Delante de la muerte muchas cuestiones se redimensionan. Está bien morir reconciliados, ¡sin dejar rencores y sin arrepentimientos!
Yo quisiera decir una verdad, todos nosotros estamos en camino hacia aquella puerta, todos.
El Evangelio nos dice que la muerte llega como un ladrón, así dice Jesús, y por mucho que nosotros intentemos querer tener bajo control su llegada, quizá programando nuestra propia muerte, permanece un evento con el que tenemos que rendir cuentas y delante al cual también hacer elecciones.
Dos consideraciones para nosotros cristianos permanecen de pie. La primera: no podemos evitar la muerte, y precisamente por esto, después de haber hecho todo lo que humanamente es posible para cuidar a la persona enferma, resulta inmoral el encarnizamiento terapéutico (cfr Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2278). Aquella frase del santo Pueblo de Dios, déjalo en paz, ayúdalo a morir en paz…
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La segunda consideración tiene que ver con la calidad de la muerte misma, del dolor, del sufrimiento. De hecho, debemos estar agradecidos por toda la ayuda que la medicina se está esforzando por dar, para que a través de los llamados "cuidados paliativos", toda persona que se prepara para vivir el último tramo del camino de su vida, pueda hacerlo de la forma más humana posible. Pero debemos estar atentos a no confundir esta ayuda con derivas inaceptables que llevan a matarlo.
Debemos acompañar a la muerte, pero no provocar la muerte o ayudar al suicidio. Recuerdo que se debe privilegiar siempre el derecho al cuidado y al cuidado para todos, para que los más débiles, en particular los ancianos y los enfermos, nunca sean descartados. De hecho, la vida es un derecho, no la muerte, que debe ser acogida, no suministrada. Y este principio ético concierne a todos, no solo a los cristianos o a los creyentes.
Yo quisiera subrayar aquí, un problema social, real, planificar entre comillas, no sé si es la palabra correcta, acelerar la muerte de los ancianos. Muchas veces se ve en ciertas clases sociales a ancianos que no tienen los medios, les dan menos medicinas de las que necesitan. Y esto es deshumano, no es ayudarlos, es empujarlos antes hacia la muerte, esto, no es humano, ni cristiano, los ancianos van cuidados como un tesoro de la humanidad, son nuestra sabiduría, aunque no hablen, aunque no tengan juicio, son el símbolo de la sabiduría humana, son los que han recorrido el camino antes que nosotros, los que nos han dejado muchas cosas bellas, tantos recuerdos, tanta sabiduría. Por favor, no aislar a los ancianos, no acelerar la muerte de los ancianos. Acariciar a un anciano tiene la misma esperanza que acariciar a un niño. Porque el comienzo y el fin con la muerte es un misterio siempre. Un misterio que va acompañado siempre. Acompañado, cuidado y amado.
Que San José pueda ayudarnos a vivir el misterio de la muerte de la mejor forma posible. Para un cristiano la buena muerte es una experiencia de la misericordia de Dios, que se hace cercana a nosotros también en ese último momento de nuestra vida. También en la oración del Ave María, nosotros rezamos pidiendo a la Virgen que esté cerca de nosotros "ahora y en la hora de nuestra muerte". Precisamente por esto quisiera concluir rezando todos juntos a la Virgen por los agonizantes y por los que están viviendo este momento de paso, por esta puerta obscura, y por los familiares que están viviendo un luto. Recemos juntos.