Así, el Espíritu ilumina siempre el camino de la Iglesia. De hecho, no sólo es la luz de los corazones, sino que es la luz que orienta a la Iglesia: aporta claridad, ayuda a distinguir, ayuda a discernir. Por eso es necesario invocarlo a menudo; hagámoslo también hoy, al comienzo de la Cuaresma. Porque, como Iglesia, podemos tener tiempos y espacios bien definidos, comunidades, institutos y movimientos bien organizados, pero sin el Espíritu todo queda sin alma. No basta la organización: es el Espíritu el que da vida a la Iglesia.
La Iglesia, si no le reza y le invoca, se encierra en sí misma, en debates estériles y agotadores, en polarizaciones fatigosas, mientras se apaga la llama de la misión. Es muy triste ver a la Iglesia como si fuera un parlamento; no, la Iglesia es otra cosa. La Iglesia es la comunidad de hombres y mujeres que creen y anuncian a Jesucristo, pero movidos por el Espíritu Santo, no por sus propias razones. Sí, se usa la razón, pero el Espíritu viene a iluminarla y a moverla, el Espíritu nos mueve a salir, nos empuja a proclamar la fe para confirmarnos en la fe, nos empuja a ir en misión para encontrar quiénes somos. Por eso el apóstol Pablo recomienda: "No apaguéis al Espíritu" (1 Tes 5,19), no apaguéis al Espíritu. Oremos a menudo al Espíritu, invoquémosle, pidámosle cada día que encienda su luz en nosotros. Hagámoslo antes de cada reunión, para convertirnos en apóstoles de Jesús con las personas que encontremos. No apaguemos el Espíritu en las comunidades cristianas y también dentro de cada uno de nosotros.
Queridos hermanos y hermanas, como Iglesia, partamos y volvamos a partir del Espíritu Santo. "Es sin duda importante que en nuestra planificación pastoral partamos de las encuestas sociológicas, de los análisis, de la lista de dificultades, de la lista de expectativas y quejas.
Sin embargo, es mucho más importante partir de las experiencias del Espíritu: ése es el verdadero punto de partida. Y, por tanto, es necesario buscarlas, enumerarlas, estudiarlas, interpretarlas. Es un principio fundamental que, en la vida espiritual, se llama primacía del consuelo sobre la desolación. Primero está el Espíritu que consuela, reanima, ilumina, mueve; después habrá también desolación, sufrimiento, oscuridad, pero el principio para regularse en la oscuridad es la luz del Espíritu" (C.M. Martini, Evangelizar en la consolación del Espíritu, 25 de septiembre de 1997).
Este es el principio para regularse en las cosas que no se comprenden, en las confusiones, incluso en tantas tinieblas, es importante. Preguntémonos si nos abrimos a esta luz, si le damos espacio: ¿invoco al Espíritu? Que cada uno se responda en su interior. ¿Cuántos de nosotros rezamos al Espíritu? "No, Padre, rezo a la Virgen, rezo a los Santos, rezo a Jesús, pero a veces, rezo al Padre Nuestro, rezo al Padre" - "¿Y al Espíritu? ¿No rezáis al Espíritu, que es quien mueve vuestro corazón, quien os trae el consuelo, quien os trae el deseo de evangelizar y de hacer misión?".
Os dejo con esta pregunta: ¿rezo al Espíritu Santo? ¿Me dejo guiar por Él, que me invita a no cerrarme, sino a llevar a Jesús, a dar testimonio de la primacía del consuelo de Dios sobre la desolación del mundo? Que la Virgen, que lo ha entendido bien, nos lo haga comprender.