Y el encuentro con el Señor es un continuo comienzo, un continuo dar un paso adelante. El Señor siempre está cambiando nuestras vidas. Esto es lo que les ocurre a los discípulos en el Evangelio: para anunciar la cercanía de Dios se van lejos, se van de misión. Porque los que acogen a Jesús sienten que deben imitarlo, hacer como él, que dejó el cielo para servirnos en la tierra, y salir de sí mismo.
Por eso, si nos preguntamos cuál es nuestra tarea en el mundo, qué debemos hacer como Iglesia en la historia, la respuesta del Evangelio es clara: la misión. Ir en misión, llevar el anuncio, dar a conocer que Jesús ha venido del Padre.
Como cristianos, no podemos contentarnos con vivir en la mediocridad. Y esto es una enfermedad; muchos cristianos, incluso todos nosotros, corremos el peligro de vivir en la mediocridad, contando con nuestras oportunidades y conveniencias, viviendo al día. No, somos misioneros de Jesús. Todos somos misioneros de Jesús. Pero puedes decir: "No sé cómo hacerlo, no soy capaz".
El Evangelio nos vuelve a asombrar, mostrándonos al Señor enviando a los discípulos sin esperar a que estén preparados y bien formados: no llevaban mucho tiempo con Él, y sin embargo los envía. No habían estudiado teología, y sin embargo Él los envía. Y la forma en que los envía también está llena de sorpresas. Por lo tanto, captemos tres sorpresas, tres cosas que nos sorprenden, tres sorpresas misioneras que Jesús reserva para los discípulos y nos reserva a cada uno de nosotros si le escuchamos.
Primera sorpresa: el equipamiento. Para ir en misión a lugares desconocidos hay que llevar varias cosas, sin duda las esenciales. Jesús, en cambio, no dice lo que hay que llevar, sino lo que no hay que llevar: "No llevéis bolsa, ni saco, ni sandalias" (v. 4). Prácticamente nada: sin equipaje, sin seguridad, sin ayuda. A menudo pensamos que nuestras iniciativas eclesiásticas no funcionan bien porque nos faltan estructuras, nos falta dinero, nos faltan medios: esto no es cierto.
La refutación viene del propio Jesús. Hermanos, hermanas, no confiemos en las riquezas y no temamos nuestra pobreza, material y humana. Cuanto más libres y sencillos, pequeños y humildes, más guía el Espíritu Santo la misión y nos hace protagonistas de sus maravillas. ¡Deja espacio para el Espíritu Santo!