Pero no se puede decir quién es el más grande, quién es el menos grande, porque hay tantos misioneros ocultos que incluso hoy hacen mucho más que San Francisco Javier. Y Javier es el patrón de las misiones, como Santa Teresa del Niño Jesús. Pero un misionero es grande cuando va. Y hay muchos, muchísimos, sacerdotes, laicos, monjas, que van a las misiones, incluso desde Italia y muchos de vosotros.
Veo, por ejemplo, cuando me presentan la historia de un sacerdote como candidato al episcopado: ha pasado diez años en la misión en aquel lugar... esto es grande: salir de la patria para predicar el Evangelio. Esto es celo apostólico. Y esto debemos cultivarlo mucho. Y mirando la figura de estos hombres, de estas mujeres, aprendemos.
Y San Francisco Javier nace en una familia noble pero empobrecida en Navarra, en el norte de España, en 1506. Va a estudiar a París -es un joven mundano, inteligente, bueno-. Allí conoce a Ignacio de Loyola. Éste le da los ejercicios espirituales y le cambia la vida. Y deja toda su carrera mundana para hacerse misionero. Se hace jesuita, hace los votos. Luego se hace sacerdote, y va a evangelizar, enviado a Oriente. En esa época los viajes de los misioneros a Oriente eran un envío a mundos desconocidos. Y él va, porque estaba lleno de celo apostólico.
Partió, pues, el primero de un nutrido grupo de misioneros apasionados por los tiempos modernos, dispuestos a soportar inmensas penalidades y peligros, para llegar a tierras y conocer pueblos de culturas y lenguas totalmente desconocidas, movidos únicamente por el fortísimo deseo de dar a conocer a Jesucristo y su Evangelio.
En poco más de once años realizó una obra extraordinaria. Fue misionero durante once años más o menos. En aquella época, los viajes en barco eran muy duros y peligrosos. Muchos morían en el camino por naufragios o enfermedades. Hoy, desgraciadamente, mueren porque les dejamos morir en el Mediterráneo... Javier pasa en los barcos más de tres años y medio, un tercio de toda la duración de su misión. En los barcos pasa más de tres años y medio, yendo a la India, luego de la India a Japón.
Al llegar a Goa (India), capital del Oriente portugués, capital cultural y comercial, Javier se instala allí, pero no se detiene. Sale a evangelizar a los pescadores pobres de la costa sur de la India, enseña el catecismo y la oración a los niños, bautiza y cura a los enfermos. Luego, durante una oración nocturna en la tumba del apóstol San Bartolomé, siente que debe ir más allá de la India.