En el alternarse de sus estaciones,
el arte del Oriente cristiano afirma su vocación originaria.
Es rechazada la perspectiva empírica; el mundo de las
apariencias no es el mundo "verdadero".
Retomando la formulación de Vladimir Soloviev "todo
aquello que vemos no es más que el reflejo, la sombra
de lo que resulta invisible a nuestros ojos".
La imagen es llamada a penetrar lo invisible. A través
de las vías de la ascética y de la oración
el pintor es penetrado por "el ayuno de los ojos".
La vista santificada deviene en visión.La tradición
icónica se cristaliza en tipologías definidas
pero elaboradas de diversa forma en las numerosas escuelas iconográficas.
La libertad y la creatividad obedecen a criterios monásticos.
Aún conservando la unicidad de su Tradición, el
icono conoce contínuas innovaciones: en esto consisten
su enigma, su fuerza y su inagotable riqueza.
En la época de los macedonios, el arte, aliado con la
iglesia, elabora su propio estilo académico. En tiempos
de los Comnenos perfila un "humanismo" mesurado, que
alcanza su asombroso apogeo bajo los paleólogos. Visible
e invisible se entrelazan y se compenetran.
El espacio se reviste de oro, el color de la luz increada del
Tabor. Hierático, lujoso y abstracto, el clasicismo bizantino
canta la trascendencia de lo divino. Libre de pasiones, lo humano,
impasible, se adorna de la gloria divina. En el siglo XII lo
sensible y lo natural se afirman, lo inmanete se hace uno con
lo trascendente; el arte es de naturaleza divino-humana.Con
la caída del Imperio, la iconografía va a conocer
dos corrientes principales. En el espacio griego-balcánico
el icono sigue celebrando el "humanismo" bizantino.
Convertida en "Tercera Roma", Rusia dirige su arte
hacia la quietud del hesicasmo.
Lo abstracto marca el paso sobre lo concreto; cada dramatización
es absorbiada. Los hombres son "ángeles terrestres".
Todo es luz, calma, júbilo, paz y amor. "Un mundo
nuevo y homogéneo" reemplaza al mundo decaído.
La imagen desvela "el tabernáculo de Dios entre
los hombres" (Act 21, 3): "Asamblea de dioses alrededor
de Dios, criaturas bellas que forman una corona alrededor de
la Belleza suprema" (Nicolás Cabasilas)."¿A
quién, pues, compararéis a Dios y a qué
imagen haréis que se le asemeje?" pregunta el libro
de Isaías (40, 18). Durante siglos la Iglesia Ortodoxa
ha cantado una belleza litúrgica y sacramental. En esta
creación Dios sigue siendo el primer Creador, Padre y
Maestro.
Es el primer artista: "Oh hombre -escribe san Ireneo de
Lyon- no eres tú quien hace a Dios sino Dios que te hace
a ti. Si eres entonces obra de Dios, espera la mano de tu artífice,
que hace todas las cosas en el tiempo adecuado. Preséntale
tu corazón suave y maleable, conserva la forma que te
ha dado el Artista, habiendo en ti el Agua que viene de Él
para no rechazar.
Volviéndote duro, la huella de sus dedos. Conservando
esta conformación, subirás a la perfección,
porque la arcilla que hay en ti será ocultada por el
arte de Dios. Su mano que ha creado tu sustancia te revestirá
por dentro y por fuera de oro puro y de plata y te adornará
tan bien que el Rey mismo se prendará de tu belleza".Al
servicio del Artista, los artistas son "tesaurofilacos",
guardianes inspirados del tesoro divino. Pintores de frescos,
iconógrafos o miniaturistas, todos ellos celebran la
Belleza de un mundo en Cristo.
Más allá de los cambios históricos y de
las oposiciones geográficas, la imagen multiplica sus
rostros epifánicos. "Belleza divina", "canal
de gracia", "ventana a la eternidad", el icono
deja una luz: imagen de una tierra inferior, de un Reino a tener
siempre en el corazón.