Además, aseguró a los presentes que "Él conoce tus heridas, conoce las heridas de tu país, de tu gente, de tu tierra. Son heridas que queman, continuamente infectadas por el odio y la violencia, mientras que la medicina de la justicia y el bálsamo de la esperanza parecen no llegar nunca".
"Juntos, hoy creemos que con Jesús siempre tenemos la posibilidad de ser perdonados y volver a empezar, y también la fuerza para perdonarnos a nosotros mismos, a los demás y a la historia", señaló.
A continuación el Papa animó a los fieles a no tener miedo "de quitarse el Crucifijo del cuello y de los bolsillos, de tomarlo entre las manos y llevarlo junto al corazón para compartir sus llagas con las de Jesús".
"Cuando regresen a casa, tomen el Crucifijo que tienen y abrácenlo. Démosle a Cristo la oportunidad de sanar nuestros corazones; pongamos en Él el pasado, todos los miedos y ansiedades".
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"¿Y si escribieran en sus habitaciones, en sus ropas, fuera de sus casas, esas palabras: La paz esté con ustedes? Muéstrenlas, serán una profecía para el país, serán la bendición del Señor sobre aquellos que encuentren. La paz esté con ustedes, dejémonos perdonar por Dios y perdonémonos unos a otros".
La comunidad
En este segundo "manantial de paz", el Papa Francisco recordó que "no hay cristianismo sin comunidad, como no hay paz sin fraternidad".
El Santo Padre también afirmó que "el peligro que tenemos es seguir el espíritu del mundo en lugar del espíritu de Cristo", y que la mejor manera de evitarlo es "compartir con los pobres" y "abrir el corazón a los demás, en lugar de concentrarlo en los propios problemas o vanidades personales".
"Recomencemos desde los pobres y descubriremos que todos compartimos la pobreza interior; que todos necesitamos el Espíritu de Dios para liberarnos del espíritu del mundo; que la humildad es la grandeza del cristiano y la fraternidad su verdadera riqueza".
La misión