Aparecida 2007
Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe
del 13 al 31 de mayo del 2007 · Aparecida - Brasil
Visita del Papa
del 9 al 13 de mayo del 2007
BRASIL - SÃO PAULO - 11.05.2007
Catedral da Sé
Traducción: CELAM
Amados hermanos en el Episcopado,
«El Hijo de Dios con lo que padeció aprendió la obediencia; y llegado a
la perfección, se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que le
obedecen» (cf. Hb 5,8-9).
1. El texto que acabamos de oír en la Lectura Breve de las Vísperas de hoy
contiene una enseñanza profunda. También en este caso constatamos como la
Palabra de Dios es viva y más penetrante que una espada de dos filos, llega
hasta la juntura del alma, reconfortándola, estimulando a sus fieles
servidores (cf. Hb 4,12).
Agradezco a Dios por haber permitido encontrarme con un Episcopado
prestigioso, que está al frente de una de las más numerosas poblaciones
católicas del mundo. Yo os saludo con sentimientos de profunda comunión y
de afecto sincero, conociendo bien la dedicación con que seguís las
comunidades que os fueron confiadas. La calurosa acogida del Señor Párroco
de la Catedral de la Sé y de todos los presentes me hizo sentir en casa, en esta
gran Casa común que es nuestra Santa Madre la Iglesia Católica.
Dirijo un especial saludo a la nueva Presidencia de la Conferencia Nacional de
los Obispos de Brasil y, al agradecer las palabras de su Presidente, Mons.
Geraldo Lyrio Rocha, hago votos por un provechoso desempeño en la tarea de
consolidar siempre la comunión entre los obispos y de promover la acción
pastoral común en un territorio de dimensiones continentales.
2. Brasil está acogiendo a los participantes de la V Conferencia del Episcopado
Latinoamericano con su tradicional hospitalidad. Expreso mi agradecimiento
por la atenta recepción de sus miembros y mi profundo aprecio por las
oraciones del pueblo brasileño, formuladas especialmente en pro del éxito
del encuentro de los obispos en Aparecida.
Es un gran evento eclesial que se sitúa en el ámbito del esfuerzo misionero que
América Latina deberá proponerse, precisamente a partir de aquí, del suelo
brasileño. Fue por eso que quise dirigirme inicialmente a vosotros, Obispos del
Brasil, evocando aquellas palabras densas de contenido de la Carta a los
Hebreos: «El Hijo de Dios con lo que padeció aprendió la obediencia; y
llegado a la perfección, se convirtió en causa de salvación eterna para todos
los que le obedecen» (Hb 5, 8-9). Exuberante en su significado, este versículo
habla de la compasión de Dios para con nosotros, concretada en la pasión de su
Hijo; y habla de su obediencia, de su adhesión libre y consciente a los
designios del Padre, explicitada especialmente en la oración en el monte de los
Olivos: «No se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lc 22,42). Así, es el propio
Jesús quien nos enseña que la verdadera vía de salvación consiste en conformar
nuestra voluntad a la voluntad de Dios. Es exactamente lo que pedimos en la
tercera invocación de la oración del Padre Nuestro: que sea hecha la voluntad
de Dios, así en la tierra como en el cielo, porque donde reina la voluntad de
Dios, ahí está presente el reino de Dios. Jesús nos atrae hacia su voluntad, la
voluntad del Hijo, y de este modo nos guía hacia la salvación. Yendo al
encuentro de la voluntad de Dios, con Jesucristo, abrimos el mundo al reino de
Dios.
Nosotros los Obispos, somos convocados para manifestar esa verdad central,
pues estamos vinculados directamente a Cristo, Buen Pastor. La misión que nos
es confiada, como Maestros de la fe, consiste en recordar, como el mismo
Apóstol de los Gentiles escribía, que nuestro Salvador «quiere que todos los
hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad» (1Tm 2, 4-6). Ésta
es la finalidad, y no otra, la finalidad de la Iglesia, la salvación de las almas,
una a una. Por eso el Padre envió a su Hijo, y «como el Padre me envió,
también yo os envío» (Jn 20,21). De aquí, el mandato de evangelizar: «Id, pues,
enseñad a todas las naciones; bautizadlas en nombre del Padre y del Hijo y del
Espíritu Santo. enseñadles a observar todo lo que os mandé. He aquí que estoy
con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo» (Mt 28,19-20). Son
palabras simples y sublimes en las cuales están indicadas el deber de predicar
la verdad de la fe, la urgencia de la vida sacramental, la promesa de la
continuada asistencia de Cristo a su Iglesia. Éstas son realidades fundamentales
y se refieren a la instrucción en la fe y en la moral cristiana, y a la práctica de
los sacramentos. Donde Dios y su voluntad no son conocidos, donde no existe
la fe en Jesucristo ni su presencia en las celebraciones sacramentales, falta lo
esencial también para la solución de los urgentes problemas sociales y políticos.
