Las últimas palabras que Jesús pronuncia, en el Evangelio que hemos escuchado, resumen el sentido de su misión: "Yo he venido para que tengan Vida, y la tengan en abundancia" (Jn 10,10). Esto es lo que hace un buen pastor: da la vida por sus ovejas.
Así Jesús, como un pastor que va en busca de su rebaño, vino a buscarnos cuando estábamos perdidos; como un pastor, vino a arrancarnos de la muerte; como un pastor, que conoce a cada una de sus ovejas y las ama con ternura infinita, nos ha hecho entrar en el redil del Padre, haciéndonos hijos suyos.
Contemplemos entonces la imagen del buen Pastor, y detengámonos en dos acciones que, como narra el Evangelio, Él realiza por sus ovejas: primero las llama, después las hace salir.
En primer lugar, "llama a sus ovejas" (cf. v. 3). Al comienzo de nuestra historia de salvación no estamos nosotros con nuestros méritos, nuestras capacidades, nuestras estructuras; en el origen está la llamada de Dios, su deseo de alcanzarnos, su preocupación por cada uno de nosotros, la abundancia de su misericordia que quiere salvarnos del pecado y de la muerte, para darnos la vida en abundancia y la alegría sin fin.
Jesús vino como buen Pastor de la humanidad para llamarnos y llevarnos a casa. Nosotros entonces, con memoria agradecida, podemos recordar su amor por nosotros; por nosotros que estábamos alejados de Él.
Sí, mientras "todos andábamos errantes como ovejas» y «siguiendo cada uno su propio camino" (Is 53,6), Él soportó nuestras iniquidades y cargó con nuestras culpas, conduciéndonos nuevamente al corazón del Padre.