Elsa recibió una llamada telefónica la noche de ese día, 20 de octubre, para pedirle que llevara a Paolo a realizar pruebas al día siguiente en su ciudad natal de Bari.
A los médicos les preocupaba que Paolo tuviera niveles muy altos de prolactina, una proteína segregada por la glándula pituitaria, que puede aumentar después de los ataques epilépticos.
La madre y el niño asistieron a la cita el 21 de octubre. Tres días después, un médico llamó a Elsa para decirle que el nivel de prolactina de Paolo había caído de un máximo de 157 a 106, aunque los médicos no sabían cómo ni por qué.
La madre dijo que ella y Paolo regresaron a Roma el 5 de noviembre para hacer más pruebas.
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"En dos semanas [el nivel de prolactina de Paolo] bajó a 26, que son otros 80 puntos menos", explicó.
También registró un aumento en el nivel de hemoglobina, la proteína que transporta el oxígeno por todo el cuerpo, lo que es fundamental para Paolo, ya que sufre un trastorno sanguíneo llamado talasemia.
Elsa dijo que los médicos pudieron descartar la hipótesis de que Paolo padecía un tumor o esclerosis, una cicatriz en el cerebro.
La noticia fue un gran alivio para la madre, a quien le preocupaba que su hijo no pudiera soportar una cirugía. Temía que una operación llevara a Paolo a ser confinado a una silla de ruedas o incluso a la muerte.
Hablando con CBS News en noviembre pasado, se le preguntó a Elsa qué le gustaría decirle al Papa Francisco después de la reunión que le cambió la vida a su hijo.
"Gracias por el milagro", dijo.