Cuando llegaba el momento de la consagración, como no podía realizarla, decía ante el vasto altar del desierto: "Este es mi cuerpo entregado. Este es mi corazón despedazado. No tengo nada más que ofrecer".
Es evidente que no se trata del sacrificio según el rito de Melquisedec, con pan y vino, por eso el misionero añade: "Dejo a los teólogos opinar sobre la validez de esta Misa. Pero creo, en lo profundo, que la Misa es esto: dar la propia vida como Cristo ha dado la suya".
8. La profundidad del "sí" de un sacerdote
Otra de las enseñanzas que ha incorporado el P. Maccalli a raíz de su secuestro, es descubrir la profundidad real del sí que dio como sacerdote en su juventud.
Recuerda que un Jueves Santo "mi Jueves Santo en el desierto", puntualiza, uno de sus captores dedicó una hora a tratar de convencerle para que renunciara a su fe y se hiciera musulmán.
Cuando se fue, el misionero pensó para sus adentros: "Mis hermanos sacerdotes se encuentran ahora en la Misa Crismal, donde se renuevan las promesas sacerdotales con el perfume del incienso". "Mi incienso era el viento de arena", prosigue, "y decía: Sí, lo quiero".
Este pasaje de su secuestro le ha ayudado a caer en la cuenta de que su sí de hoy no es como el de su ordenación. "Me he dado cuenta de que mi sí, cuando era muy joven, con 24 años, fue un poco a la ligera. Ahora puedo medir su profundidad".
La Sociedad de Misiones Africanas presenta esta semana un libro titulado "Cadenas de libertad. Dos años de secuestro en el Sahel" en el que el Padre Gigi, como le conocen sus hermanos misioneros, narra su experiencia.
En él, afirma: "Ahora soy libre para liberar el perdón y extinguir de raíz todo inicio de violencia. Soy libre para liberar la acogida y consolar a los cansados y oprimidos. Soy libre de liberar palabras y decirles a todos que nunca encadenen a nadie".
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