las necesidades tienen alguna condescendencia con las bajas maneras del hombre. Y por esta razón San Gregorio Nazianzen lleva las palabras inspiradas de Escritura Santa al idioma sencillo en que una madre habla a sus pequeños. Su necesidad no nos sorprende, por lo tanto, encontramos que Cristo acomodó Sus palabras a las limitaciones de los que Lo oyeron.

Pero este principio no servirá para explicar Su manera de hablar y actuar con respecto a la cuestión de la posesión demoníaca, para la cual no caben los hechos. No es una pregunta acerca de alguna acción o expresión aislada y posiblemente ambigua, pero de muchos y varios actos y expresiones, todos sólido el uno con el otro, y con la creencia o el conocimiento que hay una verdadera posesión demoníaca, y totalmente incompatible con la interpretación que ha sido puesta sobre ellos por estos críticos. Puede ser un curso sabio al humor un loco que se imagina esta poseído, pretendiendo aceptar su creencia y la orden que el diablo le imparte, y en el caso de algún misionero moderno, del cual no conocemos más que el hecho que ha usado algunas palabras en un caso de supuesta posesión, quizás se pueda dudar si él mismo creyó en la posesión, o solo procuraba calmar a un loco utilizando su engaño. Pero seguramente sería de otro modo si encontramos al mismo misionero hablando de esta manera acerca de posesión demoníaca y demonios a otros que no son locos, y que sufren de esta dolorosa monomanía: si lo encontramos enseñando cómo los espíritus malos entran en un hombre y cómo, cuando son arrojados, vagan en lugares desolados. Mas esto es lo que encontramos verdaderamente en los Evangelios, donde Cristo no sólo dirige a los diablos y les manda que partan o se callen, y así los trata como personalidades distintas del hombre que es el sujeto de la posesión, pero habla de ellos en la misma manera que a Sus discípulos, a quienes él enseña una doctrina acerca de la posesión demoníaca. Así que de nuevo, puede ser sabio para un maestro religioso, tratar suavemente con las creencias de los ignorantes; puede sentirse que es imposible hacer todo a la vez, y que algunos errores solo pueden ser destruidos por medios gentiles y una gradual ilustración. Puede ser el mejor y más ilustrado profesor, que se encuentra a si mismo en el medio de una simple, crédula y supersticiosa población, se arrepentiría de adoptar las medidas duras y drásticas para deshacerse de estas supersticiones abrigadas y errores populares. Y aunque en este punto debemos hablar con alguna reserva, es posible que en tal caso el maestro, al intentar hacerse entender por sus oyentes, usará su propio idioma y transmitirá su propio mensaje de la verdad por medio de palabras y frases que, tomadas literalmente, pueden parecer dar algún semblante a estos errores populares.

Pero si esto es permisible o no, se puede afirmar seguramente que un maestro sabio y bueno no llevará su predica al punto de confirmar a sus oyentes en sus engaños. Y estos críticos en sí mismos pueden cuestionar apenas el hecho de que el tratamiento entero de la posesión demoníaca en los Evangelios ha tenido este efecto y ha confirmado y perpetuado la creencia en la verdadera posesión demoníaca.

Y por lo menos en estos días posteriores debe haber muchos que hayan abandonado toda creencia en la realidad o aún la posibilidad descubierta de cualquier posesión, pero que se sienten forzados a creer en la autoridad de Cristo y en el testimonio de los Evangelios. Ciertamente, si era posible aceptar esta interpretación de los antiguos Racionalistas, y considerar la actitud de Cristo como un alojamiento a creencias y supersticiones populares, se debe confesar que la economía pretendida tuvo consecuencias muy desgraciadas. Racionalistas posteriores, que ven la dificultad, o la imposibilidad de reconciliar este panorama con la evidencia de los Evangelios, han acudido a otras maneras de escape, y, como los otros elementos sobrenaturales y milagrosos en la narrativa del Evangelio, los casos de posesión demoníaca y las expulsiones de diablos se han explicado como partes de una leyenda mítica que ha crecido alrededor de la figura de Cristo, u otra vez han formado grupos para disputar la plenitud su conocimiento, o de la autenticidad y la veracidad de la narrativa. Esto no es el lugar para tratar con estos problemas de apologéticas; pero puede ser bueno decir una palabra en el suelo verdadero para el rechazo de la creencia en la verdadera posesión demoníaca. La tendencia ha sido negar la posibilidad de milagros o posesiones demoníacas. Y es a veces curioso que críticos que son tan audaces en poner límites al conocimiento de Cristo son a menudo extrañamente inconscientes de su propio conocimiento natural. En los principios metafísicos, podemos tener un no suelo válido para decidir que tal cosa como una obsesión demoníaca es imposible, y es más razonable, así como también más modesto, el curso para mantener los medios del conocimiento dentro de nuestro alcance y examinar la evidencia aducible para la ocurrencia verdadera de la obsesión. Si cualquiera ha examinado esta evidencia la ha encontrado insuficiente, su negación de la agencia demoníaca, si nosotros lo aceptamos o no, es de todos modos sujeto de respeto.

