También quiero dar las gracias a las familias presentes, que han venido de tantas partes del mundo; y en particular a las que nos han regalado sus testimonios: ¡Gracias de corazón! No es fácil hablar ante un público tan grande de la propia vida, de las dificultades o de los dones maravillosos, pero íntimos y personales, que habéis recibido del Señor. Vuestros testimonios han sido como "amplificadores", habéis dado voz a la experiencia de muchas otras familias en el mundo que, como vosotros, experimentan las mismas alegrías, inquietudes, sufrimientos y esperanzas.
Por eso ahora me dirijo tanto a vosotros aquí presentes como a los esposos y a las familias que nos escuchan en el mundo. Quisiera haceros sentir mi cercanía precisamente allí donde os encontráis, en vuestra concreta condición de vida. La palabra de aliento es sobre todo esta: partir de vuestra situación real y desde allí intentar caminar juntos, juntos como esposos, juntos en vuestra familia, juntos con las demás familias, juntos con la Iglesia. Pienso en la parábola del buen samaritano, que encuentra a un hombre herido en el camino, se le acerca, se hace cargo de él y lo ayuda a reanudar el viaje. Justamente esto quisiera que la Iglesia fuera para vosotros. Un buen samaritano que se os acerca y os ayuda a proseguir vuestro camino y a dar "un paso más", aunque sea pequeño. No olvidemos que la cercanía es el estilo de Dios. Cercanía, compasión, ternura, el estilo de Dios. Trataré de indicar estos "pasos más" para dar juntos, retomando los testimonios que hemos escuchado.
1. "Un paso más" hacia el matrimonio. Os agradezco, Luigi y Serena, que nos hayáis compartido con gran honestidad vuestra experiencia, con sus dificultades y sus aspiraciones. Pienso que sea doloroso para todos lo que habéis contado: "No encontramos una comunidad que nos sostuviera afectuosamente por lo que somos". Esto es duro. Esto nos debe hacer reflexionar. Debemos convertirnos y caminar como Iglesia, para que nuestras diócesis y parroquias sean cada vez más "comunidades que sostienen a todos con los brazos abiertos". Es muy necesario en esta cultura de la indiferencia. ¡Es indispensable! Y vosotros, providencialmente, habéis encontrado apoyo en otras familias, que son, de hecho, pequeñas iglesias.
Me sentí muy consolado cuando habéis explicado el motivo que os impulsó a bautizar a vuestros hijos. Habéis dicho una frase muy hermosa: "A pesar de los esfuerzos humanos más nobles, nosotros no nos bastamos". Es verdad, podemos tener los sueños más hermosos, los ideales más altos, pero al final descubrimos también nuestros límites, que no podemos superar por nosotros mismos, sino sólo abriéndonos al Padre, a su amor, a su gracia. Este es el significado de los sacramentos del Bautismo y del Matrimonio, son la ayuda concreta que Dios nos da para no dejarnos solos, porque "nosotros no nos bastamos".
Podemos decir que cuando un hombre y una mujer se enamoran, Dios les ofrece un regalo: el matrimonio. Un don maravilloso, que tiene en sí mismo el poder del amor divino: fuerte, duradero, fiel, capaz de recuperarse después de cada fracaso o fragilidad. El matrimonio no es una formalidad que hay que cumplir. Uno no se casa para ser católico "con la etiqueta", para obedecer a una regla, o porque lo dice la Iglesia o para hacer una fiesta, no; uno se casa porque quiere fundar el matrimonio en el amor de Cristo, que es sólido como una roca. En el matrimonio Cristo se entrega a vosotros, para que vosotros tengáis la fuerza de entregaros mutuamente. Ánimo, pues, ¡la vida familiar no es una misión imposible! Con la gracia del sacramento, Dios la convierte en un viaje maravilloso para emprender con Él, nunca solos. La familia no es un hermoso ideal, inalcanzable en la realidad. Dios garantiza su presencia en el matrimonio y en la familia, no solo en el día de la boda sino durante toda la vida. Y Él os sostiene cada día en vuestro camino.
2. "Un paso más" para abrazar la cruz. Os agradezco a vosotros, Roberto y María Anselma, porque nos habéis contado la conmovedora historia de vuestra familia y, en particular, de Chiara. Nos habéis hablado de la cruz, que forma parte de la vida de cada persona y de cada familia. Y habéis dado testimonio de que la dura cruz de la enfermedad y de la muerte de Chiara no ha destruido a la familia ni ha eliminado la serenidad y la paz de vuestros corazones. Esto también se ve en vuestras miradas. No sois personas abatidas, desesperadas y enfurecidas con la vida, ¡al contrario! Se perciben en vosotros una gran serenidad y una gran fe. Habéis dicho: "La serenidad de Chiara nos ha abierto una ventana a la eternidad". Ver cómo vivió ella la prueba de la enfermedad os ayudó a levantar la mirada y a no permanecer prisioneros del dolor, sino a abriros a algo más grande: a los designios misteriosos de Dios, a la eternidad, el cielo. ¡Os agradezco este testimonio de fe! También habéis citado esa frase que decía Chiara: «Dios pone la verdad en cada uno de nosotros y no es posible malinterpretarla». En el corazón de Chiara Dios puso la verdad de una vida santa, y por eso ella quiso proteger la vida de su hijo al precio de su misma vida. Y como esposa, junto a su marido, recorrió el camino del Evangelio de la familia de manera sencilla y espontánea. En el corazón de Chiara entró también la verdad de la cruz como don de sí misma, con una vida entregada a su familia, a la Iglesia y al mundo entero. Siempre necesitamos tener grandes ejemplos que nos estimulen. Que Chiara nos sirva de inspiración en nuestro camino de santidad, y que el Señor sostenga y haga fecunda cada cruz que las familias tienen que cargar.