Cada 2 de febrero se conmemora la fiesta de la Purificación de Nuestra Madre, la Santísima Virgen María. Esta conmemoración se realiza el mismo día en que la Iglesia celebra otro gran misterio: la Presentación de Nuestro Señor en el templo de Jerusalén.
La ley de Moisés
La ley judía o ley mosaica ordenaba dos cosas en torno a un nacimiento. En primer lugar, la madre que acababa de dar a luz debía pasar por un tiempo de ‘purificación’ y luego presentarse al sacerdote del templo. En segundo lugar, todo primogénito debía ser ofrecido a Dios, es decir, “consagrado” (aunque después se pagara un “rescate” para librar al primogénito de las responsabilidades del templo). María, que respetaba profundamente la ley de su pueblo, cumplió estrictamente con estas ordenanzas (ver: Levítico 12).
La ‘Purificación’ de María
Recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica (491):
«... la bienaventurada Virgen María fue preservada inmune de toda la mancha de pecado original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo Salvador del género humano» (Pío IX, Bula Ineffabilis Deus: DS, 2803).