7. Una vez más, desgraciadamente, hay que señalar nuevas formas de pobreza que se añaden a las ya descritas anteriormente. Pienso, en particular, en las personas que viven en zonas de guerra, especialmente los niños privados de un presente sereno y de un futuro digno. Nadie podrá acostumbrarse nunca a esta situación; mantengamos vivo todo intento para que la paz se afirme como don del Señor resucitado y fruto del compromiso por la justicia y el diálogo.
No puedo olvidar la especulación que, en diversos sectores, provoca un aumento dramático de los costes que hace que muchas familias se encuentren aún más en la indigencia. Los salarios se agotan rápidamente, forzando a la gente a privaciones que atentan contra la dignidad de toda persona. Si una familia debe elegir entre la comida para alimentarse y la medicina para curarse, hay que oír la voz de quienes reclaman el derecho a ambos bienes, en nombre de la dignidad de la persona humana.
¿Cómo no constatar también el desorden ético que marca el mundo del trabajo? El trato inhumano dispensado a tantos trabajadores y trabajadoras; la falta de una remuneración proporcionada al trabajo realizado; la plaga de la precariedad; las demasiadas víctimas de accidentes, a menudo debidos a una mentalidad que prefiere el beneficio inmediato en detrimento de la seguridad... Me vienen a la mente las palabras de San Juan Pablo II: "El primer fundamento del valor del trabajo es el hombre mismo. (...) El hombre está destinado y llamado a trabajar, pero ante todo el trabajo es 'para el hombre', y no el hombre 'para el trabajo'" (Enc. Laborem exercens, 6).
8. Esta lista, ya de por sí dramática, sólo da cuenta parcialmente de las situaciones de pobreza que forman parte de nuestra vida cotidiana. No puedo dejar de mencionar, en particular, una forma de malestar que aparece cada día más evidente y que afecta al mundo de la juventud. Cuántas vidas frustradas e incluso suicidios de jóvenes, engañados por una cultura que les lleva a sentirse "inconclusos" y "fracasados". Ayudémosles a reaccionar frente a estas instigaciones nefastas, para que cada uno encuentre el camino a seguir para adquirir una identidad fuerte y generosa.
Las Mejores Noticias Católicas - directo a su bandeja de entrada
Regístrese para recibir nuestro boletín gratuito de ACI Prensa.
Click aquí
Es fácil, cuando se habla de los pobres, caer en la retórica. También es una tentación insidiosa detenerse en las estadísticas y los números. Los pobres son personas, tienen rostros, historias, corazones y almas. Son hermanos y hermanas con sus méritos y sus defectos, como todos los demás, y es importante entrar en una relación personal con cada uno de ellos.
El Libro de Tobías nos enseña la concreción de nuestra actuación con y para los pobres. Es una cuestión de justicia que nos compromete a todos a buscarnos y encontrarnos, a fomentar la armonía necesaria para que una comunidad se identifique como tal.
Interesarse por los pobres, por tanto, no termina en una limosna apresurada, sino que exige restablecer las relaciones interpersonales correctas, erosionadas por la pobreza. De este modo, "no apartar la mirada de los pobres" lleva a obtener los beneficios de la misericordia, de la caridad que da sentido y valor a toda la vida cristiana.
9. Nuestra atención a los pobres debe estar siempre marcada por el realismo evangélico. Compartir debe corresponder a las necesidades concretas del otro, no para deshacerme de lo que me sobra. También aquí necesitamos discernimiento, bajo la guía del Espíritu Santo, para reconocer las verdaderas necesidades de nuestros hermanos y no nuestras propias aspiraciones. Lo que ciertamente necesitan con urgencia es nuestra humanidad, nuestro corazón abierto al amor. No lo olvidemos: "Estamos llamados a descubrir a Cristo en ellos, a prestarles nuestra voz en sus causas, pero también a ser sus amigos, a escucharlos, a comprenderlos y a acoger la misteriosa sabiduría que Dios quiere comunicarnos a través de ellos" (Evangelii gaudium, 198). La fe nos enseña que todo pobre es hijo de Dios y que Cristo está presente en él: "Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis" (Mt 25, 40).
10. Este año se celebra el 150 aniversario del nacimiento de Santa Teresita del Niño Jesús. En una página de su "Historia de un alma", escribe: "Ahora comprendo que la caridad perfecta consiste en soportar las faltas de los demás, no asombrarse absolutamente de sus debilidades, edificarse en los más pequeños actos de virtud que les vemos practicar, pero sobre todo comprendo que la caridad no debe permanecer cerrada en el fondo del corazón: 'Nadie, dijo Jesús, enciende una antorcha para ponerla debajo de un celemín, sino que la pone en el candelero, para que ilumine a todos los de la casa'. Me parece que esta antorcha representa la caridad, que debe iluminar, alegrar no sólo a los que me son más queridos, sino a todos los que están en la casa, sin excluir a nadie" (Ms C, 12r°: Obras completas, Burgos 2006, 287-288).
En esta casa que es el mundo, todos tienen derecho a ser iluminados por la caridad, nadie puede ser privado de ella. Que la tenacidad del amor de santa Teresa inspire nuestros corazones en esta Jornada mundial, y nos ayude a "no apartar el rostro del pobre" y a mantener nuestra mirada siempre fija en la faz humana y divina de nuestro Señor Jesucristo.