Pero no dejen entrar las ideologías. La vida de fe no puede reducirse a la ideología. Esto es del diablo. Por favor no lo hagan.
La primera pastoral es el testimonio de comunión, porque Dios es comunión y está presente ahí donde hay caridad fraterna. Superemos las divisiones humanas para trabajar juntos en la viña del Señor. Sumerjámonos en el espíritu del Evangelio, arraiguémonos en la oración, especialmente en la adoración y en la escucha de la Palabra de Dios, cultivemos la formación permanente, la fraternidad, la cercanía y la atención a los demás. Un gran tesoro ha sido puesto en nuestras manos, ¡no lo desperdiciemos buscando realidades secundarias respecto al Evangelio!
Y aquí me permito de decirles estén atentos al chismerío. El chismerío entre los obispos, entre los sacerdotes, entre las hermanas, entre los laicos. El chismerío destruye. Parece un caramelo de azúcar. Es lindo chismorrear de los demás, se cae a menudo en esto, pero estén atentos porque es el camino de la destrucción.
Si un consagrado, un laico que vive en serio lograse no hablar más de otro, éste es un santo, una santa. Vayan por este camino. Nada de chismerío.
"Es difícil, Padre, porque a veces uno tropieza con un comentario". Hay un lindo remedio, la oración. Hay otro lindo remedio, morderse la lengua. Te muerdes la lengua y nada de chismerío. ¿De acuerdo? ¿De acuerdo? Nada de chismerío.
Y quisiera decirles una cosa más a los sacerdotes, para ofrecer al Pueblo santo de Dios el rostro del Padre y crear un espíritu de familia: tratemos de no ser rígidos, sino de tener miradas y enfoques misericordiosos y compasivos.
Sobre esto me gustaría subrayar una cosa. ¿Cuál es el estilo de Dios? El primer estilo de Dios es la actitud de la cercanía. Él mismo lo dijo en el Deuteronomio. La actitud de Dios es la cercanía, con compasión y ternura. Cercanía, compasión y ternura. Éste es el estilo de Dios. ¿Yo soy cercano a la gente, ayudo a la gente? ¿Soy compasivo o condeno a todos? ¿Soy tierno, suave? Nada de rigidez. Cercanía, compasión y ternura.
En este sentido, me han impresionado las palabras de don József, que ha recordado la entrega y el ministerio de su hermano, el Beato János Brenner, bárbaramente asesinado con tan sólo 26 años. ¡Cuántos testigos y confesores de la fe tuvo este pueblo durante los totalitarismos del siglo pasado! Han sufrido tanto. El Beato János experimentó en su propia piel muchos sufrimientos; habría sido fácil para él guardar rencor, encerrarse en sí mismo, volverse rígido. En cambio, fue un buen pastor.
Esto se nos pide a todos, especialmente a los sacerdotes, una mirada misericordiosa, un corazón compasivo, que perdona siempre, que perdona siempre, que perdona siempre. Que ayuda a recomenzar, que acoge y no juzga, anima y no critica, sirve y no murmura.
Esta actitud nos ejercita para una acogida que es profecía. Es decir, a transmitir el consuelo del Señor en las situaciones de dolor y pobreza del mundo, acompañando a los cristianos perseguidos, a los migrantes que buscan hospitalidad, a las personas de otras etnias, a cualquiera que lo necesite.
En este sentido, tienen grandes ejemplos de santidad, como San Martín. Su gesto de compartir la capa con el pobre es mucho más que una obra de caridad; es la imagen de la Iglesia hacia la que hay que tender, es lo que la Iglesia de Hungría puede llevar como profecía al corazón de Europa: misericordia y cercanía. Pero quisiera recordar también a San Esteban, cuya reliquia está aquí junto a mí. Él, que fue el primero en confiar la nación a la Madre de Dios, que fue un intrépido evangelizador y fundador de monasterios y abadías, sabía también escuchar y dialogar con todos y ocuparse de los pobres; por ellos bajó los impuestos e iba a dar limosna disfrazado para no ser reconocido.
Esta es la Iglesia que debemos soñar, capaz de escucha recíproca, de diálogo, de atención a los más débiles; acogedora para con todos y valiente para llevar a cada uno la profecía del Evangelio.
Queridos hermanos y hermanas, Cristo es nuestro futuro, porque es Él quien guía la historia. Él es el Señor de la historia.
De ello estaban firmemente convencidos vuestros confesores de la fe: tantos obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas martirizados durante la persecución atea; ellos testimonian la fe granítica de los húngaros. Y esto no es una exageración, ustedes tienen fe granítica y agradecemos a Dios por esto.
Quisiera recordar al Cardenal Mindszenty, que creía en el poder de la oración, hasta el punto de que aún hoy, casi como un dicho popular, se repite aquí: "Si hay un millón de húngaros rezando, no temeré al futuro".
Sean acogedores, sean testigos de la profecía del Evangelio, pero sobre todo sean mujeres y hombres de oración, porque la historia y el futuro dependen de ello. Les doy las gracias por su fe y su fidelidad, por todo lo bueno que tienen y que hacen.
No puedo olvidar el testimonio valiente y paciente de las hermanas húngaras de la Sociedad de Jesús, a las que conocí en Argentina, después de que abandonaran Hungría durante la persecución religiosa. Eran mujeres de testimonio, eran buenísimas. Con el testimonio me hicieron mucho bien.
Rezo por ustedes, para que, siguiendo el ejemplo de sus grandes testigos de la fe, nunca se dejen vencer por el cansancio interior. Nunca se dejen vencer por ese cansancio interior que nos lleva a la mediocridad. No.
Sigan adelante con alegría. Y les pido que sigan rezando por mí. ¡Gracias!
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