Quien acompaña no sustituye al Señor, no hace el trabajo en lugar del acompañado, sino que camina a su lado, le anima a leer lo que se mueve en su corazón, el lugar por excelencia donde habla el Señor.
El acompañamiento puede ser fructífero si, por ambas partes, hemos experimentado la filiación y la fraternidad espiritual. Descubrimos que somos hijos de Dios cuando descubrimos que somos hermanos, hijos del mismo Padre.
Por eso es indispensable formar parte de una comunidad itinerante. No se acude solo al Señor. Como en el relato evangélico del paralítico, a menudo somos sostenidos y curados gracias a la fe de otra persona (cf. Mc 2,1-5); otras veces, somos nosotros quienes asumimos ese compromiso en nombre de un hermano o una hermana.
Sin una experiencia de filiación y fraternidad, el acompañamiento puede dar lugar a expectativas irreales, malentendidos y formas de dependencia que dejan a la persona en un estado infantil.
Las Mejores Noticias Católicas - directo a su bandeja de entrada
Regístrese para recibir nuestro boletín gratuito de ACI Prensa.
Click aquí
La Virgen María es maestra de discernimiento: habla poco, escucha mucho y guarda su corazón (cf. Lc 2,19). Y las pocas veces que habla, deja huella.
En el Evangelio de Juan, hay una frase muy breve pronunciada por María que es una consigna para los cristianos de todos los tiempos: "Hagan lo que Él les diga" (cf. 2,5). Hacer lo que Jesús nos dice.
María sabe que el Señor habla al corazón de cada uno, y nos pide que traduzcamos esta palabra en acciones y opciones. Ella supo hacerlo mejor que nadie, y de hecho está presente en los momentos fundamentales de la vida de Jesús, especialmente en la hora suprema de su muerte en la cruz.
Queridos hermanos y hermanas, el discernimiento es un arte, un arte que se puede aprender y que tiene sus propias reglas. Si se aprende bien, permite vivir la experiencia espiritual de manera cada vez más bella y ordenada. Ante todo, el discernimiento es un don de Dios, que hay que pedir siempre, sin presumir nunca de experto y autosuficiente.
La voz del Señor siempre se reconoce, tiene un estilo único, es una voz que apacigua, anima y tranquiliza en las dificultades.
El Evangelio nos lo recuerda constantemente: "No temas", dice el ángel a María (Lc 1,30); "no temas", dice Jesús a Pedro (Lc 5,10); "no temas", dice el ángel a las mujeres en la mañana de Pascua (Mt 28,5).