La fidelidad al primado de Dios y de su voluntad, conocida y vivida en
comunión con Jesucristo, es el don esencial, que nosotros Obispos y sacerdotes
debemos ofrecer a nuestro pueblo (cf. Populorum progressio 21).
3. El ministerio episcopal nos impele al discernimiento de la voluntad salvífica,
en la búsqueda de una pastoral que eduque el Pueblo de Dios a reconocer y
acoger los valores trascendentes, en la fidelidad al Señor y al Evangelio.
Es verdad que los tiempos de hoy son difíciles para la Iglesia y muchos de sus
hijos están atribulados. La vida social está atravesando momentos de confusión.
Se ataca impunemente la santidad del matrimonio y de la
familia, comenzando por hacer concesiones delante de presiones capaces de
incidir negativamente sobre los procesos legislativos; se justifican algunos
crímenes contra la vida en nombre de los derechos de la libertad individual; se
atenta contra la dignidad del ser humano; se extiende la herida del divorcio y de
las uniones libres. Aún más: en el seno de la Iglesia, cuando el valor del
compromiso sacerdotal es cuestionado como entrega total a Dios a través del
celibato apostólico y como disponibilidad total para servir a las almas, dándose
preferencia a las cuestiones ideológicas y políticas, incluso partidarias, la
estructura de la consagración total a Dios empieza a perder su significado más
profundo. ¿Cómo no sentir tristeza en nuestra alma? Pero tened confianza: la
Iglesia es santa e incorruptible (cf. Ef 5,27). Decía San Agustín: “¿Titubeará la
Iglesia si titubea su fundamento, pero podrá quizá Cristo titubear? Visto que
Cristo no titubea, la Iglesia permanecerá intacta hasta el fin de los tiempos”
(Enarrationes in Psalmos, 103,2,5; PL, 37, 1353).
Entre los problemas que abruman vuestra solicitud pastoral está, sin duda, la
cuestión de los católicos que abandonan la vida eclesial. Parece claro que la
causa principal, entre otras, de este problema, pueda ser atribuida a la falta de
una evangelización en la que Cristo y su Iglesia estén en el centro de toda
explicación. Las personas más vulnerables al proselitismo agresivo de las
sectas - que es motivo de justa preocupación – e incapaces de resistir a las
embestidas del agnosticismo, del relativismo y del laicismo son generalmente
los bautizados no suficientemente evangelizados, fácilmente influenciabais
porque poseen una fe fragilizada y, a veces, confusa, vacilante e ingenua,
aunque conserven una religiosidad innata. En la Encíclica Deus caritas est
recordé que “Al inicio del ser cristiano, no hay una decisión ética o una gran
idea, mas el encuentro con un acontecimiento, con una Persona que da a la vida
un nuevo horizonte y, de esta forma, el rumbo decisivo” (N. 1). Es necesario,
por tanto, encaminar la actividad apostólica como una verdadera misión dentro
del rebaño que constituye la Iglesia Católica en Brasil, promoviendo una
evangelización metódica y capilar en vista de una adhesión personal y
comunitaria a Cristo. se trata efectivamente de no ahorrar esfuerzos en la
búsqueda de los católicos apartados y de aquéllos que poco o nada conocen
sobre Jesucristo, a través de una pastoral de la acogida que les ayude a sentir a
la Iglesia como lugar privilegiado del encuentro con Dios y mediante un
itinerario catequético permanente.
Una misión evangelizadora que convoque todas las fuerzas vivas de este
inmenso rebaño. Mi pensamiento se dirige, por tanto, a los sacerdotes,
religiosos, religiosas y laicos que se prodigan, muchas veces con inmensas
dificultades, para la difusión de la verdad evangélica. Entre ellos, muchos
colaboran o participan activamente en las Asociaciones, en los Movimientos y
en otras nuevas realidades eclesiales que, en comunión con sus Pastores y de
acuerdo con las orientaciones diocesanas, llevan su riqueza espiritual,
educativa y misionera al corazón de la Iglesia, como preciosa experiencia y
propuesta de vida cristiana.
