En este momento, estoy recordando interiormente algunos de ustedes que se encuentran en crisis, desorientados y que no sabe como volver al camino en esta segunda unción del Espíritu. Pienso en estos hermanos y les digo simplemente: Coraje, el Señor es más grande de tus debilidades, de tus pecados, confía en el Señor y déjate llamar una segunda vez, esta vez con la unción del Espíritu Santo; la doble vida no te ayudará, botar todo por la ventana tampoco, mira hacía adelante, déjate acariciar por la unción del Espíritu Santo.
El camino para ello es admitir la verdad de la propia debilidad. A esto nos exhorta "el Espíritu de la Verdad" (Jn 16,13), que nos impulsa a mirar hasta el fondo de nosotros mismos, para preguntarnos: ¿mi realización depende de lo bueno que soy, del cargo que obtengo, de los cumplidos que recibo, de la carrera que hago, de los superiores o colaboradores que tengo, de las comodidades que puedo garantizarme, o de la unción que perfuma mi vida? Hermanos, la madurez sacerdotal pasa por el Espíritu Santo, se realiza cuando Él se convierte en el protagonista de nuestra vida.
Entonces todo cambia de perspectiva, incluso las decepciones y las amarguras, también los pecados, porque ya no se trata de mejorar componiendo algo, sino de entregarnos, sin reservarnos nada, a Aquel que nos ha impregnado de su unción y quiere llegar hasta lo más profundo de nosotros. Hermanos redescubramos entonces que la vida espiritual se vuelve libre y gozosa no cuando se guardan las formas y se hace un remiendo, sino cuando se deja la iniciativa al Espíritu y, abandonados a sus designios, nos disponemos a servir donde y como se nos pida. ¡Nuestro sacerdocio no crece remendando, sino desbordándose!
Si dejamos actuar en nosotros al Espíritu de la verdad custodiaremos la unción, porque saldrán a la luz las falsedades, las hipocresías clericales, con las que estamos tentados de convivir. Y el Espíritu, que "lava las manchas", nos sugerirá, sin cansarse, que "no manchemos la unción", ni un poco. Me viene a la memoria aquella frase de Qohélet que dice: "Una mosca muerta corrompe y hace fermentar el óleo del perfumista" (10,1).
Las Mejores Noticias Católicas - directo a su bandeja de entrada
Regístrese para recibir nuestro boletín gratuito de ACI Prensa.
Click aquí
Es verdad, toda doblez, la doblez clerical por favor, toda doblez que se insinúa es peligrosa, no hay que tolerarla, sino sacarla a la luz del Espíritu. Porque si "nada es más tortuoso que el corazón humano y no tiene arreglo" (Jr 17,9), el Espíritu Santo es el único que nos cura de la infidelidad (cf. Os 14,5).
Para nosotros es una lucha a la que no podemos renunciar, en efecto, es indispensable, como escribía san Gregorio Magno, que "quien predica la palabra de Dios considere primero cómo debe vivir, para que luego, de su vida, deduzca qué y cómo debe predicar. Que no se atreva a decir exteriormente lo que no hubiera oído primero en el interior". El maestro interior al que hay que escuchar es el Espíritu, sabiendo que no hay nada en nosotros que Él no quiera ungir.
Hermanos, custodiemos la unción; que invocar al Espíritu no sea una práctica ocasional, sino el aliento de cada día. Yo, ungido por Él, estoy llamado a sumergirme en Él, a dejar que su luz entre en mi opacidad, que tenemos tantas, para encontrar la verdad de lo que soy. Dejémonos impulsar por Él para combatir las falsedades que se agitan en nuestro interior; y dejémonos regenerar por Él en la adoración, porque cuando lo adoramos, Él derrama su Espíritu en nuestros corazones.
"El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Él me envió" -continúa la profecía- a llevar una buena nueva, liberación, curación y gracia (cf. Is 61,1-2; Lc 4,18-19); en una palabra, a llevar armonía donde no la hay. Porque como dice San Basilio: "El Espíritu es la armonía", es Él el que hace la armonía. Después de haberles hablado de la unción, quisiera decirles algo sobre la armonía, que es su consecuencia. En efecto, el Espíritu Santo es armonía. Antes que nada, en el cielo. San Basilio explica que "toda esa armonía sobrecelestial e indecible en el servicio de Dios y en la sinfonía mutua de las potencias supracósmicas, es imposible que se conserve si no es por la autoridad del Espíritu"[9]. Y luego, en la tierra.
Él es, en efecto, en la Iglesia, esa "Armonía divina y musical" que lo une todo. Él suscita la diversidad de los carismas y la recompone en la unidad, crea una concordia que no se basa en la homologación, sino en la creatividad de la caridad. Así crea armonía en la multiplicidad. Así crea armonía en un presbiterio.
En los años del Concilio Vaticano II, don del Espíritu, un teólogo publicó un estudio en el que hablaba del Espíritu no en clave individual, sino plural. Invitaba a pensar en él como una Persona divina no tanto singular, sino "plural", como el "nosotros de Dios", el "nosotros" del Padre y del Hijo, porque es su nexo, es en sí mismo concordia, comunión, armonía. Recuerdo que cuando leí este tratado teológico, era estudiante de teología, me escandalicé, parecía una herejía. Porque en nuestra formación no se entendía bien como era el Espíritu Santo.