Viaje de Benedicto XVI a Turquía da continuidad
a esfuerzos de sus antecesores por la unidad

El viaje de Benedicto XVI a Turquía es un paso más dentro del camino recorrido por los últimos Pontífices hacia un franco acercamiento entre la Iglesia Católica y las Iglesias ortodoxas. El Santo Padre no está sino llevando a cabo todo aquello que a pocos días de su elección señalara ante las delegaciones de las diversas Iglesias y de otras religiones no cristianas.

“Este encuentro es particularmente significativo. Ante todo, al nuevo Obispo de Roma, Pastor de la Iglesia católica, le permite repetir a todos, con sencillez: Duc in altum! Sigamos adelante con esperanza. Como mis predecesores, especialmente Pablo VI y Juan Pablo II, siento fuertemente la necesidad de reafirmar el compromiso irreversible, asumido por el concilio Vaticano II y proseguido durante los últimos años también gracias a la acción del Consejo pontificio para la promoción de la unidad de los cristianos. El camino hacia la comunión plena querida por Jesús para sus discípulos implica una docilidad concreta a lo que el Espíritu dice a las Iglesias, valentía, dulzura, firmeza y esperanza de lograr ese objetivo. Implica, ante todo, la oración insistente y tener un mismo corazón, para obtener del buen Pastor el don de la unidad para su rebaño”. (25-4-2005).

En este sentido tampoco podemos dejar de traer a la memoria el momento en que Juan Pablo II abría la Puerta santa de la Basílica de S. Pablo Extramuros, acompañado por el Metropolita Ortodoxo Atanasio y once delegados más de iglesias ortodoxas, imagen que dio la vuelta al mundo por ser un hecho inconcebible hace unas décadas atrás, que proporcionó una inmensa alegría al hoy Siervo de Dios, pues pudo ver allí reflejado los frutos del diálogo ecuménico, uno de sus principales empeños pastorales.

Fue el Papa Juan XXIII quien promovió especialmente este movimiento de acercamiento después de siglos de mutuo distanciamiento. El Beato Juan XXIII había pasado cerca de veinte años en el corazón de la ortodoxia, como Delegado Apostólico en Bulgaria, Turquía y Grecia.

A él se debe la creación del Secretariado para la unión de los cristianos; fue también él quien convocó el Concilio Vaticano II, que significó un tremendo impulso al diálogo ecuménico. Así años más tarde Juan Pablo II reconocería que el Papa Roncalli, “por la unidad cristiana ofreció a Dios su vida”.

El Concilio Vaticano II, al que asistieron por primera vez en la historia como observadores varios representantes de los patriarcados ortodoxos aprobó el Decreto Unitatis redintegratio, que sentó las bases del verdadero ecumenismo.

Precisamente la víspera de la clausura, el Papa Pablo VI y el Patriarca ecuménico Atenágoras, decidieron levantar la excomunión que sobre ambas Iglesias se habían lanzado mutuamente hacía nada menos que 911 años, en 1054.

Oriente y Occidente se separaron con el cisma religioso de 1054, con las excomuniones del Papa León IX y del patriarca Miguel Celurario. Desde entonces han pasado casi mil años de incomprensiones y recelos.

Además de acusar a Roma de ser la culpable de que Constantinopla cayera en manos de los Otomanos, poniendo fin al Imperio Bizantino, a las dos iglesias también la separan razones teológicas, como el rechazo de los ortodoxos al primado de la Iglesia de Roma y la negativa de la infalibilidad del Papa.

Los ortodoxos no reconocen tampoco la validez de los sacramentos católicos, al contrario que la Iglesia Católica que sí reconoce, desde el Concilio Vaticano II, los de la Iglesia ortodoxa.

Los ortodoxos culpan a Roma de proselitismo y de intentar expandirse en territorios, hasta ahora, bajo su control.

Pero el verdadero titán del diálogo ecuménico fue Juan Pablo II. Miembro destacado de la Iglesia polaca, conocía el drama de la separación, al haberla experimentado en su propia patria, donde existe un Patriarcado ortodoxo. Sabía también del sufrimiento de los católicos de rito oriental asentados en las vecinas naciones de Ucrania y Bielorrusia.

Por eso no extrañó a nadie que casi al inicio de su pontificado afirmara: «el servicio a la unidad compromete de manera especial al Obispo de ésta antigua Iglesia de Roma y es el deber primordial de su ministerio» (17-1-79).

Meses más tarde (4-3-79) Juan Pablo II publicaba su primera y programática encíclica Redemptor hominis, en la que dedicó un extenso número a tratar el tema de la unión de los cristianos, asegurando que «debemos buscar la unidad sin desanimarnos frente a las dificultades que puedan pre-sentarse o acumularse a lo largo de este camino, pues de otra manera no seremos fieles a las palabras de Cristo, no cumpliremos su testamento». (RH 6)

Para que no quedase todo en buenas palabras decidió viajar a Estambul, la antigua Constantinopla, con la idea de visitar al Patriarca Demetrios I en su sede del Fanar y en la fiesta de S. Andrés de aquel año. Quería «mostrarle la importancia que la Iglesia católica da a las relaciones con la venerable Iglesia ortodoxa» (28-11-79).

La finalidad del viaje era muy clara: «caminar juntos hacia esa unidad plena que tristes circunstancias históricas han vulnerado sobre todo a lo largo del segundo milenio», como le diría al Patriarca el día 29 de Noviembre, en el saludo que le dirigió en el Fanar.

Desde aquel viaje a Turquía, Juan Pablo II siempre reservó un momento para recibir a los miembros de la Jerarquía ortodoxa presentes en el país visitado. Su generosidad y su afecto sincero derribaron no pocas barreras.

Documentos importantes

Destaca, sobre todo, la clarificación que pidió Juan Pablo II el 29 de junio de 1995, en presencia de Bartolomé I, acerca de la doctrina tradicional sobre el «Filioque», realizada por el Pontificio Consejo para la Unidad de los Cristianos.

En 1995 se publicó también la Carta Apostólica Orientale lumen, conmemorando la escrita por el Papa León XIII cien años antes. En ella nos invitaba a conocer el Oriente cristiano, pues sólo desde ese conocimiento podremos acceder al encuentro.

Pero la que podemos considerar "carta magna» sobre el Ecumenismo en el pontificado de Juan Pablo II es la Encíclica Ut unum sint, publicada, también, en mayo de 1995. En ella se afirma que «la división contradice clara y abiertamente la voluntad de Cristo, es un escándalo para el mundo y perjudica a la causa santísima de predicar el Evangelio a toda criatura» (6).

Insiste en la primacía de la oración, a ser posible en común, pues «cuando los cristianos rezan juntos la meta de la unidad parece más cercana» (22), en la necesidad del diálogo para resolver las divergencias, y en la colaboración de ambas Iglesias en el ámbito pastoral, cultural, social y testimonial.

Se muestra dispuesto a buscar y «encontrar una forma de ejercicio del primado que, sin renunciar en modo alguno a lo esencial de su misión, se abra a una actuación nueva". "Durante un milenio afirma tomando palabras del Concilio Vaticano II (UR14) los cristianos estaban unidos por la fraterna comunión de la fe y la vida sacramental, interviniendo la Sede Romana de común acuerdo cuantas veces había disentimiento acerca de la fe o la disciplina» (88-89).