Podemos decir que el apóstol Pablo ha sido capaz de dar voz a este silencio. Sus intuiciones más originales nos ayudan a descubrir la impactante novedad encerrada en la revelación de Jesucristo. Ha sido un verdadero teólogo, que ha contemplado el misterio de Cristo y lo ha transmitido con su inteligencia creativa. Y también fue capaz de ejercer su misión pastoral hacia una comunidad perdida y confundida. Lo hizo con métodos diferentes: usó de vez en cuando la ironía, el rigor, la mansedumbre... Reclamó su propia autoridad de apóstol, pero al mismo tiempo no escondió la debilidad de su carácter. En su corazón la fuerza del Espíritu realmente escavó: el encuentro con Cristo Resucitado conquistó y transformó toda su vida, y la dedicó íntegramente al servicio del Evangelio. Este es Pablo.
Pablo nunca pensó en un cristianismo de rasgos irénicos, desprovisto de empuje y de energía, al contrario. Ha defendido la libertad llevada por Cristo con una pasión que todavía hoy conmueve, sobre todo si pensamos en los sufrimientos y la soledad que ha tenido que sufrir. Estaba convencido de haber recibido una llamada a la que solo él podía responder; y ha querido explicar a los gálatas que también ellos estaban llamados a esa libertad, que les liberaba de toda forma de esclavitud, porque les hacía herederos de la promesa antigua y, en Cristo, hijos de Dios. Conscientes de los riesgos que esta concepción de la libertad llevaba, nunca minimizó las consecuencias. Él era consciente de los riesgos que lleva la libertad cristiana, pero él no minimizó las consecuencias.
Reiteró con parresia, es decía con valentía, a los creyentes que la libertad no equivale en absoluto a libertinaje, ni conduce a formas de presuntuosa autosuficiencia. Al contrario, Pablo ha puesto la libertad en la sombra del amor y ha establecido su coherente ejercicio en el servicio de la caridad. Toda esta visión fue puesta en el horizonte de la vida según el Espíritu Santo, que lleva a cumplimiento la Ley donada por Dios a Israel e impide recaer bajo la esclavitud del pecado. Pero siempre la tentación es de volver hacia atrás, una definición de los cristianos que está en las Escrituras, nosotros los cristianos no somos personas que vuelven hacia atrás, que regresan hacia atrás, una bella definición, y la tentación es ir hacia atrás para estar más seguro, en este caso, volver solamente a la ley, descuidando la nueva vida del Espíritu, y esto es lo que Pablo nos enseña, la verdadera ley tiene su plenitud en esta vida del Espíritu que Jesús nos ha dado y esta vida del Espíritu solamente puede ser vivida en la libertad, la libertad cristiana, y esta es una de las cosas más bella.
Al finalizar este itinerario de catequesis, me parece que puede nacer en nosotros una doble actitud. Por un lado, la enseñanza del apóstol genera en nosotros entusiasmo; nos sentimos impulsados a seguir en seguida el camino de la libertad, a "caminar según el Espíritu", siempre caminar según el Espíritu nos hace libres.
Por otro lado, somos conscientes de nuestros límites, porque tocamos con la mano cada día lo difícil que es ser dóciles al Espíritu, apoyar su acción benéfica. Entonces puede surgir el cansancio que frena el entusiasmo. Nos sentimos desanimados, débiles, a veces marginados respecto al estilo de vida según la mentalidad mundana.
San Agustín nos sugiere cómo reaccionar en esta situación, refiriéndose al episodio evangélico de la tormenta en el lago. Dice así: «La fe en Cristo en tu corazón es como Cristo presente en la nave. Escuchas insultos, te fatigas, te turbas: Cristo está dormido. ¡Despierta a Cristo, despierta tu fe! Algo puedes hacer, al menos cuando estés turbado: ¡despierta tu fe! Despierte Cristo y te diga... Despierta, pues, a Cristo... Cree lo dicho y se producirá en tu corazón una gran bonanza» (Sermones 163/B 6).