En este esfuerzo evangelizador, la comunidad eclesial se destaca por las
iniciativas pastorales, al enviar, sobretodo entre las casas de las periferias
urbanas y del interior, sus misioneros, laicos o religiosos, buscando dialogar
con todos en espíritu de comprensión y de delicada caridad. Pero si las
personas encontradas están en una situación de pobreza, es necesario ayudarlas,
como hacían las primeras comunidades cristianas, practicando la solidaridad,
para que se sientan amadas de verdad. El pueblo pobre de las periferias urbanas
o del campo necesita sentir la proximidad de la Iglesia, sea en el socorro de sus
necesidades más urgentes, como también en la defensa de sus derechos y en la
promoción común de una sociedad fundamentada en la justicia y en la paz. Los
pobres son los destinatarios privilegiados del Evangelio y un Obispo, modelado
según la imagen del Buen Pastor, debe estar particularmente atento en ofrecer
el divino bálsamo de la fe, sin descuidar del “pan material”. Como pude
evidenciar en la Encíclica Deus caritas est, “La Iglesia no puede descuidar el
servicio de la caridad, como no puede omitir los Sacramentos y la Palabra” (N.
22).
La vivencia sacramental, especialmente a través de la Confesión y de la
Eucaristía, adquiere aquí una importancia de primera grandeza. A vosotros
Pastores les cabe la principal tarea de asegurar la participación de los fieles en
la vida eucarística y en el Sacramento de la Reconciliación; debéis estar
vigilantes para que la confesión y la absolución de los pecados sean, de modo
ordinario, individual, tal como el pecado es un hecho hondamente personal (cf.
Exort. ap. post-sinodal Reconciliatio et penitentia, N. 31, III). Solamente la
imposibilidad física o moral excusa al fiel de esta forma de confesión,
pudiendo en este caso conseguir la reconciliación por otros medios (Cân. 960;
cf. Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, N. 311). Por eso, conviene
infundir en los sacerdotes la práctica de la generosa disponibilidad para atender
a los fieles que recurren al Sacramento de la misericordia de Dios (Carta ap.
Misericordia Dei, 2).
4. Recomenzar desde Cristo en todos los ámbitos de la misión. Redescubrir en
Jesús el amor y la salvación que el Padre nos da, por el Espíritu Santo. Ésta es
la substancia, la raíz, de la misión episcopal que hace del Obispo el primero
responsable por la catequesis diocesana. En efecto, tiene la dirección superior
de la catequesis, rodeándose de colaboradores competentes y merecedores de
confianza. Es obvio, por tanto, que sus catequistas no son simples
comunicadores de experiencias de fe, sino que deben ser auténticos
transmisores, bajo la guía de su Pastor, de las verdades reveladas. La fe es
una caminata conducida por el Espíritu Santo que se condensa en dos palabras:
conversión y seguimiento. Ésas dos palabras-llave de la tradición cristiana
indican con claridad, que la fe en Cristo implica una práxis de vida basada en el
doble mandamiento del amor, a Dios y al prójimo, y expresan también la
dimensión social de la vida cristiana.
La verdad supone un conocimiento claro del mensaje de Jesús, transmitida
gracias a un comprensible lenguaje inculturado, pero necesariamente fiel a la
propuesta del Evangelio. En los tiempos actuales es urgente un conocimiento
adecuado de la fe, como está bien sintetizada en el Catecismo de la Iglesia
Católica con su Compendio. Hace parte de la catequesis esencial también la
educación a las virtudes personales y sociales del cristiano, como también la
educación a la responsabilidad social. Exactamente porque fe, vida y
celebración de la sagrada liturgia como fuente de fe y de vida, son inseparables,
es necesaria una aplicación más correcta de los principios indicados por el
Concilio Vaticano II en lo que respecta a la Liturgia de la Iglesia, incluyendo
las disposiciones contenidas en el Directorio para los Obispos (nn.145-151),
con el propósito de devolver a la Liturgia su carácter sagrado. Es con esta
finalidad que mi Venerable predecesor en la Cátedra de Pedro, Juan Pablo II,
quiso renovar “un vehemente apelo para que las normas litúrgicas sean
observadas, con gran fidelidad, en la celebración eucarística” (...) “La liturgia
jamás es propiedad privada de alguien, ni del celebrante, ni de la comunidad
donde son celebrados los santos misterios” (Carta encl. Ecclesia de Eucharistia,
N. 52). Redescubrir y valorar la obediencia a las normas litúrgicas por parte de
los Obispos, como “moderadores de la vida litúrgica de la Iglesia”, significa
dar testimonio de la misma Iglesia, una y universal, que preside en la caridad.
