Después de la gran aventura que la ve como protagonista, Judit vuelve a su ciudad, Betulia, donde vive una bonita vejez hasta los ciento cinco años. Había llegado para ella el tiempo de la vejez como llega para muchas personas: a veces después de una vida de trabajo, a veces después de una existencia llena de peripecias o de gran entrega. El heroísmo no es solamente el de los grandes eventos que caen bajo los focos, por ejemplo, el de Judit de haber asesinado al dictador, sino que a menudo el heroísmo se encuentra en la tenacidad del amor vertido en una familia difícil y a favor de una comunidad amenazada.
Judit vivió más de cien años, una bendición particular. Pero no es raro, hoy, tener muchos años todavía para vivir después de la jubilación. ¿Cómo interpretar, cómo aprovechar este tiempo que tenemos a disposición? Yo me jubilo hoy, y serán muchos años, y ¿qué puedo hacer, en estos años, cómo puede crecer -en edad va por sí solo- pero cómo puede creer en autoridad, en santidad en sabiduría?
La perspectiva de la jubilación coincide para muchos con la de un merecido y deseado descanso de actividades exigentes y fatigosas. Pero sucede también que el final del trabajo representa una fuente de preocupación y es esperado con algún temor: "¿Qué haré ahora que mi vida se vaciará de lo que la ha llenado durante tanto tiempo?": esta es la pregunta. El trabajo cotidiano significa también un conjunto de relaciones, la satisfacción de ganarse la vida, la experiencia de tener un rol, una merecida consideración, una jornada completa que va más allá del simple horario de trabajo.
Por supuesto, hay un compromiso, gozoso y cansado, de cuidar a los nietos, y hoy los abuelos tienen un rol muy grande en la familia para ayudar a crecer a los nietos; pero sabemos que hoy nacen cada vez menos niños, y los padres suelen estar más distantes, más sujetos a desplazamientos, con situaciones laborales y habitacionales desfavorables. A veces son aún más reacios a confiar espacios educativos a los abuelos, concediéndoles solo aquellos estrictamente relacionados con la necesidad de asistencia. Pero alguien me decía, un poco sonriendo con ironía: "Hoy los abuelos, en esta situación socioeconómica, se han vuelto más importantes, porque tienen la pensión". Hay nuevas exigencias, también en el ámbito de las relaciones educativas y parentales, que nos piden remodelar la alianza tradicional entre las generaciones.
Pero, nos preguntamos: ¿hacemos nosotros este esfuerzo por "remodelar"? ¿O simplemente sufrimos la inercia de las condiciones materiales y económicas? La convivencia de las generaciones, de hecho, se alarga. ¿Tratamos, todos juntos, de hacerlas más humanas, más afectuosas, más justas, en las nuevas condiciones de las sociedades modernas? Para los abuelos, una parte importante de su vocación es sostener a los hijos en la educación de los niños. Los pequeños aprenden la fuerza de la ternura y el respeto por la fragilidad: lecciones insustituibles, que con los abuelos son más fáciles de impartir y de recibir. Los abuelos, por su parte, aprenden que la ternura y la fragilidad no son solo signos de la decadencia: para los jóvenes, son pasajes que hacen humano el futuro.
Judit se queda viuda pronto y no tiene hijos, pero, como anciana, es capaz de vivir una época de plenitud y de serenidad, con la conciencia de haber vivido hasta el fondo la misión que el Señor le había encomendado. Para ella es el tiempo de dejar la herencia buena de la sabiduría, de la ternura, de los dones para la familia y la comunidad: una herencia de bien y no solamente de bienes. Cuando se piensa en la herencia, a veces pensamos en los bienes, y no en el bien que se ha hecho en la vejez y que ha sido sembrado, ese bien que es la mejor herencia que nosotros podemos dejar.