Lecturas diarias:
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Primera Lectura
Efesios 6:10-20
10Por lo demás, reconfortaos en el Señor y en la fuerza de su poder;11revestíos con la armadura de Dios para que podáis resistir las insidias del diablo,12porque no es nuestra lucha contra la sangre o la carne, sino contra los principados, las potestades, las dominaciones de este mundo de tinieblas, y contra los espíritus malignos que están en los aires.13Por eso, poneos la armadura de Dios para que podáis resistir en el día malo y, tras vencer en todo, permanezcáis firmes.14Así pues, estad firmes, ceñidos en la cintura con la verdad, revestidos con la coraza de la justicia15y calzados los pies, prontos para proclamar el Evangelio de la paz;16tomando en todo momento el escudo de la fe, con el que podáis apagar los dardos encendidos del Maligno.17Recibid también el yelmo de la salvación y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios,18mediante oraciones y súplicas, orando en todo tiempo movidos por el Espíritu, vigilando además con toda constancia y súplica por todos los santos,19y también por mí, para que, cuando hable, me sea dada la palabra para dar a conocer con libertad el misterio del Evangelio20del que soy mensajero, aunque encadenado, y que pueda hablar de él libremente y anunciarlo como debo. -
Salmo Responsorial
Salmo 144:1-2, 9-10
1De David.
Bendito sea el Señor, mi Roca, que adiestra mis manos para la batalla, mis dedos, para la guerra.2Misericordia mía, fortaleza mía,
mi alcázar y mi libertador; mi escudo con el que me protejo, el que me somete los pueblos.9Oh Dios, te cantaré un cántico nuevo;
con el arpa de diez cuerdas entonaré salmos para Ti.10Tú, que das la victoria a los reyes,
que libras a David, tu siervo, de la espada cruel. -
Evangelio
Lucas 13:31-35
31En aquel momento se acercaron algunos fariseos diciéndole:
—Sal y aléjate de aquí, porque Herodes te quiere matar.32Y les dijo:
—Id a decir a ese zorro: «Mira: expulso demonios y realizo curaciones hoy y mañana, y al tercer día acabo.33Pero es necesario que yo siga mi camino hoy y mañana y al día siguiente, porque no es posible que un profeta muera fuera de Jerusalén».34»¡Jerusalén, Jerusalén!, que matas a los profetas y lapidas a los que te son enviados. Cuántas veces he querido reunir a tus hijos como la gallina a sus polluelos bajo las alas, y no quisiste.35Mirad que vuestra casa se os va a quedar desierta. Os aseguro que no me veréis hasta que llegue el día en que digáis: Bendito el que viene en nombre del Señor.