Y la peregrinación de escucha concluyó en Eslovaquia en la Fiesta de María Dolorosa. También allí, en Šaštín, ante el Santuario de la Virgen de los Siete Dolores, un gran pueblo de hijos llegó para la fiesta de la Madre, que es también la fiesta religiosa nacional.
Así mi peregrinación fue de oración en el corazón de Europa, iniciado con la adoración y concluido con la piedad popular. Rezar porque a esto es a lo que sobre todo está llamado el Pueblo de Dios: adorar, rezar, caminar, peregrinar, hacer penitencia, y en esto sentir la paz, la alegría que nos da el Señor. Nuestra vida debe ser así: adorar, rezar, caminar, peregrinar, hacer penitencia. Y esto tiene una particular importancia en el continente europeo, donde la presencia de Dios se diluye, lo vemos todos los días, la presencia de Dios se diluye en el consumismo y en los "vapores" de un pensamiento único fruto de la mezcla de viejas y nuevas ideologías. Y esto nos aleja de la familiaridad con el Señor, de la familiaridad con Dios. También en tal contexto, la respuesta que sana viene de la oración, del testimonio, del amor humilde. El amor humilde que sirve, el servicio, retomamos esta idea, el cristiano es para servir.
Es lo que vi en el encuentro con el pueblo santo de Dios: ¿qué vi? un pueblo fiel, que sufrió la persecución ateísta. Lo vi también en los rostros de nuestros hermanos y hermanas judíos, con los cuales recordamos la Shoah. Porque no hay oración sin memoria. No hay oración sin memoria. ¿Qué quiere decir esto? Que cuando nosotros rezamos debemos hacer memoria de la propia vida, de la vida del propio pueblo, de la vida de tanta gente que nos acompaña en la ciudad, en el pueblo, cuál ha sido la historia.
Uno de los obispos eslovacos me ha dicho, ya anciano, yo he hecho el conductor del tranvía para esconderme de los comunistas, bueno, en la dictadura, en la persecución, este obispo era un conductor del tranvía, después, a escondidas, realizaba su 'oficio' de obispo y ninguno lo sabía, así es la persecución, la persecución. Recuerden, no hay oración sin memoria, la memoria de la propia vida, de la vida del propio pueblo, de la historia, hacer memoria, recordar, esto hace bien y ayuda a rezar.
2. Segundo aspecto: este viaje ha sido una peregrinación a las raíces. Encontrando a los hermanos obispos, tanto en Budapest como en Bratislava, pude tocar con la mano el recuerdo agradecido de estas raíces de fe y de vida cristiana, vívido en el ejemplo luminoso de testigos de la fe, como los cardenales Mindszenty y Korec, como el beato obispo Pavel Peter Gojdič. Raíces que descienden en profundidad hasta el siglo IX, hasta la obra evangelizadora de los santos hermanos Cirilo y Metodio, que han acompañado este viaje como una presencia constante. Percibí la fuerza de estas raíces en la celebración de la Divina Liturgia en rito bizantino, en Prešov, en la fiesta de la Santa Cruz. En los cantos sentí vibrar el corazón del santo pueblo fiel, forjado por muchos sufrimientos padecidos por la fe.
En más de una ocasión insistí en el hecho de que estas raíces están siempre vivas, llenas de la savia vital que es el Espíritu Santo, y que como tales deben ser custodiadas: no como exposiciones de museo, no ideologizadas e instrumentalizadas por intereses de prestigio y de poder, para consolidar una identidad cerrada. No. ¡Esto significaría traicionarlas, traicionarlas y esterilizarlas! Cirilo y Metodio no son para nosotros personajes para conmemorar, sino modelos a imitar, maestros de los que aprender siempre el espíritu y el método de la evangelización, como también el compromiso civil – durante este viaje en el corazón de Europa pensé a menudo en los padres de la Unión Europea -, como la han soñado, no como una agencia para distribuir las colonizaciones ideológicas de la moda. Así entendidas y vividas, las raíces son garantía de futuro: de ellas brotan gruesas ramas de esperanza.