5. Es necesario un salto de calidad en la vivencia cristiana del pueblo, para que
pueda testimoniar su fe de forma límpida y elucidada. Esa fe, celebrada y
participada en la liturgia y en la caridad, nutre y fortifica la comunidad de los
discípulos del Señor y los edifica como Iglesia misionera y profética. El
Episcopado brasileño posee una estructura de gran envergadura, cuyos
Estatutos fueron hace poco revisados para su mejor desempeño y una
dedicación más exclusiva al bien de la Iglesia. El Papa vino a Brasil para
pediros que, en el seguimiento de la Palabra de Dios, todos los Venerables
Hermanos en el episcopado sepan ser portadores de eterna salvación para
todos los que le obedecen (cf. Hb 5,10). Nosotros, pastores, en la línea del
compromiso asumido como sucesores de los Apóstoles, debemos ser fieles
servidores de la Palabra, sin visiones reductivas y confusiones en la misión que
nos es confiada. No basta observar la realidad desde la fe; es necesario trabajar
con el Evangelio en las manos y fundamentados en la correcta herencia de la
Tradición Apostólica, sin interpretaciones movidas por ideologías racionalistas.
Es así que, “en las Iglesias particulares compete al Obispo conservar e
interpretar la Palabra de Dios y juzgar con autoridad aquello que está o no de
acuerdo con ella” (Congr. para la Doctrina de la Fe, Instr. sobre la vocación
eclesial del teólogo, N. 19). Él, como Maestro de fe y de doctrina, podrá contar
con la colaboración del teólogo que “en su dedicación al servicio de la verdad,
deberá, para permanecer fiel a su función, llevar en cuenta la misión propia del
Magisterio y colaborar con él” (ib. 20). El deber de conservar el depósito de la
fe y de mantener su unidad exige estrecha vigilancia, de modo que éste sea
“conservado y transmitido fielmente y que las posiciones particulares sean
unificadas en la integridad del Evangelio de Cristo” (Directorio para el
Ministerio Pastoral de los Obispos, N. 126).
He aquí entonces la enorme responsabilidad que asumís como formadores del
pueblo, mayormente de vuestros sacerdotes y religiosos. Son ellos vuestros
fieles colaboradores. Conozco el empeño con que buscáis formar las nuevas
vocaciones sacerdotales y religiosas. La formación teológica y en las
disciplinas eclesiásticas exige una constante actualización, pero siempre de
acuerdo con el Magisterio auténtico de la Iglesia.
Apelo a vuestro celo sacerdotal y al sentido de discernimiento de las
vocaciones, también para saber complementar la dimensión espiritual, psicoafectiva,
intelectual y pastoral en jóvenes maduros y disponibles al servicio de
la Iglesia. Un buen y asiduo acompañamiento espiritual es indispensable para
favorecer la maduración humana y evita el riesgo de desvíos en el campo de la
sexualidad. Tened siempre presente que el celibato sacerdotal es un don “que la
Iglesia recibió y quiere guardar, convencida de que él es un bien para ella y
para el mundo” (Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, N.
57).
Me gustaría encomendar a vuestra solicitud también las Comunidades
religiosas que se insertan en la vida de la propia Diócesis. Es una contribución
preciosa que ofrecen, pues, a pesar de la “diversidad de dones, el Espíritu es el
mismo” (1 Color 12,4). La Iglesia no puede sino manifestar alegría y aprecio
por todo aquello que los Religiosos vienen realizando mediante Universidades,
escuelas, hospitales y otras obras e instituciones.
6. Conozco la dinámica de vuestras Asambleas y el esfuerzo por definir los
diverso planes pastorales, que den prioridad a la formación del clero y de los
agentes de la pastoral. Algunos entre vosotros fomentasteis movimientos de
evangelización para facilitar la agrupación de los fieles en una línea de acción.
El Sucesor de Pedro cuenta con vosotros para que vuestra preparación se apoye
siempre en aquella espiritualidad de comunión y de fidelidad a la Sede de
Pedro, a fin de garantizar que la acción del Espíritu no sea vana. Con efecto, la
integridad de la fe, junto a la disciplina eclesial, es, y será siempre, tema que
exigirá atención y desvelo por parte de todos vosotros, sobretodo cuando se
trata de sacar las consecuencias del hecho que existe «una sola fe y un solo
bautismo».
