13 de diciembre de 2024 Donar
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La oración ante las dificultades escrita por San Claudio del Corazón de Jesús

San Claudio de la Colombière. Crédito: Dominio Público - Wikimedia Commons / Sagrado Corazón de Jesús. Crédito: Renata Sedmakova - Shutterstock

El 15 de febrero se celebra la fiesta de San Claudio de la Colombière (1641-1682), sacerdote jesuita a quien el propio Sagrado Corazón de Jesús eligió para impulsar la propagación de esta devoción. Un día el santo escribió una profunda oración ante las dificultades.

San Claudio, siendo sacerdote, fue enviado como director de una comunidad en Paray-le-Monial (Francia), ciudad donde conoció a Santa Margarita María Alacoque, vidente del Sagrado Corazón de Jesús. Ella cuenta que cuando lo vio predicar, el Corazón de Jesús le dijo: "He aquí al que te he enviado".

La santa le confió las visiones que tenía, y el presbítero la animó a recibir lo que Dios le comunicaba con humildad.

El sacerdote fue enviado a Inglaterra (1676), donde propagó la devoción al Corazón de Jesús, pero fue acusado de conspirar contra el rey en 1678 y terminó encarcelado. 

Retornó a Francia con graves problemas de salud y falleció en Paray, ya que Santa Margarita le había indicado que el Corazón de Jesús quería que él muriera allí.

De acuerdo a la página de santos corazones.org, administrada por las Siervas de los Corazones traspasados de Jesús y María, San Claudio escribió una oración llamada "Acto de confianza en Dios", en la que dice:

Dios mío, estoy tan persuadido de que veláis sobre todos los que en Vos esperan y de que nada puede faltar a quien de Vos aguarda toda las cosas, que he resuelto vivir en adelante sin cuidado alguno, descargando sobre Vos todas mis inquietudes. Mas yo dormiré en paz y descansaré; porque Tú, ¡oh Señor!, y solo Tú, has asegurado mi esperanza. 

Los hombres pueden despojarme de los bienes y de la reputación; las enfermedades pueden quitarme las fuerzas y los medios de serviros; yo mismo puedo perder vuestra gracia por el pecado; pero no perderé mi esperanza; la conservaré hasta el último instante de mi vida y serán inútiles todos los esfuerzos de los demonios del infierno para arrancármela. Dormiré y descansaré en paz.

Que otros esperen su felicidad de su riqueza o de sus talentos; que se apoyen sobre la inocencia de su vida, o sobre el rigor de su penitencia, o sobre el número de sus buenas obras, o sobre el fervor de sus oraciones. En cuanto a mí, Señor, toda mi confianza es mi confianza misma. Porque Tú, Señor, solo Tú, has asegurado mi esperanza.

A nadie engañó esta confianza. Ninguno de los que han esperado en el Señor ha quedado frustrado en su confianza. Por tanto, estoy seguro de que seré eternamente feliz, porque firmemente espero serlo y porque de Vos, ¡oh Dios mío!, es de Quien lo espero. En Ti esperé, Señor, y jamás seré confundido.

Bien conozco, ¡ah!, demasiado lo conozco, que soy frágil e inconstante; sé cuanto pueden las tentaciones contra la virtud más firme; he visto caer los astros del cielo y las columnas del firmamento; pero nada de esto puede aterrarme. Mientras mantenga firme mi esperanza, me conservaré a cubierto de todas las calamidades; y estoy seguro de esperar siempre, porque espero igualmente esta invariable esperanza.

En fin, estoy seguro de que no puedo esperar con exceso de Vos y de que conseguiré todo lo que hubiere esperado de Vos. Así, espero que me sostendréis en las más rápidas y resbaladizas pendientes, que me fortaleceréis contra los más violentos asaltos y que haréis triunfar mi flaqueza sobre mis más formidables enemigos. Espero que me amaréis siempre y que yo os amaré sin interrupción; y para llevar de una vez toda mi esperanza tan lejos como puedo llevarla, os espero a Vos mismo de Vos mismo, ¡oh Creador mío!, para el tiempo y para la eternidad. Así sea.

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