Brigitta, a quien agradezco su testimonio, también nos habló de ello. Tantas privaciones, tanto sufrimiento, tanto trabajo duro para tratar de salir adelante y no hacer faltar el pan a sus hijos y, en el momento más dramático, el Señor vino a su encuentro para socorrerla. Pero -lo hemos escuchado de sus propios labios-, ¿cómo intervino el Señor? Él, que escucha el grito del pobre, «hace justicia a los oprimidos y da pan a los hambrientos» y «endereza a los que están encorvados» (Sal 146,7-8), casi nunca llega resolviendo nuestros problemas desde arriba, sino que se hace cercano con el abrazo de su ternura, inspirando la compasión de hermanos y hermanas que se dan cuenta de ellos y no permanecen indiferentes. Brigitta nos dijo que pudo experimentar la cercanía del Señor gracias a la Iglesia greco-católica; a tantas personas que se prodigaron para ayudarla, animarla, encontrarle un trabajo y sostenerla en las necesidades materiales y en el camino de la fe. Este es el testimonio que se nos pide: la compasión hacia todos, especialmente hacia los que están marcados por la pobreza, la enfermedad y el dolor. Compasión, compasión que quiere decir "padecer con". Necesitamos una Iglesia que hable con fluidez el lenguaje de la caridad, idioma universal que todos escuchan y comprenden, incluso los más alejados, incluso los que no creen.
Y a este propósito, expreso mi gratitud a la Iglesia húngara por el esfuerzo realizado en la caridad, un compromiso extenso: han creado una red que conecta a muchos agentes pastorales, a muchos voluntarios, a las Cáritas parroquiales y diocesanas, y también a grupos de oración, comunidades de creyentes y organizaciones pertenecientes a otras confesiones, pero unidas en esa comunión ecuménica que brota precisamente de la caridad. Y gracias por el modo con que han acogido -no sólo con generosidad sino también con entusiasmo- a muchos refugiados procedentes de Ucrania. Escuché conmovido el testimonio de Oleg y su familia; vuestro "viaje hacia el futuro" -un futuro diferente, lejos de los horrores de la guerra- comenzó en realidad con un "viaje en la memoria", porque Oleg recordó la cálida bienvenida que recibió en Hungría hace años, cuando vino a trabajar como cocinero. La memoria de esa experiencia lo animó a emprender el viaje con su familia y a venir aquí a Budapest, donde encontró una generosa hospitalidad. El recuerdo del amor recibido reaviva la esperanza, anima a emprender nuevos caminos de vida. En efecto, también en el dolor y en el sufrimiento se encuentra la valentía de seguir adelante cuando se ha recibido el bálsamo del amor: es la fuerza que ayuda a creer que no todo está perdido y que un futuro diferente es posible. El amor que Jesús nos da y que nos manda vivir contribuye entonces a extirpar de la sociedad, de las ciudades y de los lugares donde vivimos, los males de la indiferencia y del egoísmo, y reaviva la esperanza de una humanidad nueva, más justa y fraterna, donde todos puedan sentirse en casa.
Lamentablemente, un gran número de personas también aquí están literalmente sin hogar: muchas hermanas y hermanos marcados por la fragilidad -solos, con diversas dificultades físicas y mentales, destruidos por el veneno de la droga, que han salido de la cárcel o han sido abandonados por ser ancianos- están afectados por formas graves de pobreza material, cultural y espiritual, y no tienen un techo o una casa donde vivir. Zoltán y su esposa Anna nos han dado su testimonio sobre esta gran tragedia: gracias por sus palabras. Y gracias por haber acogido esa moción del Espíritu Santo que los ha llevado, con valentía y generosidad, a construir un centro para acoger a personas sin techo. Me ha impresionado escuchar que, junto con las necesidades materiales, prestan atención a la historia y a la dignidad herida de las personas, haciéndose cargo de su soledad, de su fatiga de sentirse amadas y bienvenidas en el mundo. Anna dijo que «es Jesús, la Palabra viva, que sana sus corazones y sus relaciones, porque la persona se reconstruye desde dentro»; es decir, renace, cuando experimenta que a los ojos de Dios es amada y bendecida. Esto vale para toda la Iglesia: ¡no es suficiente dar el pan que alimenta el estómago, es necesario alimentar el corazón de las personas! La caridad no es una simple asistencia material y social, sino que se preocupa de toda la persona y desea volver a ponerla en pie con el amor de Jesús: un amor que ayuda a recuperar belleza y dignidad. Caridad es tener el coraje de mirar a los ojos, no puedes hacer caridad mirando hacia otro lado. Caridad es tener el coraje de tocar, no se puede hacer caridad sin tocar. Tocar y mirar, es necesario el contacto físico y la mirada para hacer la caridad.
Hermanos y hermanas, los animo a hablar siempre el lenguaje de la caridad. La estatua que hay en esta plaza representa el milagro más famoso de Santa Isabel: se cuenta que, una vez, el Señor transformó en rosas el pan que llevaba a los necesitados. Es así también para ustedes: cuando se empeñan en llevar el pan a los hambrientos, el Señor hace florecer la alegría y perfuma vuestra existencia con el amor que dan. Les deseo que lleven siempre el perfume de la caridad a la Iglesia y a su país. Y les pido, por favor, que sigan rezando por mí. Gracias.
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