Hoy, 5 de enero, la Iglesia recuerda a San Simeón, el Estilita. Se denominaba “estilitas” a los monjes que aparecieron en Medio Oriente a partir del siglo V y que tenían la particularidad de vivir completamente aislados, en oración y penitencia, sobre una plataforma colocada encima de una ‘columna’ (stylos, en griego). Normalmente, un estilita permanecía en esas condiciones durante muchos años, incluso hasta que les llegaba la muerte.
Ser santo como Dios es santo
Simeón nació cerca del año 400 en el pueblo de Sisan, en Cilicia (hoy Turquía), cerca de Tarso, donde nació San Pablo. De pequeño se dedicaba a pastorear ovejas por los campos, pero en su corazón y en su mente llevaba un intenso deseo de ser santo y ver al Padre en el cielo. Aquel anhelo fue creciendo conforme aumentaba en edad y a los 15 años tocó la puerta de un monasterio cercano y fue admitido. En ese lugar se dedicó a rezar intensamente y hacer exigentes penitencias buscando la purificación de su alma y fortalecerse para luchar contra las tentaciones. Allí también aprendió a ofrecer su vida por la salvación de las almas pecadoras.
A Dios se le encuentra si se hace silencio en el corazón
Ante la dureza de sus penitencias, el abad temió que Simeón fuese motivo de escándalo o confusión entre los otros monjes, así que le ordenó el camino de la completa soledad. El santo, entonces, abandonó el monasterio y se fue a vivir a una caverna primero y a una cisterna seca después. Su fama de santidad y la profundidad espiritual de sus consejos atrajo a muchísima gente que lo visitaba a diario, pero que impedía que encuentre el silencio que necesitaba. Finalmente, Simeón optó por levantar una plataforma sobre una columna y se subió sobre ella. Así vivió por los siguientes 37 años, hasta el final de sus días.