Pensemos en ello: es algo interesante. Y éste es uno de los primeros sacerdotes, San Andrés. Su vida fue y sigue siendo un elocuente testimonio de celo por el anuncio del Evangelio. Hace unos 200 años, la tierra coreana fue escenario de una durísima persecución: los cristianos fueron perseguidos y aniquilados. Creer en Jesucristo, en la Corea de entonces, significaba estar dispuesto a dar testimonio hasta la muerte. En particular, el ejemplo de San Andrés Kim se desprende de dos aspectos concretos de su vida.
El primero es el modo en que tuvo que reunirse con los fieles. Dado el contexto altamente intimidatorio, el santo se vio obligado a acercarse a los cristianos de forma no evidente, y siempre en presencia de otras personas, como si llevaran tiempo hablando entre ellos. Así, para identificar la identidad cristiana de su interlocutor, San Andrés utilizaba estos expedientes: en primer lugar, un signo de reconocimiento previamente acordado: te encontrarás con este cristiano y llevará este signo en su vestimenta o en su mano; después, le haría subrepticiamente la pregunta -pero en un susurro-: "¿Eres discípulo de Jesús?".
Como había otras personas observando la conversación, el santo tenía que hablar en voz baja, diciendo sólo unas pocas palabras, las más esenciales. Así, para Andrés Kim, la expresión que resumía toda la identidad del cristiano era "discípulo de Cristo": "¿Eres discípulo de Cristo?", pero en voz baja porque era peligroso. Estaba prohibido ser cristiano.
De hecho, ser discípulo del Señor significa seguirle, seguir su camino, y el cristiano es por naturaleza el que predica y da testimonio de Jesús. Toda comunidad cristiana recibe esta identidad del Espíritu Santo, y así toda la Iglesia, desde el día de Pentecostés (cf. Vat. Conc. II, Decr. Ad gentes, 2). Y de este Espíritu que recibimos viene la pasión, la pasión por la evangelización, este gran celo apostólico: es un don del Espíritu.
E incluso si el contexto circundante no es favorable, como el contexto coreano de Andrés Kim, la pasión no cambia, al contrario, se hace aún más valiosa. San Andrés Kim y otros creyentes coreanos han demostrado que el testimonio del Evangelio dado en tiempos de persecución puede dar mucho fruto para la fe.
Veamos ahora un segundo ejemplo concreto. Cuando aún era seminarista, San Andrés tuvo que encontrar la manera de acoger en secreto a misioneros del extranjero. No era tarea fácil, pues el régimen de la época prohibía terminantemente la entrada de extranjeros en el territorio. Por eso había sido -antes de esto- tan difícil encontrar un sacerdote que viniera a misionar: los laicos hacían la misión. Una vez -piensa en esto que hizo San Andrés- caminó en la nieve, sin comer, durante tanto tiempo que cayó al suelo exhausto, corriendo el riesgo de perder el conocimiento y congelarse allí. En ese momento, oyó de repente una voz: "¡Levántate, camina!". Al oír esa voz, Andrés se despertó, viendo como una sombra a alguien que le guiaba.