VATICANO,
El Secretario de Estado Vaticano, Cardenal Pietro Parolín, presidió la Misa del Miércoles de Ceniza celebrada en la Basílica Santa Sabina de Roma, donde leyó la homilía escrita por el Papa Francisco, que se encuentra en reposo médico debido a un fuerte dolor en la rodilla.
El Santo Padre invitó en esta jornada de ayuno y oración por la paz en Ucrania a buscar "la recompensa eterna" y huir de la mundanidad y del "fingimiento ante Dios".
Asimismo, explicó que el rito de la ceniza "nos lleva a reflexionar sobre la caducidad de nuestra condición humana", que cura "la enfermedad de la apariencia", y aseguró que el ayuno, la oración y la limosna de cara a Dios y no hacia los demás son "las armas del espíritu" que "pueden cambiar la historia".
A continuación, el texto completo de la homilía del Papa Francisco para este Miércoles de Ceniza:
En este día, que abre el tiempo de Cuaresma, el Señor nos dice «Tengan cuidado de no practicar su justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos: de lo contrario, no recibirán ninguna recompensa del Padre que está en el cielo» (Mt 6,1). Puede sorprender, pero en el Evangelio de hoy la palabra que más se repite es recompensa (cf. vv. 1.2.5.16). Normalmente, en el Miércoles de Ceniza nuestra atención se centra en el compromiso que requiere el camino de fe, más que en la recompensa a la que conduce. Sin embargo, hoy el discurso de Jesús vuelve siempre a este término, la recompensa, que parece ser el resorte principal de nuestra acción. De hecho, hay en nosotros, en nuestro corazón, una sed, un deseo de alcanzar una recompensa, que nos atrae e impulsa todo lo que hacemos.
Sin embargo, el Señor distingue entre dos tipos de recompensa a la que puede aspirar la vida de una persona; por un lado, está la recompensa del Padre y, por otro, la recompensa de los hombres. La primera es eterna, es la verdadera y definitiva recompensa, el propósito de la vida. La segunda, en cambio, es transitoria, es un disparate al que tendemos cuando la admiración de los hombres y el éxito mundano son lo más importante para nosotros, la mayor gratificación. Pero es una ilusión, es como un espejismo que, una vez alcanzado, nos deja con las manos vacías. La inquietud y el descontento están siempre a la vuelta de la esquina para aquellos cuyo horizonte es la mundanidad, que seduce, pero luego decepciona. Los que buscan la recompensa del mundo nunca encuentran la paz, ni saben tampoco cómo promoverla. Esto se debe a que pierden de vista al Padre y a sus hermanos y hermanas.