Es patrona de las misiones, pero nunca estuvo en misión. ¿Cómo se explica esto? Era una monja carmelita y su vida estuvo bajo el signo de la pequeñez y la debilidad: ella misma se definía como "un pequeño grano de arena". De salud frágil, murió con tan sólo 24 años. Pero, aunque su cuerpo estaba enfermo, su corazón era vibrante, misionero. En su "diario" cuenta que ser misionera era su deseo y que quería serlo no sólo por algunos años, sino durante toda la vida, es más, hasta el fin del mundo.
Teresa fue "hermana espiritual" de diversos misioneros: desde el monasterio los acompañaba con sus cartas, con la oración y ofreciendo por ellos continuos sacrificios.
Sin aparecer intercedía por las misiones, como un motor que, escondido, da a un vehículo la fuerza para ir adelante. Sin embargo, a menudo no fue entendida por las hermanas monjas: obtuvo de ellas "más espinas que rosas", pero aceptó todo con amor, con paciencia, ofreciendo junto a la enfermedad, también los juicios y las incomprensiones. Y lo hizo con alegría, por las necesidades de la Iglesia, para que, como decía, se esparcieran "rosas sobre todos", especialmente sobre los más alejados.
Ahora, me pregunto, todo este celo, esta fuerza misionera y esta alegría para interceder ¿de dónde llegan? Nos ayudan a entenderlo dos episodios que sucedieron antes de que Teresa entrara en el monasterio.
El primero se refiere al día que le cambió la vida, la Navidad de 1886, cuando Dios obró un milagro en su corazón. A Teresa le quedaban poco para cumplir 14 años. Siendo la hija más pequeña, en casa era mimada por todos, pero no "malcriada". Al volver de la Misa de medianoche, el padre, muy cansado, no tenía ganas de asistir a la apertura de los regalos de la hija y dijo: «¡Menos mal que es el último año!», porque a los 15 ya no se hacía. Teresa, de carácter muy sensible y propensa a las lágrimas, se sintió mal, subió a su habitación y lloró. Pero rápido se repuso de las lágrimas, bajó y llena de alegría, fue ella la que animó al padre. ¿Qué había pasado?
Que, en esa noche, en la que Jesús se había hecho débil por amor, ella se volvió fuerte de ánimo: en pocos instantes había salido de la prisión de su egoísmo y de su lamento; empezó a sentir que "la caridad le entraba en el corazón, con la necesidad de olvidarse de sí misma (cfr Manuscrito A, 133-134).