Queridos amigos y amigas, ¡que hoy sea el momento de gracia para acoger y experimentar el perdón de Jesús! Que sea el momento adecuado para ti, que llevas una pesada carga en el corazón y necesitas que te la quiten para poder volver a respirar.
Que sea el momento oportuno para ti, que en este país te dices cristiano, pero cometes actos de violencia; a ti el Señor te dice: "Deja las armas, abraza la misericordia". Y a todos los lastimados y oprimidos de este pueblo les dice: "No teman poner sus heridas en las mías, sus llagas en mis llagas".
Hagámoslo, hermanos y hermanas. No tengan miedo de quitarse el Crucifijo del cuello y de los bolsillos, de tomarlo entre las manos y llevarlo junto al corazón para compartir sus llagas con las de Jesús. Cuando regresen a casa, tomen el Crucifijo que tienen y abrácenlo.
Démosle a Cristo la oportunidad de sanar nuestros corazones; pongamos en Él el pasado, todos los miedos y ansiedades. ¡Qué hermoso es abrir las puertas del corazón y del hogar a su paz! ¿Y si escribieran en sus habitaciones, en sus ropas, fuera de sus casas, esas palabras: "La paz esté con ustedes"? Muéstrenlas, serán una profecía para el país, serán la bendición del Señor sobre aquellos que encuentren. La paz esté con ustedes, dejémonos perdonar por Dios y perdonémonos unos a otros.
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Veamos ahora la segunda fuente de paz: la comunidad. Jesús resucitado no se dirige a los discípulos individualmente, sino que se reúne con ellos; les habla en plural, y a la primera comunidad le entrega su paz. No hay cristianismo sin comunidad, como no hay paz sin fraternidad.
Pero, como comunidad, ¿hacia dónde hemos de caminar, hacia dónde hemos de ir para encontrar la paz? Volvamos a mirar a los discípulos. Antes de la Pascua, seguían a Jesús, pero pensaban de forma demasiado humana: esperaban un Mesías conquistador que expulsara a sus enemigos, que hiciera prodigios y milagros, que aumentara su prestigio y su éxito. Pero estos deseos mundanos los dejaron con las manos vacías; es más, le quitaron paz a la comunidad, suscitando discusiones y oposición (cf. Lc 9,46; 22,24).
Para nosotros también existe este riesgo; estar juntos, pero caminar por cuenta propia, buscando en la sociedad, y también en la Iglesia, el poder, la carrera, las ambiciones. Sin embargo, de ese modo, en vez de seguir al Dios verdadero, seguimos al propio yo, y terminamos como aquellos discípulos: encerrados en casa, vacíos de esperanza y llenos de miedo y decepción.
Pero he aquí que en la Pascua encuentran el camino de la paz gracias a Jesús, que sopla sobre ellos y les dice: "Reciban el Espíritu Santo" (Jn 20,22). Gracias al Espíritu Santo, ya no mirarán lo que les separa, sino lo que los une; ya no irán por el mundo para sí mismos, sino para los demás; no para ganar visibilidad, sino para dar esperanza; no para obtener aprobación, sino para gastar su vida con alegría por el Señor y por los demás.
Hermanos, hermanas, el peligro que tenemos es seguir el espíritu del mundo en lugar del espíritu de Cristo. ¿Y cuál es el camino para no caer en las trampas del poder y del dinero, para no ceder a las divisiones, a las seducciones del carrerismo que corroen a la comunidad; a las falsas ilusiones del placer y de la brujería que llevan a encerrarse en sí mismos? El Señor nos lo sugiere de nuevo a través del profeta Isaías, diciendo "estoy con el contrito y humillado, para reavivar los espíritus humillados, para reavivar los corazones contritos" (Is 57,15).
El camino es compartir con los pobres. Este es el mejor antídoto contra la tentación de dividirnos y mundanizarnos. Tener el valor de mirar a los pobres y escucharlos, porque son miembros de nuestra comunidad y no extraños a los que hay que eliminar de la vista y de la conciencia. Abrir el corazón a los demás, en lugar de concentrarlo en los propios problemas o vanidades personales.