Aquí, hace quince días, en Santa Marta, donde yo vivo -que es un hospedaje para mucha gente- se corrió la voz de que para esta Semana Santa sería bonito mirar el armario y despojar, quitar cosas que tenemos, que no usamos… ¡no imagináis la cantidad de cosas! Es bonito despojarse de las cosas inútiles.
Y esto fue para los pobres, para la gente que tiene necesidad. También nosotros tenemos muchas cosas inútiles dentro del corazón y fuera del corazón. Mirad vuestro armario: miradlo. Esto es útil, esto es inútil… y haced limpieza. Mirad el armario del alma: cuántas cosas inútiles tienes, cuántas ilusiones estúpidas. Volvamos a la sencillez, a las cosas verdaderas, que no necesitan maquillarse. ¡Este es un bonito ejercicio!
Dirigimos una segunda mirada al Crucifijo y vemos a Jesús herido. La cruz muestra los clavos que le atraviesan las manos y los pies, el costado abierto. Pero a las heridas del cuerpo se añaden las del alma: ¡cuánta angustia! Jesús está solo: traicionado, entregado y renegado por los suyos, sus amigos, también sus discípulos, condenado por el poder religioso y civil, excomulgado, Jesús siente incluso el abandono de Dios (cfr. v. 46).
Sobre la cruz aparece además el motivo de la condena, «Este es Jesús: el Rey de los judíos» (v. 37). Es una burla: Él, que había huido cuando trataban de hacerle rey (cfr. Jn 6,15), es condenado por haberse hecho rey; incluso no habiendo cometido crímenes, es colocado entre dos criminales y se prefiere al violento Barrabás (cfr. Mt 27,15-21). Jesús, en fin, está herido en el cuerpo y en el alma.
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Me pregunto: ¿de qué forma ayuda esto a nuestra esperanza? Así, Jesús desnudo, privado de todo, de todo; ¿qué dice esto a mi esperanza?, ¿cómo me ayuda?
También nosotros estamos heridos: ¿quién no lo está en la vida? Y muchas veces, con heridas escondidas que escondemos por la vergüenza. ¿Quién no lleva las cicatrices de decisiones pasadas, de incomprensiones, de dolores que permanecen dentro y es difícil superar? ¿Pero también de daños sufridos, de palabras cortantes, de juicios inclementes?
Dios no esconde a nuestros ojos las heridas que le han traspasado el cuerpo y el alma. Las muestra para hacernos ver que en Pascua se puede abrir un pasaje nuevo: hacer de las propias heridas focos de luz. "Pero Santidad, no exagere", alguien puede decirme. No, es verdad: prueba; prueba. Intenta hacerlo.
Piensa en tus heridas, esas que tú solo sabes, que cada uno tiene escondidas en el corazón. Y mira al Señor. Y verás, verás cómo de esas heridas salen focos de luz. Jesús en la cruz no recrimina, ama. Ama y perdona a quien lo hiere (cfr. Lc 23,34). Así convierte el mal en bien, así convierte y transforma el dolor en amor.
Hermanos y hermanas, el punto no es estar heridos poco o mucho por la vida, el punto es qué hacer con mis heridas. Las pequeñas, las grandes, las que dejarán una marca en mi cuerpo, en mi alma para siempre.
¿Qué hago yo con mis heridas? ¿Qué haces tú y tú con tus heridas? "No, Padre, yo no tengo heridas" – "Estate atento, piensa dos veces antes de decir eso". Y te pregunto: ¿qué haces con tus heridas, las que sólo tú sabes? Tú puedes dejar que se infecten de rencor, tristeza o puedes unirlas con las de Jesús, para que también mis llagas se vuelvan luminosas.