Las heridas más graves de la infancia y de la juventud provocan, justamente, un sentido de injusticia y de rebelión, una fuerza de reacción y de lucha. Sin embargo, las heridas, también graves, de la edad anciana están acompañadas, inevitablemente, por la sensación de que, sea como sea, la vida no se contradice, porque ya ha sido vivida. Y así los ancianos se alejan un poco también de nuestra experiencia, queremos alejarlos.
En la común experiencia humana, el amor – como se dice – es descendiente: no vuelve sobre la vida que está detrás de las espaldas con la misma fuerza con la que se derrama sobre la vida que está todavía delante. La gratuidad del amor aparece también en esto: los padres lo saben desde siempre, los ancianos lo aprenden pronto. A pesar de eso, la revelación abre un camino para una restitución diferente del amor: es el camino de honrar a quien nos ha precedido. La vida de honrar a las personas que nos han precedido, y de aquí honrar a los ancianos.
Este amor especial que se abre el camino en la forma del honor – ternura y respeto al mismo tiempo – destinada a la edad anciana está sellado por el mandamiento de Dios. «Honrar al padre y a la madre» es un compromiso solemne, el primero de la "segunda tabla" de los diez mandamientos.
No se trata solamente del propio padre y de la propia madre. Se trata de la generación y de las generaciones que preceden, cuya despedida también puede ser lenta y prolongada, creando un tiempo y un espacio de convivencia de larga duración con las otras edades de la vida. En otras palabras, se trata de la vejez de la vida.
Honor es una buena palabra para enmarcar este ámbito de restitución del amor que concierne a la edad anciana. Nosotros hemos recibido el amor de nuestros padres, de nuestros abuelos, y ahora nosotros sustituimos este amor a ellos, a los ancianos, a los abuelos. Nosotros hoy hemos descubierto el término "dignidad", para indicar el valor del respeto y del cuidado de la vida de todos. Dignidad, equivale sustancialmente al honor. Honorar a los padres y madres, honorar a los ancianos es reconocer la dignidad que tienen.
Pensemos bien en esta bonita declinación del amor que es el honor. El cuidado mismo del enfermo, el apoyo a quien no es autosuficiente, la garantía del sustento, les puede faltar el honor. El honor falla cuando el exceso de confianza, en vez de decantarse como delicadeza y afecto, ternura y respeto, se convierte en rudeza y prevaricación.