Como sabéis, entre los varios documentos que se ocupan de la unidad de los
cristianos está el Directorio para el ecumenismo publicado por el Pontificio
Consejo para la Unidad de los Cristianos. El Ecumenismo, o sea, la búsqueda
de la unidad de los cristianos se vuelve en ése nuestro tiempo, en el cual se
verifica el encuentro de las culturas y el desafío del secularismo, una tarea
siempre más urgente de la Iglesia católica. Con la multiplicación, sin embargo,
de cada vez nuevas denominaciones cristianas y, sobretodo delante de ciertas
formas de proselitismo, frecuentemente agresivo, el empeño ecuménico se
vuelve una tarea compleja. En tal contexto es indispensable una buena
formación histórica y doctrinal, que posibilite el necesario discernimiento y
ayude a entender la identidad específica de cada una de las comunidades, los
elementos que dividen y aquellos que ayudan en el camino de construcción de
la unidad. El gran campo común de colaboración debería ser la defensa de los
fundamentales valores morales, transmitidos por la tradición bíblica, contra su
destrucción en una cultura relativista y consumista; más aún, la fe en Dios
creador y en Jesucristo, su Hijo encarnado. Además vale siempre el principio
del amor fraterno y de la búsqueda de comprensión y de proximidad mutuas;
pero también la defensa de la fe de nuestro pueblo, confirmándolo en la feliz
certeza, de que la “unica Christi Ecclesia... subsistit in Ecclesia catholica, a
successore Petri et Episcopis in eius communione gubernata” (“la única Iglesia
de Cristo... subsiste en la Iglesia Católica gobernada por el sucesor de Pedro y
por los Obispos en comunión con él”) (Lumen gentium 8).
En este sentido se procederá a un franco diálogo ecuménico, a través del
Consejo Nacional de las Iglesias Cristianas, celando por el pleno respeto de las
demás confesiones religiosas, deseosas de mantenerse en contacto con la
Iglesia Católica en Brasil.
7. No es ninguna novedad la constatación de que vuestro país convive con un
déficit histórico de desarrollo social, cuyos rasgos extremos son el inmenso
contingente de brasileños viviendo en situación de indigencia y una
desigualdad en la distribución de la renta que alcanza niveles muy elevados. A
vosotros, venerables Hermanos, como jerarquía del pueblo de Dios, os compete
promover la búsqueda de soluciones nuevas y llenas de espíritu cristiano. Una
visión de la economía y de los problemas sociales, desde la perspectiva de la
doctrina social de la Iglesia, lleva a considerar las cosas siempre desde el punto
de vista de la dignidad del hombre, que trasciende el simple juego de los
factores económicos. Se debe, por eso, trabajar incansablemente por la
formación de los políticos, de los brasileños que tienen algún poder decisivo,
grande o pequeño y, en general, de todos los miembros de la sociedad, de modo
que asuman plenamente las propias responsabilidades y sepan dar un rostro
humano y solidario a la economía.
Ocurre formar en las clases políticas y empresariales un auténtico espíritu de
veracidad y de honestidad. Quien asuma un liderazgo en la sociedad, debe
buscar prever las consecuencias sociales, directas e indirectas, a corto y a largo
plazo, de las propias decisiones, actuando según criterios de maximización del
bien común, en vez de buscar ganancias personales.
8. Queridos hermanos, si Dios quiere, encontraremos otras oportunidades para
profundizar las cuestiones que interpelan nuestra solicitud pastoral conjunta.
Esta vez, quise exponer, ciertamente de manera no exhaustiva, los temas más
relevantes que se imponen a mi consideración de Pastor de la Iglesia universal.
Os transmito mi afectuoso ánimo que es, al mismo tiempo, una fraterna y
sentida plegaria: para que procedáis y trabajéis siempre, como venís haciendo,
en concordia, teniendo como vuestro fundamento una comunión que en la
Eucaristía encuentra su momento cúlmen y su manantial inagotable. Confío
todos vosotros a María Santísima, Madre de Cristo y Madre de la Iglesia,
mientras que de todo corazón os concedo, a cada uno de vosotros y a vuestras
respectivas Comunidades, la Bendición Apostólica.
¡Gracias!