Cada 7 de noviembre recordamos a San Engelberto (c.1185-1225), arzobispo de Colonia y conde de Berg.
Nació en Wupper, Solingen (actual Alemania). Cuando estudiaba todavía en la escuela de la catedral de Colonia, era ya prebendado de Santa María de Aquisgrán, de San Jorge, de San Severino y de la catedral de Colonia. Es decir, dada su condición (era hijo del poderoso conde de Berg), se le destinó a un cargo eclesiástico cuando ni siquiera había concluido su formación. Esta era una práctica habitual -pero no por eso correcta- de la nobleza vinculada al Sacro Imperio romano-germánico por la que se brindaban concesiones a jóvenes y aún niños.
En 1217 fue nombrado Arzobispo de Colonia. La diócesis estaba completamente arruinada por las luchas políticas y religiosas, pero San Engelberto poseía cualidades humanas que lo hicieron apto para la tarea que le esperaba: juicio claro, gran deseo de justicia, una voluntad fuerte y una presencia que imponía respeto.
El santo recibió en su arquidiócesis a frailes menores y dominicos a quienes alentó para que se establecieran en sus dominios. Convocó a sínodos para mantener la disciplina del clero secular y regular. El santo se desempeñó con vigor y energía, y supo ganarse el respeto de todos gracias a que supo equilibrar firmeza con justicia. Desafortunadamente, ello le valió hacerse de muchos enemigos, entre ellos su primo Federico de Isenberg, administrador de las religiosas de Essen. Este tramó una conspiración para asesinarlo debido a los reproches que el santo le había dirigido por sus abusos y malos manejos administrativos.
El 7 de noviembre de 1225, el santo partió de Soest a Schwelm con una escolta insuficiente, circunstancia que fue aprovechada por los hombres de Federico lo asesinaron.
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