Pero pocos de los que han estado decididos en su rechazo de la obsesión u otras manifestaciones preternaturales o milagrosas han tomado cualquier aflicción para examinar la evidencia aducida. Al contrario, generalmente la han despedido con desprecio, como indigno de seria consideración. Baader está seguramente bien justificado cuando se queja de lo que él llama "el oscurantismo y dogmatismo Racionalista" en esta cuestión (Werke, IX, 109). Años más tarde, el magnetismo al que este agudo pensador llamaba la atención de los filósofos en el trabajo que hemos citado, y más recientemente el fenómeno del hipnotismo y espiritismo, ha ayudado a llevar a los críticos a una actitud más racional. Y con la debilitación de este crédulo prejuicio, muchas de las dificultades levantadas contra la posesión demoníaca en el Nuevo Testamento desaparecerán naturalmente.

Los casos de obsesión, mencionados en el Nuevo Testamento se pueden dividir ásperamente en dos clases. En el primer grupo se dan algunos hechos que, aún aparte del uso del término demonizado o algún otro término equivalente, quizás sea suficiente para mostrar que es un caso real de posesión demoníaca. Tal es el caso del "hombre con un espíritu impuro" en la sinagoga en Capharnaum (Marcos, i) y el demoníaco de Gerasene (Lucas, xi). En ambos casos, tenemos la evidencia de la presencia de un espíritu malo que traiciona el conocimiento más allá de los conocimientos de la persona demonizada o (en el caso postrero) manifiesta su poder en otra parte después que ha sido arrojado. En el segundo grupo pueden ser colocados esos casos en los que los signos de la posesión demoníaca no se nos dan tan claros e inconfundibles, por ejemplo la mujer que tuvo un espíritu de enfermedad (Lucas, xiii, 11). Aquí, aparte de las palabras, espíritu y a quien Satán a poseído, no hay nada aparente para distinguir el caso de una enfermedad ordinaria. Una cuidadosa consideración del aspecto médico de la posesión demoníaca, ha sido asociado muchas veces con una negación de la agencia demoníaca. Pero esto no es necesario, y, correctamente entendido, que la evidencia médica podría ayudar a establecer la verdad del hecho. Esto fue hecho por el Dr. W. Menzies Alexander en su “Posesión Demoníaca en el Nuevo Testamento: Sus Relaciones, Históricas, Médicas y Teológicas” (Edimburgo, 1902). En su opinión, los registros del Evangelio, acerca de los principales casos de posesión demoníaca, exhiben todos los síntomas de tales enfermedades como la epilepsia, manía aguda, etc, con tal certeza de detalle que la narrativa sólo debe su origen a un informe fiel de los hechos verdaderos. Al mismo tiempo el Dr. Alexander queda igualmente impresionado por la fuerza de la evidencia de verdadera posesión demoníaca por lo menos en estos casos. Aún esos lectores que son incapaces de aceptar sus conclusiones -y con respecto a casos posteriores de obsesión, somos incapaces de seguirlo -encontrará el libro útil y sugestivo y puede ser encomendado a la atención de los teólogos Católicos.

W.H. KENT
Transcrito por Tomas Hancil
Traducido por Alonso Teullet